martes, 18 de agosto de 2015

LA MARGINACIÓN DE LOS JÓVENES

Son los grandes olvidados, los excluidos de una sociedad que parece haberse desentendido de ellos, cuando tantas veces proclamamos a los cuatro vientos, la manida, cansina, petulante y falsa proclama, de que los jóvenes son el futuro, de que el País está en sus manos.
Proclamamos una y otra vez que representan el porvenir de un País, de su sociedad, de su bienestar social, político, económico, tecnológico, de su desarrollo a todos los niveles, de la supervivencia misma que garantiza su devenir histórico.
De su quehacer futuro, de su capacidad para intervenir en la transformación de una sociedad en continuo cambio, más o menos próximo, más o menos profundo, que necesariamente va a depender nuestra supervivencia, ya sea por acción u omisión.
Bien porque intervengan activamente como sujetos decisorios, o porque lo hagan de forma pasiva, sin formar parte de los cuadros directivos, productivos o consumidores netos, que repercutan positivamente en el producto interior de un País que los necesita con urgencia.
Ni siquiera las recientes candidaturas ciudadanas, que tanto éxito han tenido en las urnas en las últimas elecciones municipales y autonómicas, parecen haberse ocupado de ellos.
Apenas les han dedicado unas líneas en sus vibrantes e innovadores programas, que no han logrado destacar ni llegar, ni mucho menos influir en una opinión pública, que parece haberse rendido ante un problema, grave, extremadamente serio y trascendental para el futuro de una nación.
Y sin embargo nos atañe a todos, tengamos o no hijos en edad laboral. Más tarde o más temprano, esta delicadísima situación nos estallará en las manos si no somos capaces de proporcionar una ocupación efectiva a millones de jóvenes que no pueden esperar más para integrarse en un proceso productivo, que además los necesita perentoriamente.
¿Cómo podemos permitirnos el lujo de prescindir de la nueva, preparada y vital savia joven que representan? ¿Cómo podemos excluirlos de un futuro que es suyo, que les corresponde por derecho propio?
¿Cómo van a subsistir, material y anímicamente, insertos en una frustración permanente que les produce un pesado y letal sentimiento de inutilidad, de generación perdida, sin perspectivas de futuro?
¿Cómo van a poder asegurarse las pensionas, no ya para ellos, que harto difícil lo tienen, sino para el resto de los pensionistas, si los jóvenes no cotizan?
¿Permitiremos que tengan que salir de su País, los pocos que puedan hacerlo, en un hipócrita intento de tratar de justificarlo como una experiencia personal, a riesgo de ser explotados como lo fueron sus antepasados?
¿Dejaremos que el talento de muchos jóvenes formados aquí, desarrollen su creatividad, lejos, en otros países, dónde se los valorará en la justa medida que nosotros hemos sido incapaces de reconocer?
Son preguntas que llevamos haciéndonos demasiado tiempo, sin una respuesta clara y determinante. No podemos por lo tanto demorarlo por más tiempo. De ello depende el porvenir de los jóvenes y por ende, el de nuestro País.
Quizás pueda parecer que se están acomodando, adaptando a una situación que es del todo inaceptable. Pero no es así. Es más bien la actitud de quienes se sienten olvidados y marginados por una sociedad absurda que no los valora.
Es la desesperación y el desánimo lo que les conduce adoptar esas formas, esas maneras que a veces criticamos, y que somos incapaces, no ya de analizar, sino de lo que es mucho peor, de escuchar y de elaborar una respuesta creíble y adecuada. Somos incapaces de proporcionales una esperanza ilusionante que les haga creer en que existe un futuro prometedor.

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