sábado, 1 de agosto de 2015

ESCRIBIR CON EL CORAZÓN

Con frecuencia pienso que deberíamos probar a llevar a cabo una desconexión total y absoluta por unos cuantos días, por un tiempo, el necesario para desintoxicarnos de tan gigantesco caudal de información, de un marasmo de datos en un despótico formato digital que nos impone su formidable capacidad de generar datos e información, que no conoce límite alguno y que ningún respiro nos da en el quehacer diario.
No le encuentro lógica a esta súper comunicación desmesurada, a este exceso consumista y degradante, que se sustancia en una incapacidad progresiva y recalcitrante para darnos un respiro, para estar a solas con nosotros mismos, en un acto que debiera ser algo harto elemental y deseado en nuestras vidas, y que sin embargo se convierte en una pasión desenfrenada por estar permanentemente comunicados.
Nos mostramos así demasiado a menudo, sin que seamos plenamente conscientes de ello, incapaces para resolver y afirmar nuestras propias ideas y contradicciones, diluidas en un mar de informaciones y contactos, de continuas interrupciones que no golpean y nos hieren cada día, impidiendo la ansiada, necesaria, urgente y relajante soledad,  que nos empeñamos en desdeñar, y a la que empezamos a temer, por lo que supone de enfrentamiento con nosotros mismos.
Todo ello nos provoca una tensión exasperante a la que estamos sometidos, por mucho que nos empeñemos en negarlo, ya que a veces no somos conscientes. Esto supone enfrentarnos a una situación que escapa a nuestro control y a nuestro yo consciente.
Porque apenas nos conocemos a nosotros mismos, nos ignoramos, en un proceso que raya la negación personal, ya que a fuerza de darnos a conocer a los demás, de tanto revelar nuestra identidad, de tanto  compartirla, nos hemos quedado sin ella.
Todo esto se traduce en una pérdida de esa intimidad necesaria, a base de no ejercitarla, de renunciar involuntariamente a ella, en un ejercicio de negación absoluta de una inteligencia que se nos supone, pero de la que en realidad hacemos una estúpida e inoportuna dejación.
Ante estas premisas, y sentada la aparente imposibilidad de luchar contra una tecnología que no te da ocasión de enfrentarte a ella en igualdad de condiciones, me recomienda un buen amigo que escriba con el corazón, y ello me lleva inevitablemente, a plantearme las siguientes preguntas.
¿Pero cómo confiarle semejante trabajo a un órgano al que no damos ni tregua ni ocasión para ello?
¿Cómo va a actuar independientemente, si es la mente la que en definitiva lo controla y delimita?
¿Qué podemos esperar de él, que ya no nos haya dado a lo largo de tantos años?
¿Sinceridad, nobleza, sensibilidad, dignidad, honestidad? Todos están agotados.
La vida que llevamos, está fundamentalmente dirigida por un cerebro que posee una memoria capaz de almacenar un formidable caudal de ideas, experiencias y sentimientos, que el corazón no puede digerir, y que en los actuales tiempos tecnológicos, ha demostrado ser capaz de de sobrellevar con suma facilidad y desparpajo.
Se desarrolla todo tan rápido, tan vertiginosamente, que ha desistido en su pelea con tan poderosas fuerzas contra las que nada puede, y ha quedado para los poetas, los soñadores y los creadores de la magia depositada en los cuentos.
Abandonar la vertiginosa, soberbia y tiránica vida digital, para regresar a la pausada, serena y limitada vida analógica, supondría dar un incalificable paso hacia atrás, a toda vista anacrónica y regresiva.
Pero con ello retornaría la tranquila y serena sensación de que el sosiego vuelve a nuestras vidas, de que somos dueños de nuestra propia y personalísima identidad.
Y volveríamos a escribir con el corazón.

No hay comentarios: