Hemos abusado tanto y durante
tanto tiempo del término cultura, lo hemos utilizado hasta tal punto sin
sentido alguno, a la buena de Dios, sin arte ni parte, sin lógica ni razón, que
lo hemos vaciado de sentido, y hemos creado un mar de confusión en torno a un
concepto universal tan ligado al ser humano y a su historia sobre la Tierra.
Lo hemos expuesto en la plaza
pública para escarnio de su auténtico y verdadero sentido, que no debiera
alejarse demasiado de todo lo que suponga un profundo respeto por el
conocimiento y por todo cuanto nos rodea, ya sea animado o inerte, en un acto
de inteligencia que nos lleva a
consolidarnos como seres humanos.
El abuso absurdo, irracional e
incluso ridículamente partidista, nos ha llevado a considerar que todo es
cultura, y así, llegamos al esperpento de pensar que determinadas acciones
humanas, incluso cotidianas, tienen el marchamo de cultura.
Cultura es pasear, reciclar,
charlar, sestear, merendar, cotillear, y en fin, multitud de actividades que
podríamos citar, y que nada de culturales tienen por muy amenas y beneficiosas sean
para quienes las practican, y por mucho empeño y audacia pongan en ello.
El hecho de que la tecnología
actual, nos permita ponernos en contacto inmediato con medio mundo al mismo
tiempo, que simultáneamente seamos visibles nosotros y nuestras circunstancias
multimedia, no implica necesariamente que ello suponga un hecho cultural.
La cultura tecnológica, denominémosla
así, no sería sino un apoyo a la cultura, entendida como la capacidad del ser
humano para relacionarse y establecer de esta forma intercambios de todo orden,
creando así los hechos culturales que pueden calificarse como tales, en cuanto
son capaces de crear y compartir conocimiento entre los seres humanos.
En un fugaz viaje por la Ribera
del Duero, a su paso por la provincia de Burgos, pude comprobar cómo se
integran a la perfección dos culturas, que lo son por derecho propio, que allí
sobresalen armoniosa y vigorosamente, que se complementan y que dieron origen a
la vida y a todas las numerosas manifestaciones que de ellas se derivan en una
perfecta conjunción con la naturaleza que contribuyeron a crear.
Maravilla contemplar el
majestuoso río Duero - río Douro, río de Oro, por el color característico de
sus aguas - discurriendo plácida y armoniosamente por las llanuras de esta
comarca donde se asientan lugares como Aranda de Duero, Peñaranda de Duero, Langa
de Duero, La Vid, Caleruega, Haza, Gumiel de Izán, Quemada, Peñalba de Castro, San
Esteban de Gormaz, y tantos otros, regados por el agua y la historia del Duero.
Sorteando pueblos y villas,
serpea con elegancia, creando vida en sus márgenes, ya sean fértiles vegas,
huertas y alamedas, pinares, robles,
enebros, chopos y encinas, y los hermosos y verdes viñedos que salpican
por doquier una tierra privilegiada, que se honra en acoger en su seno estas
culturas del agua y el vino, que la madre naturaleza regaló a esta afortunada
tierra de la histórica región de Castilla y León.
Bodegas productoras de los
famosos caldos de la Ribera del Duero, que lo comercializan desde antaño,
salpican esta privilegiada zona, a la par que un alto número de ciudadanos de
los pueblos, poseen sus propias bodegas para consumo propio. Allí, en las
galerías excavadas en los cerros y en la roca, duermen en sus barricas los
mostos que han de transformarse en el vino de Ribera de Duero.
Mis recuerdos me trasladan
ahora al pueblo dónde nací, cuando en un carro lleno de pellejos de vino, el
vinatero procedente de estas tierras, recorría las calles de los pueblos
castellanos, voceando el vino de Ribera que los vecinos compraban, y que mis
recuerdos infantiles grabaron entonces.
El arte que estas culturas
crearon, se materializan en un Románico que se manifiesta en bellísimas
ermitas, iglesias, monasterios, colegiatas y palacios, mezclados en algunos
casos con tintes góticos, renacentistas y barrocos, que se funden en el paisaje
con hermosos castillos y recias torres de vigilancia que se mantienen erguidas
aún hoy, en un acto de suprema responsabilidad, nobleza y fidelidad, adquirida
a lo largo de los siglos de un heroico pasado.
El agua del Rio Duero y el vino
de la Ribera del mismo nombre, contribuyen a crear a su alrededor una auténtica
y hermosa cultura digna de este nombre. La cultura del agua y el vino.