Las estadísticas relativas a la
lectura, continúan siendo tristemente desalentadoras. Afirman que en más del
60% de los hogares de este país, no se adquiere ni un libro al año, pese a que,
por ejemplo, la mayoría de las personas que forman el núcleo familiar, poseen
un móvil de última generación, además de al menos un ordenador o tableta
digital.
Estos medios tecnológicos
suelen utilizarse fundamentalmente como medio de información de la actualidad
internacional, de comunicación interpersonal, tanto mediante los chats en
línea, intervención en redes sociales, y utilización de múltiples aplicaciones
de todo tipo que estos modernos medios tecnológicos ponen al alcance de sus
usuarios.
Sin embargo, pese a que todos ellos
son susceptibles de ser usados como medio para la práctica y disfrute de la
lectura, es decir, como eBooks o libros electrónicos, los hechos demuestran que
no es así, sino que no se utilizan para el gozo y el placer que la lectura
proporciona a sus usuarios, dedicándolos fundamentalmente como un medio lúdico
más, que poco o nada tiene que ver con la cultura.
Los absorben de tal forma,
sobre todo a los jóvenes, que si antes eran poco dados a coger un libro, ahora,
con estos modernos artefactos, han conseguido desvincularse por completo de
ellos, en un alarde de una incomprensible y desdichada actitud, que dadas las
posibilidades de estos ingenios, debería favorecer su interés por una lectura a
la que pueden acceder con suma facilidad.
Sin embargo lo que han logrado
ha sido justamente lo contrario, alejarlos de esa deseable posibilidad, y
sumirlos de lleno en el oscurantismo del entretenimiento, el embelesamiento y
el enfrascamiento más pertinaz, en una comunicación permanente, así como en una
obnubilación absoluta por unas redes sociales que sólo les brindan un falso
entretenimiento que para nada redundan en su cultura y conocimiento, a la par
que suponen una dejación total, de una necesaria privacidad a la que parecen
haber renunciado definitivamente.
Con frecuencia padres y
maestros se quejan de que los adolescentes no leen o, mejor dicho, que se
limitan a tomar contacto visual con el libro sólo por obligación; leen nada más
que las páginas indicadas por el profesor para un examen. Por su parte, las
librerías informan que los jóvenes no compran libros, y las bibliotecas, que el
porcentaje de libros solicitados en préstamo ha disminuido de manera
considerable. Esta situación, también es extensible al público adulto.
El uso de las nuevas
tecnologías, con muchos años ya de implantación, y con unas enormes
posibilidades para implantar y desarrollar la cultura en sus muchas
manifestaciones, debería haber potenciado su uso y disfrute, pues pone a
nuestro alcance, y sobre todo en el de los jóvenes que son sus principales
usuarios, una poderosa herramienta para leer, formarse y sumar nuevos
conocimientos en todos los órdenes.
Pero no ha sido así. Y no lo es
porque quizás la implantación de dichos medios entre ellos, se ha hecho de una
forma anárquica, desorganizada, carente de toda dirección, tanto lógica como
racional, con unos nefastos resultados que todos podemos observar, cuando los
vemos inmersos en una pantalla de cincuenta centímetros cuadrados, absortos en
unos contenidos casi siempre ajenos a todo valor cultural.
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