martes, 3 de mayo de 2016

LA SOSEGADA COCINA DE LAS ABUELAS

Un precioso día de invierno, como tantos suelen darse por allí, llamo a la casa del pueblo: madre, vamos este fin de semana, no se te olviden las alubias, las mejores del mundo, las tuyas, las que pones a cocer en el puchero de barro desde primera hora de la mañana.
Claro, hijo, me responde la tía María, como yo la llamo.
No te preocupes, en cuanto me levante, enciendo la cocina y las pongo en la placa a fuego lento hasta que lleguéis.
Encargaré un cuarto lantero de cordero, y lo aso en el horno de la cocina económica.
Gracias, madre, seguro que estará todo buenísimo. Tú asas como nadie en el pueblo, y tus judías, son las mejores, con ese toque que sólo tú le sabes dar
Ay qué hijo. Cuanto me alegra que vengáis.                     
Tened cuidado, que hay bastante nieve, y desde Somosierra a Cerezo, dicen que está mal la carretera. Venid despacio.
Tranquila, estaremos allí a la hora de comer. Un beso, tía María. Hasta mañana.
            Adiós hijo. Un beso para las niñas.
            ¡Cuantas veces he disfrutado con esta conversación hablando con mi madre!
Se fue para siempre hace años, que no parecen haber transcurrido, que no han pasado, porque la tengo en mis recuerdos permanentemente, junto con mi padre.
Ambos yacen juntos y para siempre en el pequeño cementerio de Duruelo, el pueblecito de Segovia donde nací, y al que regreso de vez en cuando.
            Como vuelvo también, con el recuerdo, a sus sencillos y deliciosos platos, cocinados en la acogedora y encantadora cocina de la casa del pueblo.
Las alubias eran espectaculares. El cordero un auténtico festín para el paladar, maravillosamente asado, sin más añadidos que un poco de agua y un ligero toque de manteca, y todo ello elaborado en un horno sencillo como el que tenían las cocinas económicas de entonces.
Son los platos que más recuerdo, aunque mención especial merecen también otros, como el cocido, las patatas guisadas, la tortilla, las sopas de ajo, la sopa castellana, el arroz con leche, los flanes, enormes y deliciosos, y tantos otros platos y postres que hacían las delicias de todos.
Una cocina basada en la natural sencillez de los ingredientes, en la autenticidad de los alimentos empleados, en la infinita paciencia y el tiempo empleado para cocinarlos, así como en el amor y la dedicación que nuestras madres ponían a la hora de condimentarlos.
            Uno de los grandes placeres de este terrenal mundo, lo constituye sin lugar a dudas el disfrute de la buena mesa, la tradicional, la que excita los sentidos sólo con el disfrute de su sugerente visión, y todo ello, pese a la existencia y el auge de la denominada cocina minimalista, que parece oponerse a semejante y celestial disfrute, que no obstante jamás podrá competir con el deleite que proporciona la cocina clásica.
No se trata tampoco, de la mesa ampulosa, cara y  sofisticada, al alcance de tan sólo unos cuantos, que disfrutarán sumamente de la exquisitez de unos productos de primera categoría, regados por unos fabulosos caldos, rodeados por cubertería de plata y envueltos en manteles de exquisitos tejidos, sino de la cocina sencilla, natural, ingeniosa y audazmente cotidiana que siempre elaboraron en nuestras casas nuestras madres, a base de legumbres, patatas, alubias y ensaladas, regadas con un buen aceite de oliva.
Metidos en faena, merece la pena recordar, yo que soy de Segovia, cómo se celebraban las bodas en los tiempos de mi infancia, en los pueblos. Se habilitaba el corral, allí donde se guardaban el carro y los aperos de labranza, se disponían unas borriquillas de madera y encima unos largos tablones de madera.
Sobre ellos se disponían  las tarteras de barro, cada una de ellas con un par de cuartos de asado, uno lantero y otro trasero, los platos de ensalada, el pan y las jarras de vino. Eso era todo. Casi nada.
            Y hoy contemplamos con sorpresa y un poco de hartazgo, cómo proliferan en los medios de comunicación los programas de cocina, algunos excesivamente  sofisticados, mientras surgen chefs a diestro y siniestro, incluidos los infantiles, lo cual resulta en ocasiones un poco excesivo y desproporcionado.
Un despropósito que en ocasiones tiene más de espectáculo que de auténtico, pero que puede servirnos para tomar didácticas notas, y nunca mejor dicho, porque no estaría nada mal que se introdujera en la escuela  la gastronomía y la cocina.
Aprender a cocinar desde pequeños, chicos y chicas. Una práctica y divertida asignatura.

No hay comentarios: