Un precioso día de invierno,
como tantos suelen darse por allí, llamo a la casa del pueblo: madre, vamos
este fin de semana, no se te olviden las alubias, las mejores del mundo, las
tuyas, las que pones a cocer en el puchero de barro desde primera hora de la
mañana.
Claro, hijo, me responde la tía
María, como yo la llamo.
No te preocupes, en cuanto me
levante, enciendo la cocina y las pongo en la placa a fuego lento hasta que
lleguéis.
Encargaré un cuarto lantero de
cordero, y lo aso en el horno de la cocina económica.
Gracias, madre, seguro que
estará todo buenísimo. Tú asas como nadie en el pueblo, y tus judías, son las
mejores, con ese toque que sólo tú le sabes dar
Ay qué hijo.
Cuanto me alegra que vengáis.
Tened cuidado, que hay bastante
nieve, y desde Somosierra a Cerezo, dicen que está mal la carretera. Venid
despacio.
Tranquila, estaremos allí a la
hora de comer. Un beso, tía María. Hasta mañana.
Adiós
hijo. Un beso para las niñas.
¡Cuantas
veces he disfrutado con esta conversación hablando con mi madre!
Se fue para siempre hace años,
que no parecen haber transcurrido, que no han pasado, porque la tengo en mis
recuerdos permanentemente, junto con mi padre.
Ambos yacen juntos y para
siempre en el pequeño cementerio de Duruelo, el pueblecito de Segovia donde
nací, y al que regreso de vez en cuando.
Como vuelvo
también, con el recuerdo, a sus sencillos y deliciosos platos, cocinados en la
acogedora y encantadora cocina de la casa del pueblo.
Las alubias eran espectaculares.
El cordero un auténtico festín para el paladar, maravillosamente asado, sin más
añadidos que un poco de agua y un ligero toque de manteca, y todo ello
elaborado en un horno sencillo como el que tenían las cocinas económicas de
entonces.
Son los platos que más
recuerdo, aunque mención especial merecen también otros, como el cocido, las
patatas guisadas, la tortilla, las sopas de ajo, la sopa castellana, el arroz
con leche, los flanes, enormes y deliciosos, y tantos otros platos y postres que
hacían las delicias de todos.
Una cocina basada en la
natural sencillez de los ingredientes, en la autenticidad de los alimentos
empleados, en la infinita paciencia y el tiempo empleado para cocinarlos, así
como en el amor y la dedicación que nuestras madres ponían a la hora de
condimentarlos.
Uno de los grandes placeres de este
terrenal mundo, lo constituye sin lugar a dudas el disfrute de la buena mesa, la
tradicional, la que excita los sentidos sólo con el disfrute de su sugerente
visión, y todo ello, pese a la existencia y el auge de la denominada cocina
minimalista, que parece oponerse a semejante y celestial disfrute, que no
obstante jamás podrá competir con el deleite que proporciona la cocina clásica.
No se trata tampoco, de la
mesa ampulosa, cara y sofisticada, al
alcance de tan sólo unos cuantos, que disfrutarán sumamente de la exquisitez de
unos productos de primera categoría, regados por unos fabulosos caldos,
rodeados por cubertería de plata y envueltos en manteles de exquisitos tejidos,
sino de la cocina sencilla, natural, ingeniosa y audazmente cotidiana que
siempre elaboraron en nuestras casas nuestras madres, a base de legumbres,
patatas, alubias y ensaladas, regadas con un buen aceite de oliva.
Metidos en faena, merece la
pena recordar, yo que soy de Segovia, cómo se celebraban las bodas en los
tiempos de mi infancia, en los pueblos. Se habilitaba el corral, allí donde se
guardaban el carro y los aperos de labranza, se disponían unas borriquillas de
madera y encima unos largos tablones de madera.
Sobre ellos se disponían las tarteras de barro, cada una de ellas con
un par de cuartos de asado, uno lantero y otro trasero, los platos de ensalada,
el pan y las jarras de vino. Eso era todo. Casi nada.
Y hoy
contemplamos con sorpresa y un poco de hartazgo, cómo proliferan en los medios
de comunicación los programas de cocina, algunos excesivamente sofisticados, mientras surgen chefs a diestro
y siniestro, incluidos los infantiles, lo cual resulta en ocasiones un poco
excesivo y desproporcionado.
Un despropósito que en
ocasiones tiene más de espectáculo que de auténtico, pero que puede servirnos
para tomar didácticas notas, y nunca mejor dicho, porque no estaría nada mal
que se introdujera en la escuela la
gastronomía y la cocina.
Aprender a cocinar desde
pequeños, chicos y chicas. Una práctica y divertida asignatura.
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