Solemos pecar de excesos en esta
nuestra vieja patria, con inusitada y continua frecuencia, tanto en un sentido
como en el otro, si de solo dos hablamos, porque si los posibles fueran tan
numerosos como erráticos nuestros despropósitos, las descalificaciones
superarían de tal forma a los reconocimientos, halagos y alabanzas que debieran
reconocerse, que el término gratitud y todos sus sinónimos desaparecerían de
nuestro lenguaje, para dejar paso a la negación y la indiferencia hacia todo
valor humano, material o inmaterial que objetivamente fuera merecedor del más
estricto reconocimiento.
Así pasen cuatro días o cuatrocientos
años, no tenemos inconveniente ni pudor alguno en tornarnos olvidadizos y
remolones a la hora de cantar las alabanzas y aleluyas debidas hacia quien haya
hecho los méritos suficientes para ser públicamente cantados de viva y sincera
voz, pues ello parece escarnecer dolorosamente a quienes les pesa en exceso, no
solamente su capacidad de valorar lo ajeno, sino su incapacidad para hacerse
merecedor de los méritos cuyo reconocimiento deniegan.
No siempre estos comportamientos
son debidos a ese vicio nacional tan negativo y persistente en el tiempo, que
hemos dado en llamar envidia, sino a una desidia injustificable y consciente,
casi siempre llevada a cabo por personas e instituciones que debieran tomar la
iniciativa en determinadas y puntuales ocasiones, y que parecen mantenerse
ajenas a toda responsabilidad que pudieran tener, y de la que suelen deshacerse
con ese otro defecto, tan recurrido como necio e hipócrita, que es pasarle la
pelota al de al lado, en un gesto que nos conduce al origen de toda esta maraña
de despropósitos, que no es otro que la falta de una seriedad exigible, origen
de tantos males.
Algo que nada ni nadie puede
permitirse, y que nos ha perseguido a lo largo de toda nuestra procelosa y
dilatada historia, que pese a nuestra indudable huella cultural en todos los
órdenes, que nos acerca y ancla por un lado al mundo occidental, y por el otro,
la picaresca, la chapuza y la desidia, nos han procurado una bien ganada fama
de país de charanga y pandereta, que tanto daño nos ha hecho, y de lo que no
tenemos obstáculo en reconocer, hasta el punto de hacer chanza y chirigota a su
costa, en un gesto más de una insensatez y falta de conciencia histórica.
Ni siquiera ahora, cuatrocientos
años después de la desaparición del más ilustre representante de la literatura
española y universal, Miguel de Cervantes, hemos sido capaces de honrar en su
justa medida a quién ya entonces dejó entrever en sus escritos algunos de los
aspectos más característicos que siempre han acompañado al temperamento hispánico,
que no parece haberse visto modificado sustancialmente desde entonces. “Oh
envidia, raíz de infinitos males y carcoma de las virtudes”.
En sus obras, y sobre todo en su
inmortal Quijote, Cervantes deja constancia de la ligereza, la desidia, la
desmesura, y la ausencia de una seria y trascendente actitud ante determinados
actos humanos que se suelen sustanciar con una frívola y negativa manera de
afrontarlos mediante la burla, la chanza y la ridiculización de hechos y
personas, como en el caso de Don Quijote, ingenioso personaje, cuya bondad e
ingenua actitud, siempre dispuesto a hacer el bien y a deshacer entuertos, es
tomado como objeto de burla y diversión, donde los más bajos instintos humanos,
como la crueldad y el afán de ridiculizar y despreciar al indefenso, alcanzan
su más alta amplia y alta expresión.
Dos genios de la literatura
universal, Cervantes y Shakespeare, son celebrados en sus respectivos países,
con motivo de los cuatrocientos años transcurridos desde su muerte, con muy
desigual empeño. En Inglaterra, hay programados una inmensidad de actos y
acontecimientos diversos que se desarrollarán a lo largo de todo el año, por
todo el país, y en numerosos escenarios que alcanzan a todas las instituciones
y organismos sociales, culturales y educativos.
Sin embargo en nuestro país, las
críticas alzan su voz ante la indiferencia y la cicatera y manifiesta falta de
interés por parte de las instituciones oficiales y culturales a la hora de
exaltar y divulgar la vida y obra de nuestro más insigne escritor, algo que
solo puede surgir de las insensatas y despectivas instancias encargadas de
desarrollar y divulgar una cultura que ahora, más que nunca, ahora se hallan
bajo mínimos.
Piensa Unamuno, que es mejor
tener ideales, aunque no sean los más pertinentes, que no tenerlos, lamentándose
de que la España de Sancho Panza haya perdido su fe en don Quijote y su
esperanza en la ínsula Barataria.
Un genio de la literatura, que
hace cuatrocientos años, escribió el texto que sigue, acerca de un bien que el
ser humano ha perseguido siempre con denuedo y por el que tantas vidas y se han
sacrificado, merece nuestra más absoluta y total dedicación, algo que hasta
ahora, de forma inexplicable, le estamos en gran medida negando.
"La libertad es uno de los
más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden
igualarse los tesoros que encierran la tierra y el mar: por la libertad, así
como por la honra, se puede y debe aventurar la vida".
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