No siempre resulta fácil
calificar determinados comportamientos humanos, sobre todo a nivel de grupos de
diferente signo, y entidades se refiere, cuando la responsabilidad se ampara en
lo corporativo, aunque de hecho siempre reside en una persona o grupo de
personas físicas, que son de las que en definitiva emanan las oportunas
órdenes, ideas y tomas de decisión.
Y así nos encontramos con
escándalos, y despropósitos varios, fundamentalmente a nivel político, dónde
las consecuencias de los correspondientes estragos causados, merced a la
inapelable e imperiosa decisión del responsable de turno, quedan camuflados y
ocultos tras un mar de difusos, oscuros e intrincados intentos de confundir y
desviar la atención, algo que consiguen lograr con frecuencia, con sorprendente
y relativa facilidad.
Se intenta así diluir toda
posible autoría en un mar de inconfesables desatinos, que a modo de intrincadas
y laberínticas excusas, tratan de desviar las culpas, alejándolas de sus
verdaderos autores, y depositándolas en los brazos del grupo, que al final
eludirá toda responsabilidad, sobre la base de su mole administrativa, ante la
que los órganos competentes de la administración y la justicia, poco suelen y a
veces pueden hacer.
Son maniobras que conllevan una indudable dosis de maldad,
muchas veces permitidas por quienes deben velar por la ética y la limpieza de
unos actos que tienden a ocultar inconfesables decisiones llevadas a cabo por
parte de quienes tienen un ineludible y determinante compromiso con la
legalidad y la limpia ejecución a las que su cargo obliga.
Todas estas circunstancias,
suelen darse no solamente en corporaciones bien oficiales, bien privadas, de
mayor o menor entidad y tamaño, sino que en ocasiones, el nivel del listón se
halla a una mayor y más importante y determinante altura, que suele ser
intocable.
Es el caso de los responsables
políticos situados al máximo nivel, llegando incluso a su más alta expresión,
que llegado el caso, se blinda tras la muralla del ejército de subordinados y
de obstáculos administrativos y jurídicos de todo orden y condición, para
desviar la carga culpable hacia ellos, cuando toda la responsabilidad última es
única y exclusivamente suya.
Casos tenemos en nuestro país
en los que el que debiera dar la cara y afrontar las oportunas consecuencias,
se evade de las mismas, alegando un desconocimiento no creíble, de lo que está
sucediendo en su propia casa, llámese despacho, departamento, ministerio o
zonas nobles del más alto y decisivo nivel.
Despilfarros vergonzantes,
corruptelas miserables, sobres que se pasean por los despachos, mordidas y
porcentajes del tres y cinco por ciento, cantidades que van en negro y retornan
en blanco, discos duros que desaparecen en diferido y formateos en directo,
whatsapp animando al personal a ser fuerte, correos obscenos en las
inmediaciones de palacio, y en fin, toda clase de desvaríos imaginables, que
denotan una picaresca subida de tono, que denotan una absoluta falta de control
de tal entidad, que no se corresponde con un país serio.
Y sin embargo, aquí nadie
dimite, nadie reconoce sus errores, nadie toma las decisiones que debiera por
mor de su posición, nadie quiere enfrentarse a sus responsabilidades.
Y es que eso de dimitir, aquí,
y desde siempre, nunca ha estado bien visto.
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