lunes, 9 de mayo de 2016

LA MALA GENTE

No siempre resulta fácil calificar determinados comportamientos humanos, sobre todo a nivel de grupos de diferente signo, y entidades se refiere, cuando la responsabilidad se ampara en lo corporativo, aunque de hecho siempre reside en una persona o grupo de personas físicas, que son de las que en definitiva emanan las oportunas órdenes, ideas y tomas de decisión.
Y así nos encontramos con escándalos, y despropósitos varios, fundamentalmente a nivel político, dónde las consecuencias de los correspondientes estragos causados, merced a la inapelable e imperiosa decisión del responsable de turno, quedan camuflados y ocultos tras un mar de difusos, oscuros e intrincados intentos de confundir y desviar la atención, algo que consiguen lograr con frecuencia, con sorprendente y relativa facilidad.
Se intenta así diluir toda posible autoría en un mar de inconfesables desatinos, que a modo de intrincadas y laberínticas excusas, tratan de desviar las culpas, alejándolas de sus verdaderos autores, y depositándolas en los brazos del grupo, que al final eludirá toda responsabilidad, sobre la base de su mole administrativa, ante la que los órganos competentes de la administración y la justicia, poco suelen y a veces pueden hacer.
Son maniobras  que conllevan una indudable dosis de maldad, muchas veces permitidas por quienes deben velar por la ética y la limpieza de unos actos que tienden a ocultar inconfesables decisiones llevadas a cabo por parte de quienes tienen un ineludible y determinante compromiso con la legalidad y la limpia ejecución a las que su cargo obliga.
Todas estas circunstancias, suelen darse no solamente en corporaciones bien oficiales, bien privadas, de mayor o menor entidad y tamaño, sino que en ocasiones, el nivel del listón se halla a una mayor y más importante y determinante altura, que suele ser intocable.
Es el caso de los responsables políticos situados al máximo nivel, llegando incluso a su más alta expresión, que llegado el caso, se blinda tras la muralla del ejército de subordinados y de obstáculos administrativos y jurídicos de todo orden y condición, para desviar la carga culpable hacia ellos, cuando toda la responsabilidad última es única y exclusivamente suya.
Casos tenemos en nuestro país en los que el que debiera dar la cara y afrontar las oportunas consecuencias, se evade de las mismas, alegando un desconocimiento no creíble, de lo que está sucediendo en su propia casa, llámese despacho, departamento, ministerio o zonas nobles del más alto y decisivo nivel.
Despilfarros vergonzantes, corruptelas miserables, sobres que se pasean por los despachos, mordidas y porcentajes del tres y cinco por ciento, cantidades que van en negro y retornan en blanco, discos duros que desaparecen en diferido y formateos en directo, whatsapp animando al personal a ser fuerte, correos obscenos en las inmediaciones de palacio, y en fin, toda clase de desvaríos imaginables, que denotan una picaresca subida de tono, que denotan una absoluta falta de control de tal entidad, que no se corresponde con un país serio.
Y sin embargo, aquí nadie dimite, nadie reconoce sus errores, nadie toma las decisiones que debiera por mor de su posición, nadie quiere enfrentarse a sus responsabilidades.
Y es que eso de dimitir, aquí, y desde siempre, nunca ha estado bien visto.

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