Continúa la incertidumbre
política. A estas alturas, después del consabido recurrido y machacado 20 D,
seguimos en ascuas, sin saber a qué atenernos, a qué palo mágico tocar, en un
intento de descifrar pronta y certeramente la que se avecina para el 26J.
Algo que es más que lógico y
ciertamente explicable, habida cuenta de los profundos cambios que se han dado
en las preferencias de los votantes, y que se han visto reflejados en la
imposibilidad manifiesta de las múltiples tendencias para llegar a acuerdos y
formar un gobierno que se está haciendo esperar más de la cuenta.
Curiosamente, lo que no fue
posible en todo ese tiempo, parece haberse enmendado en apenas unos días. La
irrupción de Unidos Podemos - nada ingeniosa una denominación, cuya búsqueda
les ha llevado más tiempo que los propios términos del acuerdo - y que ha
supuesto un auténtico golpe de mano que han llevado a cabo Izquierda Unida y
Podemos.
Las consecuencias de esta
alianza, son ahora mismo un tanto impredecibles. El electorado, los ciudadanos,
en suma, aún no han asimilado un hecho, que necesariamente supondrá un cambio
para muchos de ellos a la hora de depositar el voto en las urnas, lo que traerá
consigo unos resultados forzosamente diferentes a los de la anterior votación.
¿Cómo reaccionarán los
partidarios de cada uno de los dos grupos? Parece, en principio, que después de
la consulta previa llevada a cabo, la mayoría está de acuerdo con la suma de
fuerzas, pero no hay que dejar al margen, no hay que olvidar, ni obviar por un
sólo momento, que el porcentaje de participación en dicha consulta, ha sido muy
minoritario.
Tan sólo alrededor de un treinta
por ciento, que debería considerarse muy preocupante, y que se presta a
múltiples interpretaciones, todas ellas no analizadas en profundidad hasta
ahora, pero que en definitiva suponen que un alto número de sus votantes con su
abstención, o están en desacuerdo, o no tienen una decisión formada sobre el
tema.
Todo esto no debería permitir a ambos
partidos lanzar las campanas al vuelo - que no obstante ya están llevando a
cabo con auténtica fruición y entusiasmo - pues pueden llevarse una
desagradable sorpresa, si no se esfuerzan, y mucho, en convencer a ese setenta
por ciento que no ha tomado partido en la decisión previa acerca de la unión de
ambos grupos.
¿Un partido con una sólida base y
tradición histórica como Izquierda Unida, se ha echado en brazos de una
formación como Podemos, surgida hace poco más de un año, o ha sido a la
inversa? ¿Quién se ha subido al carro de quién? ¿Ambos se necesitaban y se han
unido en un fraternal abrazo? ¿Se adivina por algún resquicio el abrazo del
oso? ¿Y en este caso, a cuál de ellos le correspondería el papel del
plantígrado?
La respuesta, a priori, parece
sumamente elemental: Podemos ejercería del bello y fiero animal. Pero quizás
quepa una mejor, más elaborada y precisa, más sopesada y racional. Hasta quizás
más lógica, si me lo permiten: Hay abrazo, pero no hay un sólo oso dominante.
En el otro lado se encuentran los oseznos. Y además, los papeles están cambiados.
Juzguen ustedes.
¿Y quién teme a estos osos
transformados en un único lobo feroz? La respuesta no puede ser más sencilla,
nítida y evidente: todos los demás partidos, y en especial los dos grandes, por
mucho que intenten disimularlo en un esfuerzo vano e inútil, que no logra
confundir a nadie.
La campaña, aunque no oficialmente,
ya ha comenzado. Algunos están señalando a Unidos Podemos como un partido
comunista, leninista y cuantos apelativos similares podamos encontrar. Todos
ellos apuntan a calificarlos como extremistas de izquierdas, capaces poco menos
que a destruir el Estado moderno, tal y como lo conocemos, y convertirlo en un
modelo bolivariano, cuyas connotaciones suenan sumamente funestas.
El hecho es que la coalición
resultante, impone un auténtico respeto demasiado próximo al miedo para
demasiada gente, no sólo los partidos oponentes, sino, y esto es más
preocupante, para muchos ciudadanos, que desconfían de un grupo en exceso
escorado hacia una izquierda que consideran en extremo radical, y que podría
dar al traste con su seguridad y tranquilidad económica, léase jubilados y pensionistas
entre otros, que podrían restarles muchos votos.
El abrazo del oso podría quedar
sólo en eso: en un gesto amistoso de cara a la galería, que los contemplaría
como si de un circo se tratase. Pero sin permitirles superar los límites de la
pista donde se desenvuelven.
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