En realidad sí ha pasado, pero no
lo suficiente para dar carpetazo de una vez, y a las segundas de cambio, poder
determinar clara y rotundamente quienes van a gobernar este proceloso país,
después de seis meses de una espera, que se ha demorado demasiado, y que no
garantiza con total seguridad que de aquí saldrán las oportunas alianzas, sin
las cuales será imposible llevar a cabo la formación de nuevo gobierno.
Y todo ello pese a la promesa de
los líderes de los grandes partidos, que durante la campaña, exactamente en el
debate a cuatro, prometieron llegar a acuerdos, con el objeto de que de ninguna
forma hubiese que convocar unas terceras elecciones, que supondrían un
auténtico batacazo para ellos mismos y para una ciudadanía que dudosamente
soportaría estoicamente semejante desvarío.
Algo que podría llegar a un
estado de nerviosismo y rabia popular tal, que no sería nada extraño que en ese
remoto caso de nueva convocatoria de elecciones, y tal como aventuraba un
político en los medios de comunicación, podría llegar en algunos casos, a
agresiones más o menos violentas hacia los políticos, que podrían incluso temer
por su integridad física en algunos mítines, donde la ira popular llegase al
límite.
Los resultados de esta segunda
vuelta, han dejado un poco más claro el panorama político, pero no lo
suficiente como para presumir unos acuerdos que den paso a una formación
inminente de un gabinete, que se nos antoja complicado después de que sólo el
PP, haya conseguido aumentar en catorce escaños la renta que tenía, mientras
que el resto de los partidos, han perdido una media de cinco a diez, lo que ha
supuesto una importante pérdida para una izquierda que se ha visto penalizada
hasta tal punto, que algunos de sus líderes no encuentran explicación razonable
alguna.
Las previsiones hechas por las
empresas encargadas de las encuestas – sobre las que se cierne un creciente
desprestigio – han fracasado hasta extremos casi inimaginables. Y lo decimos
así, porque ya traían ese aura de errores inexplicables, que ahora se han
acentuado aún más en esta ocasión, con unas previsiones que daban a Podemos
como segunda fuerza por delante del Psoe, mientras que el PP se estancaba, algo
que ha sido desmentido por los votantes, que han premiado al partido en el
gobierno y ha castigado al resto.
Inexplicable para muchos
analistas, el hecho de que el PP haya sido premiado de esta forma, cuando sobre
él penden acusaciones de todo tipo sobre corrupción, que ha llegado al extremo
de que hasta en Valencia, y sobre todo en Sevilla, han ganado, algo que resulta
increíble de todo punto de vista.
¿Qué ha pasado por la mente de
los ciudadanos para votar de esta forma? ¿Cómo se explica que no hayan
castigado a un partido abrumado por casos de corrupción en sus filas y de dudas
más que razonables de extraños manejos que han salpicado incluso al presidente
del gobierno con su “Tranquilo Luis” y “Todo es mentira, salvo alguna cosa”, y
otras lindezas semejantes?
Sólo el voto del miedo, la
inseguridad y la incertidumbre incrementados por la actual coyuntura
internacional, así como los errores cometidos por la izquierda, pueden explicar
unos resultados que parecen llevar a la conclusión de que el voto conservador
garantiza mejor sus intereses. Nada convincente, por otra parte.
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