lunes, 1 de agosto de 2016

LA HUCHA SE AGOTA

Aquellas huchas de barro, guardaban nuestros magros ahorros que Íbamos atesorando celosamente día tras día, a lo largo de todo un año, a base de introducir en ella, y a través de la correspondiente y discreta ranura, las monedas que ocasionalmente lográbamos, bien en el cumpleaños, en alguna agradecida visita, en los festivos y luminosos domingos, navidades y en otras gozosas y felices ocasiones, cuando agitábamos alegre y sugerentemente el sonoro artefacto de basta y rústica cerámica, delante de quienes pensábamos, se dejarían influir por nuestra tierna, sugerente y solícita sonrisa infantil, que no solía verse defraudada.
Monedas de diez céntimos, llamadas perras gordas; de cincuenta céntimos, denominadas también de dos reales; de peseta, e incluso de cinco pesetas, también conocidas por duros, si éramos afortunados, se depositaban a través de la estrecha ranura, golpeando el fondo de la vasija de barro, también denominada alcancía, provocando en nuestros ingenuos y alegres rostros, una abierta y feliz sonrisa, que nos movía a agitarla enérgicamente, en señal de alegre y regocijante agradecimiento, hacia tan espléndido y generoso contribuyente, al que le quedábamos eternamente agradecido.
Predominaban las que poseían una forma cilíndrica, achatada por sus polos, y rematada por un sencillo adorno en su parte superior, a modo de minúsculo pináculo, que rivalizaban con las que tenían forma de cerdito, seguramente porque como ellos, estaban destinadas al sacrificio, que solía hacerse una vez al año, cuando con motivo, quizás de alguna fiesta o acontecimiento similar, se rompía la hucha, soltando su preciado y precioso contenido, para alegría y regocijo de quienes tenían la fortuna de celebrarlo.
Pero la hucha de la que aquí hablamos, no responde a ninguna de las que aquí citamos, ni tiene parangón posible con lo anteriormente relatado, salvo que, al fin y al cabo, se trata también de un fondo de reserva, pero en este caso, de la Seguridad Social, fondo que no debe tocarse salvo circunstancias muy excepcionales.
Y estas parecen haberse dado últimamente con excesiva y precipitada frecuencia, hasta el punto de que el gobierno ha echado mano de dicho fondo con nocturnidad y alevosía, con el objeto de pagar la última paga extra de los pensionistas, correspondiente a junio del presente año, con lo que el remanente que queda en esta singular hucha, cubriría la extra de diciembre, y las dos pagas extras del año 2017, momento en que la citada alcancía virtual, quedaría a cero, sin existencia alguna, lo que vislumbraría un oscuro futuro pleno de incertidumbre para los pensionistas que verían en peligro el cobro de sus pagas extra.
Llegados a este punto, nos vemos obligados a sacar a la luz un Fondo de pensiones ejemplar y sumamente efectivo que disfrutan en Noruega. Es el fondo de inversión más importante del mundo, propiedad del gobierno de Noruega y que cuenta en la actualidad con un patrimonio superior a los 400.000 millones de euros.
El fondo se creó en el año 1990 por el gobierno de Noruega con un objetivo bien claro: invertir todos los beneficios que el país obtenía de la extracción de petróleo (en Noruega la extracción de petróleo es controlada por grandes empresas cuya propiedad es el estado) en empresas de todo el mundo con el fin de poder mantener y pagar las futuras pensiones de sus ciudadanos.
El Fondo de Pensiones de Noruega, que invierte con criterios éticos, sociales y ambientales, participa en cerca de 700 compañías de todo el mundo, de las que unas 70 son españolas. La composición del fondo es ciertamente agresiva, el 60% de las inversiones del fondo son activos de renta variable (acciones de empresas), un 35% en renta fija (deuda soberana) y el 5% restante en bienes raíces (inmuebles). 
Noruega sólo toma cuatro por ciento de las ganancias del Fondo, mientras que enfoca su estrategia de país hacia la diversificación porque tienen algo muy claro en mente, “no tendremos por siempre petróleo”.
Un encomiable ejemplo para todos los países del mundo y para las sociedades más avanzadas, donde los pensionistas pugnan por asegurar su futuro, en ocasiones amenazado, como sucede en nuestro país. La Administración invita y recomienda con harta y pertinaz frecuencia a los ciudadanos, en el sentido de que suscriban planes de pensiones privados, para poder afrontar así con garantías un incierto futuro.
De nuevo, al cabo de tantos años, nos vemos en la necesidad de retomar aquella añorada hucha, a la que esperemos, no haya que recurrir con frecuencia.

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