Gozoso y afortunado país el
nuestro, que se permite el lujo de celebrar fiestas durante todo el año, con
preferencia durante los cálidos meses de julio a septiembre, con una duración
media en muchos casos de una semana, tiempo más que suficiente para disfrutar
de las mismas, y que no se han visto reducidas en su programación ni en un solo
día en los últimos y sufridos años.
Pese a la crisis que lleva años
campante, sin que esta circunstancia parezca haber afectado en absoluto al
presupuesto destinado a tal efecto. Celebraciones que en la mayoría de los
casos tienen un par de motivos o eje
central común, que se sustancian, bien en la exaltación de un acontecimiento religioso,
o bien en uno taurino o en ambos, que es algo harto frecuento en muchas fiestas
que salpican el territorio nacional durante el verano.
Contemplando el cartel de las
fiestas de la ciudad en la que resido, próxima a Madrid y famosa por sus
encierros, observo cómo se reparten a partes iguales los motivos religiosos y
las imágenes más profanas de los toros, tratando de congeniar ambos con una
modernidad que se nos antoja imposible a estas alturas del siglo XXI, pero que
permanece inalterable desde tiempos inmemoriales.
Leyendo el texto del reclamo
gráfico, léase cartel de las fiestas, que por supuesto está sometido a un
concurso, imagino que internacional, y dotado de un premio económico
considerable, se observa que al pie del principal, dedicado al Santísimo Cristo
de los Remedios, destaca una leyenda que no deja de sorprender al lector que detenido
la contempla y que dice lo siguiente: fiestas declaradas de interés turístico
nacional.
No ignoramos que el turismo en
España es una de las principales fuentes de ingresos, que llega a suponer más
de un diez por ciento del producto interior bruto, algo realmente considerable,
aunque siempre frágil, por su propia naturaleza. Pero de ahí a pretender que
unos festejos basados en la religión y los toros, supongan un valor añadido
turístico, que quisiéramos traducir en cultural, hay un gigantesco paso.
No es esta una población que
carezca de buenas infraestructuras, comunicaciones y otros aspectos que
supongan cuidados y beneficios para sus ciudadanos, ya que se encuentra en una
zona muy cercana a la capital, y de ello se beneficia sin duda, aunque tampoco
destaca en exceso, con lagunas considerables que deberían ser más tenidas en
cuenta.
Sin embargo, jamás le faltaron a
sus fiestas las dotaciones presupuestarias necesarias, que además han ido en
aumento en los últimos años, y que suponen un motivo de quejas no atendidas en
cuanto a molestias de todo orden, fundamentalmente de ruidos y movilidad, como
este año, con el recorrido de los famosos encierros, cuyo trayecto se valla
desde dos semanas antes con los consiguientes problemas de movimiento por
dichas calles, donde los ciudadanos quedan atrapados en unos callejones por
donde han de moverse.
A todo ello, se han sumado unas absurdas,
molestas y sobredimensionadas tribunas, con el objeto de que la gente pueda
contemplar desde ellas y cómodamente – durante veinte segundos - el correspondiente
espectáculo taurino, que junto a las procesiones de imágenes recorriendo las
calles entre el fervor de las gentes, componen el susodicho evento digno de ser
distinguido como de interés turístico nacional, a la altura de nuestro soberbio
arte románico y gótico, nuestras maravillosas catedrales, museos, ciudades,
paisajes naturales y demás atractivos de alto nivel ético y estético, que nada tienen que ver con las fiestas
patronales aludidas.
Leo en la prensa cómo este año,
al igual que en los anteriores, varias personas han muerto, bien en los
encierros, bien en las celebraciones taurinas celebradas en numeroso pueblos,
en recintos que no reúnen las necesarias medidas de seguridad, o que tienen
lugar en sus calles, y que se celebran con motivo de las fiestas del lugar.
Inexplicable e inadmisible que
esto suceda, y más aún que a estos festejos se los distinga con el pretendido
reclamo de fiestas turísticas de interés nacional. Es todo un despropósito, que
no escapa al sentimiento y a la percepción de una mínima sensibilidad, que no
puede estar de acuerdo con estas manifestaciones que nada tienen de turísticas,
ni mucho menos culturales.
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