lunes, 24 de octubre de 2016

DE SEGOVIA A BADALONA

Qué bonito es Badalona, en invierno y en verano, con mantilla y barretina, a la sombra y al solano, tal como la describe Serrat en su célebre canción, que ahora viene a colación, cuando los medios de comunicación airean a pleno pulmón los acontecimientos allí vividos en el ayuntamiento de ese bonito pueblo, que hace ya demasiados años decidiera cantarle Joan Manuel, en un alarde de buen humor, desprovisto de cualquier sospecha de la marea independentista que ha motivado los sucesos que se citan, y que tan lejos están de la letra y el espíritu que desprende esta canción de Serrat.
Y es que algo se ha roto en la apacible y serena relación que siempre existió entre Cataluña y el resto de España, que siempre se materializó en una sincera admiración hacia una región que la veíamos con una sana envidia, ante su fuerza industrial, y la pujanza económica que siempre le ha caracterizado, así como por sus innumerables y valiosos atractivos culturales, que hicieron que volviésemos la vista con respeto y admiración hacia quienes hoy dicen que no los queremos, que los odiamos, que los tratamos despectivamente.
Todas esas  consideraciones nos llevan a la conclusión taxativa de que la situación creada no responde a una ofensiva desatada por una ciudadanía del resto de España, que desprecia o desatiende a los catalanes, que además, en una importante proporción, son originarios de esa población de otras regiones, que contribuyeron al desarrollo de Cataluña, y que se sienten tanto catalanes como españoles, a la vez que integrantes de una Europa, a la que todos, por igual, pertenecemos.
Los sucesos acaecidos en Badalona el día doce de octubre, con una desobediencia absurda y radical por parte de los concejales del ayuntamiento, no contribuyen a un necesario entendimiento y a una paz y sosiego social, que todos deseamos, y que se necesita para actuar racionalmente por ambas partes, para alejarse de todo radicalismo y fundamentalismo siempre negativos, que no hacen sino alejar unas posiciones cada vez más resueltas a llegar a acuerdos que puedan resolver un problema que pesa ya demasiado en una sociedad que no puede ni obviarlo, ni permitirse el lujo de mirar hacia otro lado.
No podemos permitirnos el lujo de prescindir de Cataluña. Demasiado doloroso en todos los sentidos. Más de la mitad de la población, no lo desea, con lo que los enfrentamientos entre ambas posiciones, instalados ya a nivel incluso familiar, pueden llegar a generalizarse en otras instancias, trasladándose a la calle, algo absolutamente rechazable y no deseable, que podía eternizarse en una sociedad dividida y enfrentada.
Por otra parte, el daño infringido a este País, sería de unas enormes proporciones, dado el hecho de que la economía catalana supone el veinte por ciento del pib de España, y que la pérdida de población, alcanzaría la considerable cifra de siete millones y medio de habitantes. Como le sucedería a Cataluña fuera de España, y cuyas consecuencias negativas, sus gobernantes se esfuerzan por ocultar a la ciudadanía catalana.
Hace no mucho tiempo, un vecino de Badalona, llegó a la inefable conclusión de que su pueblo es una nación. Aducía para ello, que Badalona posee un territorio propio. Segovia, mi ciudad, también tiene el suyo. Posee, dice, vegetación y fauna propias. Nosotros tenemos chopos, álamos, encinas, robles, enebros, conejos, codornices, perdices, cigüeñas, águilas, palomas. Afirma también, que tienen lengua, historia y economía también propias.
Pues bien, el Castellano es nuestra hermosa lengua, históricamente Castilla nos avala, y en cuanto a la economía, somos afortunados poseedores de la mies de nuestros prodigiosos campos, de una soberbia y rica gastronomía, y de un amplio y grandioso patrimonio artístico que disfrutamos.
Nada, por lo tanto, que envidiar a Badalona. Tenemos, como mínimo, lo mismo que ellos. Pero somos una buena, tolerante y pacífica gente, que no ansía más que vivir en armonía con todos los ciudadanos de paz de este País. También con los de Badalona, y con el resto de la Humanidad. Afortunados que somos, oigan.

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