Desalentadoras las cifras que
hablan del porcentaje de lectores entre la población de este País en general y
de los jóvenes en particular, que nos conducen a una conclusión que deja pocas
dudas y esperanzas a la hora de confiar en una recuperación en este sentido a
medio plazo.
A ello habremos de añadir el
deplorable hecho de que la tecnología imperante, que puede y debe ayudar a este
fin, no colabora ni ayuda lo más mínimo, sino más bien al contrario, ya que
simple y llanamente lo utilizan para otros menesteres que nada tienen que ver
con las capacidades y potencialidades formativas que poseen y que no llegan
aprovechar.
Los más jóvenes, desde su más
tierna adolescencia, permanecen demasiadas horas al día, absorbidos por
completo por esa tiranía que ejerce el móvil en sus vidas, seduciéndolos de tal
forma, que han visto reducidas hasta las relaciones directas entre ellos.
Y es que se interpone la
dictadura de un aparato en el que depositan todas las comunicaciones que antes
llevaban a cabo de tú a tú, y que ahora, pese a estar en grupo, lo llevan a
cabo a través del susodicho ingenio, que ha sustituido la comunicación interpersonal,
por la pantalla de un móvil, que los ha fascinado y seducido hasta la
extenuación.
Un ingenio de la tecnología
moderna que permite y facilita el acceso a una necesaria lectura que han
marginado en aras de un uso lúdico que nada tiene que ver con las bondades, el
disfrute, la magia y el encanto que la afición y la práctica de la lectura
procura a quienes tienen el acierto y la sapiencia suficientes para valorar
esta valiosa y hermosa dedicación que ilustra, divierte y entretiene.
Todo ello a la par que seduce y
transporta al lector a mundos reales e imaginarios que nos llenan de emoción y
magia y que nos conducen a hechos y lugares históricos, pasados y presentes, a
la vez que nos introducen en mundos futuros aún por descubrir.
Donde la literatura a través de
la novela, el teatro, el ensayo y la poesía, sin encontrar límites ni
espaciales ni temporales, nos sumergirán en nuevos y emocionantes mundos, en
una experiencia vital inolvidable, que enriquecerá nuestra cultura y nuestro
tiempo, a la vez que nos proporcionará el placer y la satisfacción que el viajero
experimenta en su aventura a lo largo del real o imaginario trayecto.
Pocos placeres nos han sido
dados a los humanos como el hermoso y agradecido regalo de la lectura. Cuando
un libro nos atrae intensa y profundamente, deseamos que el tiempo pase más
rápido, más fugaz, más vertiginoso, de tal forma que vuelva a llegar el momento
en que nos introduzcamos de nuevo en él, en su mundo, en su localización, donde
los personajes con frecuencia se desenvuelven conformando un mágico e irreal espectáculo,
que el apasionado y entregado lector transforma de imaginario en real, de
virtual en tangible.
Pero nuestros jóvenes no
parecen estar en ello, en la labor de formarse, entretenerse y vivir mundos
nuevos a través de los libros. Prefieren embeberse en esa tecnología que pese a
sus posibilidades a estos efectos, únicamente les procura una diversión
pasajera, sin posibilidad alguna de conocer nuevos escenarios que los
deleitarán, pero que no han hallado aún, inmersos como están en otros
tecnológicos universos.
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