Mientras estas líneas se
plasman en el papel, contemplo con una mezcla de asombro e incredulidad, las
concentraciones de catalanes en calles y plazas de Cataluña con motivo de la
huelga general convocada para protestar por los sucesos acaecidos el día uno de
octubre, mientras se llevaban a cabo las votaciones para el ilegal referéndum.
Consulta que pese a todas las
prohibiciones emitidas por el Tribunal Constitucional, consiguieron llevar a
efecto utilizando cuantas artimañas y desatinos pudieron utilizar, y cuyos imaginarios
y truculentos resultados, aún estamos esperando cuarenta y ocho horas después.
Una huelga que movería a la
risa, si no fuera porque el asunto es extremadamente serio, ya que no se
protesta por motivo laboral alguno, sino por los malos tratos recibidos por los
votantes a cargo de las fuerzas de seguridad encargadas de evitar una votación
que vulneraba la Constitución, y que los susodichos ciudadanos juzgaron
extremadamente violentas.
A tal extremo afirman que llegó,
que según el gobierno catalán, causaron cerca de novecientos heridos, cifra
absolutamente ridícula y exorbitante, que hubiera colapsado hasta los
hospitales, que en ningún momento se vieron sumidos en semejante situación.
Vaya por delante que los medios
utilizados por la policía española, no por la catalana que hizo mutis por el
foro, se limitó a intentar retirar las urnas y a los ciudadanos que trataron de
impedirlo, con la lógica consecuencia de forcejeos y un mínimo empleo de la
fuerza, inevitable en tales circunstancias.
Todo este esperpento
huelguístico, ha movilizado a una parte importante de esa mitad de catalanes
que comulgan con el independentismo, con la ausencia, no obstante, de sectores
empresariales y sindicales que estando en desacuerdo con esta convocatoria, no
han querido participar en una huelga extraña y fundamentalista convocada por los sectores más radicales.
Todo ello en una sociedad que
parece haber entrado en una loca huída hacia adelante en busca de una
independencia que pretenden proclamar saltándose todas las leyes
constitucionales, declarándose en rebeldía y llevando a cabo una desobediencia
total que encabezada por el gobierno catalán en pleno, ha arrastrado a media
Cataluña a una locura colectiva de consecuencias que ahora no podemos precisar,
pero que sin duda es inmensamente preocupante.
El País asiste asombrado ante
todos estos hechos, al tiempo que en Europa, que comprenden en su mayoría la
posición Española ante el desafío constitucional planteado, asisten a este
deplorable espectáculo, comenzando también a sentir una cierta preocupación.
Y es así, por el hecho de que
estos sucesos que constituyen una absoluta quiebra de la paz y el respeto
constitucional, puedan llegar hasta sus países, donde la mayoría tienen motivo
para pensar que alguna de sus regiones, visto el caso catalán, tomen ejemplo y
decidan subvertir el orden legal con el objeto de levantarse contra el Estado,
algo que evidentemente no desearían afrontar, y que les obliga a seguir con
suma atención cuanto está sucediendo en Cataluña. Extremadamente preocupante,
absurdo y sumamente esperpéntico.
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