Como si de una inacabable serie
por entregas se tratara, el culebrón catalán continúa deleitándonos con sus
interminable capítulos de intriga, cuando no de ciencia ficción, que habiendo
comenzado hace más de un año, promete continuar durante mucho tiempo aún,
durante el cual nos esperan, sin duda, innumerables y suculentos capítulos que
todos esperamos con auténtica fruición.
Todo ello pendiente de una trama que ya
empieza a desbordarse, en un afán por entretener y desesperar al mismo tiempo,
a una audiencia que ya no se sorprende por nada, pero que comienza a desesperar
ante tanto cambio, tanto desvarío y tantas y tan inefables novedades como se le
presentan, las cuales no dejan entrever cómo y cuándo terminará la novelada
entrega.
La incertidumbre comienza a
pesar como una losa sobre el denominado proceso catalán, que no es otra cosa
sino un claro y fragrante caso de rebelión de una comunidad autónoma, sujeta
como todas las demás a la Ley y a una Constitución que rige por igual en todo
el territorio nacional, y ante la que el gobierno de esta región, ha decidido
rebelarse con una desobediencia notoria, llegando hasta la secesión.
Después del esperpéntico
referéndum que de una forma grotesca llevaron a cabo, los resultados que han
salido a la luz, emitidos no por una junta electoral acreditada como tal, que
dicho de paso, no existía, sino por el mismo Govern, lo que constituye una
irregularidad más de las muchas habidas, anunciaban unos datos absolutamente
favorables para ellos, los cuales, afirmaban, les legitimaban para declarar la
independencia.
Llegados a este punto, y ante
las sucesivas sentencias del Tribunal Constitucional invalidando y suspendiendo
cuantas acciones ilegales se saltaban la principal norma legal del Estado, convocaron
un pleno en el que el presidente catalán, sin debate alguno, propondría la
independencia unilateral, lo que supondría la proclamación de la República
Catalana.
Y hete aquí, que llegado el día
y la hora, después de una inesperada y extraña espera de sesenta minutos,
cuando había llegado el momento del comienzo, el presidente tomó el uso de la
palabra para, en esencia, asumir el mandato del pueblo catalán que en
referéndum había decidido con su voto la proclamación de la independencia, para
inmediatamente después, en el siguiente párrafo, suspenderla.
Atónitos todos, aunque unos más
que otros, los diputados, invitados y medio mundo que asistía a través de los
medios de comunicación, se miraron sorprendidos, tratando de descifrar
semejante desatino, ininteligible, retorcido e imposible de comprender sobre la
marcha, en un acto de incomprensible y grotesca capacidad de confundir perversa
y deliberadamente a una audiencia que no daba crédito a cuanto allí tenía
lugar.
Para completar la mascarada, la
farsa, la trampa en forma de taimado e inverosímil relato, los diputados
independentistas, firmaron un documento de inquebrantable adhesión a la
República Catalana, eso sí, fuera de sede parlamentaria, para evitar
comprometerse, sin dejar de hacerlo, para confirmar el sí, pero no, la
suspensión, sin suspender.
La historia, en definitiva, más
rocambolesca que la política ficción ha visto jamás. Una auténtica y verdadera
ceremonia de la confusión, aberrante e irracional sin paliativos.
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