jueves, 26 de octubre de 2017

LA TRAMPA

Como si de una inacabable serie por entregas se tratara, el culebrón catalán continúa deleitándonos con sus interminable capítulos de intriga, cuando no de ciencia ficción, que habiendo comenzado hace más de un año, promete continuar durante mucho tiempo aún, durante el cual nos esperan, sin duda, innumerables y suculentos capítulos que todos esperamos con auténtica fruición.
 Todo ello pendiente de una trama que ya empieza a desbordarse, en un afán por entretener y desesperar al mismo tiempo, a una audiencia que ya no se sorprende por nada, pero que comienza a desesperar ante tanto cambio, tanto desvarío y tantas y tan inefables novedades como se le presentan, las cuales no dejan entrever cómo y cuándo terminará la novelada entrega.
La incertidumbre comienza a pesar como una losa sobre el denominado proceso catalán, que no es otra cosa sino un claro y fragrante caso de rebelión de una comunidad autónoma, sujeta como todas las demás a la Ley y a una Constitución que rige por igual en todo el territorio nacional, y ante la que el gobierno de esta región, ha decidido rebelarse con una desobediencia notoria, llegando hasta la secesión.
Después del esperpéntico referéndum que de una forma grotesca llevaron a cabo, los resultados que han salido a la luz, emitidos no por una junta electoral acreditada como tal, que dicho de paso, no existía, sino por el mismo Govern, lo que constituye una irregularidad más de las muchas habidas, anunciaban unos datos absolutamente favorables para ellos, los cuales, afirmaban, les legitimaban para declarar la independencia.
Llegados a este punto, y ante las sucesivas sentencias del Tribunal Constitucional invalidando y suspendiendo cuantas acciones ilegales se saltaban la principal norma legal del Estado, convocaron un pleno en el que el presidente catalán, sin debate alguno, propondría la independencia unilateral, lo que supondría la proclamación de la República Catalana.
Y hete aquí, que llegado el día y la hora, después de una inesperada y extraña espera de sesenta minutos, cuando había llegado el momento del comienzo, el presidente tomó el uso de la palabra para, en esencia, asumir el mandato del pueblo catalán que en referéndum había decidido con su voto la proclamación de la independencia, para inmediatamente después, en el siguiente párrafo, suspenderla.
Atónitos todos, aunque unos más que otros, los diputados, invitados y medio mundo que asistía a través de los medios de comunicación, se miraron sorprendidos, tratando de descifrar semejante desatino, ininteligible, retorcido e imposible de comprender sobre la marcha, en un acto de incomprensible y grotesca capacidad de confundir perversa y deliberadamente a una audiencia que no daba crédito a cuanto allí tenía lugar.
Para completar la mascarada, la farsa, la trampa en forma de taimado e inverosímil relato, los diputados independentistas, firmaron un documento de inquebrantable adhesión a la República Catalana, eso sí, fuera de sede parlamentaria, para evitar comprometerse, sin dejar de hacerlo, para confirmar el sí, pero no, la suspensión, sin suspender.
La historia, en definitiva, más rocambolesca que la política ficción ha visto jamás. Una auténtica y verdadera ceremonia de la confusión, aberrante e irracional sin paliativos.

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