lunes, 4 de diciembre de 2023

Qué fué del bipartidismo

Nadie lo sabe, nadie parece querer hablar de aquel viejo sistema de dos partidos que se alternaban en el gobierno, dos concepciones diferentes de la política, de una forma de gobernanza que, alternándose, solía garantizar el acceso al poder de la izquierda y la derecha, de conservadores y progresistas, que entonces parecían bastar para representar  dos tendencias suficientes para unos votantes que no tenían que preocuparse por las posibles dudas que les pudieran surgir a la hora de depositar su voto – insuficientes para quienes no optaban ni por una ni por la otra - y que ahora suele llenar de dudas a quienes no tienen muy claro ni la intención del mismo, ni si realmente deberían llevarlo a cabo, entre tanta y tan abundante oferta.

Ahora apenas se habla del bipartidismo, de un viejo sistema que se considera caduco para unos, aún vigente para otros, y tema tabú para quienes no quieren reconocer su nostálgica añoranza que les impide hablar de ello porque lo consideran políticamente incorrecto y socialmente rechazable, condenable incluso por parte de quienes se arrogan la condición de progresistas, que detestan un sistema tan escueto y simple que de ninguna forma llega a recoger sus pretensiones.

 Para éstos últimos, mantener esa opción bipartidista, es propia de retrógrados, y otras absurdas y acostumbradas descalificaciones que suelen dedicarse hoy - tanto unos como otros – que no soportan que contradigan sus “verdades”, indiscutibles e incontrovertibles, en un alarde de una sonora falta de respeto, y de una incapacidad absoluta para reconocer y considerar mínimamente las posiciones del que no mantiene sus mismos puntos de vista.

 Algo que se ha incrementado con el tiempo, y que ha llevado a una penosa polaridad palpable a pie de calle, de barra de bar, de pasillo y ascensor, así como a una crispación galopante, que no favorece en absoluto una necesaria paz social, que no está rota como aseguran los agoreros de siempre, pero que pesa y se palpa en el ambiente, y que deberíamos desterrar de nuestros comportamientos, sobre todo ahora, cuando la situación política y sus circunstancias, no ayuda precisamente a ello.

Analizar las circunstancias que han motivado este paso del bipartidismo de siempre al multipartidismo actual, puede darnos cierta claves, como el inconformismo y el descontento de las clases sociales más desfavorecidas, que han motivado con sus protestas y sus manifestaciones llevadas a cabo utilizando la calle y las redes sociales, provocando la aparición de nuevos movimientos sociales que han calado hondo en los sectores más jóvenes y más deprimidos, motivando con ello la aparición de nuevos partidos políticos, que han ocasionado una fragmentación política de considerables dimensiones.

Una situación que ha dividido a un electorado que se encuentra ante un panorama político complicado, diverso y segmentado de tal manera, que la elección que antes creía tener asegurada y firmemente decidida, ahora trata de contrastarla con la dispar oferta que se le presenta, y obrando en consecuencia, elegir si procede, la nueva opción que corresponda.

Asegurar que el bipartidismo ha quedado definitivamente atrás, que ha quedado relegado del sistema político de este país, es ir demasiado deprisa, aventurar un futuro que no podemos predecir, ya que no se trata de una moda pasajera, o de un cálculo matemático al alcance de una omnipresente y absurda inteligencia artificial que nos pueda adelantar los avatares electorales a los que estamos expuestos, que no dependen de nosotros, sino de unos condicionamientos sociales, políticos y económicos imposibles de prever.

Cuanto más amplia es la oferta a nivel de mercado, más posibilidades de elección tendremos y mejores condiciones económicas de adquisición por parte de un consumidor que agradecerá una situación que sin duda le beneficia.

 Pero ¿es aplicable este ejemplo comercial a una oferta política amplia y variada, tal como la presentamos aquí? ¿Resulta realmente ventajosa para el ciudadano elector semejante dispersión de propuestas de todo signo, con promesas y propuestas de gobierno tan diferentes como partidos se presenten a las elecciones? ¿Verdaderamente se justifica, y sobre todo existe de hecho y de derecho una oferta política y social tan amplia?  ¿No se correría el riesgo de confundir, de pervertir la oferta con promesas vanas, como ocurriría con una oferta comercial a base de productos de ínfima calidad?

La ley de la oferta y la demanda ampara esta situación que puede darse también en este sector, el político, que aparece, no necesariamente por una perentoria necesidad vital, sino por un movimiento social que, como ha sucedido en nuestro país, y otros, aporta nuevas vías, ideas y soluciones, destinadas a mejorar las vidas y haciendas de los ciudadanos, que gozan de esta manera de un arco de posibilidades mayor a la hora de una elección política, que en muchos casos no es sencilla.

Y no lo es porque elegir entre dos únicas opciones,  no le satisface, ni llena sus expectativas, por lo que desde este punto de vista, el bipartidismo, lógicamente, no tendría razón de ser al contrario que el multipartidismo, que satisfaría, casi con toda seguridad, sus aspiraciones de elección política.

Otra cuestión a analizar, y que no queremos dejar al margen, ya que está íntimamente conectada con lo aquí expuesto, es el hecho de que la opción múltiple, implica  si no necesariamente, casi con toda seguridad, que el resultado de las oportunas elecciones obligaría a la formación de un gobierno de coalición con sus correspondientes roces y contradicciones, que pueden hacerle morir de éxito, mientras que el bipartidismo suele desembocar con frecuencia en unas mayorías absolutas, no siempre deseables ni satisfactorias para nadie, lo que inexorablemente nos conduce a una famosa frase del final de una conocida película: nadie es perfecto.

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