Instalado en una autocomplacencia irreal, altiva y surrealista, como ya comienzan a calificar algunos sectores próximos de su partido, así como cada vez más votantes decepcionados con un ejecutivo enrocado en sí mismo, alejado de una realidad que se empeñan en negar a toda costa, el presidente del gobierno se empecina en mostrarnos un paradisíaco país inserto en un imparable progreso en todos los órdenes, ofreciéndonos un panorama idílico del mismo, líder en la defensa de una democracia que sufre a consecuencia de sus continuos ataques y desafíos a la separación de poderes, como es el caso del acoso al continuo poder judicial y a los medios de comunicación entre otros.
La absoluta falta de respeto hacia el poder judicial, así como el insoportable acoso hacia sus responsables, los jueces, hacen de este gobierno, tan acostumbrado a ningunearlos y a faltarlos el respeto, objetivo permanente de una Europa que los ha llamado la atención en varias ocasiones, sin que hayan dado muestras de corregir tales desmanes, permitiéndose el lujo y la osadía de utilizar la abogacía del estado en los conflictos judiciales que afectan a su entorno.
Un ejecutivo que no duda en utilizar recursos como el decreto ley para sacar adelante lo que le niegan sus compañeros de viaje que lo tienen secuestrado, ante los que el jefe del ejecutivo se humilla constantemente, en una legislatura que se empeña en continuar pese a las continuas trabas a las que le someten, para lo que está dispuesto incluso a entrevistarse con un prófugo de la justicia del que depende su estabilidad en el gobierno, en un acto que causa rechazo y vergüenza a propios y extraños.
Afirma sin pudor alguno que la economía del país progresa por encima del resto de los países europeos, con unas cifras macroeconómicas que desmienten absolutamente la situación de los ciudadanos de a pie, de la economía de bolsillo de quiénes contemplan cómo la cesta de la compra continúa en valores inalcanzables para un importante sector de la población que no puede entender cómo el presidente se manifiesta con un aire triunfalista que no responde a la realidad de la calle, ignorando la situación real de millones de personas que tienen serias dificultades para llegar a fin de mes.
Oculta deliberadamente datos que conoce y que no le interesa airear, como que un veinte por ciento de la población de este país se encuentra en una situación de pobreza severa, que el paro, con una tasa del doce por ciento, es el más alto de Europa, que en el caso de los jóvenes llega a valores insoportables, sin esperanzas de encontrar un trabajo que les permita independizarse y quizás soñar con una vivienda, aunque sea en un alquiler imposible, que les permita llevar a cabo una vida plena a la que tienen derecho, algo que hoy se les niega a quienes representan el futuro de un país, que contempla cómo muchos de éstos jóvenes, con frecuencia magníficamente preparados, se ven obligados a emigrar ante las desoladoras perspectivas de un país que no se preocupa por ellos.
Un país que continúa considerando la investigación como un lujo, que desperdicia jóvenes talentos formados aquí, que tristemente han de salir a demostrarlo a otros países, en una desesperada y rechazable demostración de que los que han de inventar son ellos, que parece ha adoptado este ejecutivo tan soberbio y absurdamente triunfalista que, pese a todo, no engaña ya a nadie.
Ni siquiera a muchos de los suyos, que no comprenden ese aire altivo y soberbio de un presidente del gobierno envuelto en un halo de ridículo triunfalismo, rodeado de una corrupción galopante y de una defensa injustificable de un fiscal general que abochorna, ofende e indigna a toda la judicatura del país, y a toda la ciudadanía, en una demostración más de no reconocer sus errores y mantenerse en el poder a toda costa.
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