martes, 29 de mayo de 2007

Carta abierta a Fidel

Hace tiempo que deseaba escribirle esta carta y si antes no lo he hecho, ha sido confiando en que se repusiera de su penosa y no menos misteriosa enfermedad que le mantiene postrado en cama alejado de sus deberes como comandante en jefe de esa nuestra querida Cuba y de los admirados y sufridos cubanos, a los que aquí, en España, y desde siempre se les ha tenido un afecto especial y una sincera consideración que yo personalmente comparto.
Mucho tiempo ha pasado desde el asalto al cuartel de la Moncada en 1953, acto heroico que le llevó a prisión y la entrada triunfal en la Habana en 1959, que supuso el derrocamiento del dictador Batista y el comienzo de la revolución cubana que con tanta ilusión comenzó el pueblo cubano. Ahora, cincuenta años después, los sufridos y admirados habitantes de esa bella isla contemplan como el viejo comandante, pese a su enfermedad, se resiste a abandonar el puesto aferrándose a él, como siempre, con manos de acero.
Confieso que tengo el corazón dividido entre la admiración y el reproche, entre el respeto y la indiferencia, entre la adhesión y el rechazo, hacia usted, comandante. Con esa aura que siempre le rodeará de héroe resistente ante el vil acoso del imperio americano y pese a los muchos errores e injusticias cometidas o a las veleidades habidas con la Unión Soviética que a punto estuvieron de provocar una guerra mundial, siempre ha despertado en mí y en gran parte de mi generación, una especial atracción que junto con su querido amigo y camarada Che Guevara marcaron una época plena de nostalgia y de recuerdos inolvidables en un país como el nuestro donde también ansiábamos la libertad.
El pueblo cubano que usted liberó, vive hoy con grandes penalidades en medio de la mayor de las penurias de todo tipo. Un pueblo agradecido que en gran parte le sigue fiel pese a la patente falta, no solo de medios materiales, sino de las libertades más elementales que hoy en día usted le sigue negando.
No puedo ni quiero compararle con tantos y tantos dictadores que se rebelaron contra una legitimidad establecida derrocando a los representantes libre y democráticamente elegidos y que como usted se mantuvieron hasta el final ejerciendo el poder con cruel despotismo. No, no sería justo, ya que nadie puede negar que usted, el viejo comandante, liberó al pueblo cubano de un odioso dictador que tenía sometido a los cubanos.
Pero sí le reprocho que se haya aferrado al poder en lugar de entregarlo a ese pueblo por el que luchó, y al que liberó de las cadenas que le atenazaban. Ese agradecido, sufrido y valiente pueblo cubano, es el que ahora, cincuenta años después, nos merece un inmenso respeto ante su actitud de resistencia y firmeza, que, visto desde aquí, nos parece heroicamente romántica, pero las privaciones y la falta de libertad, nada tienen de romántico para quienes las padecen.
Le pedimos un último gesto, Fidel, que pueda restituir en parte su leyenda ante la historia y ante el pueblo cubano. Abandone el puesto, sométase al juicio de sus compatriotas y en un último y breve discurso entregue el poder a quién desde hace tantos años le pertenece. A los admirados, sufridos y valientes habitantes de la lejana y querida Cuba.