viernes, 4 de junio de 2010

ADIÓS, MI MUY MEJOR AMIGO

Hace casi un año, escribí la que creí en ese momento, era la semblanza última de Pillo, el fiel perro de un amigo mío, entonces muy enfermo y a punto de morir. Sobrevivió para el contento, alegría y regocijo de los dos y continuaron ambos su feliz convivencia, aunque ya no volvió a ser el mismo. Apenas se tenía en pie, se mostraba triste y nada bullicioso comparado con su vida anterior y todo presagiaba que la andadura de ambos se vería interrumpida en cualquier momento pese a los esfuerzos que el pobre animal hacía por mitigar la tristeza que la enfermedad le causaba.
Pero la muerte es inexorable, pertinaz e incapaz de mostrarse indulgente con sus elegidos. Hace unos días la enfermedad de Pillo se agravó y apenas levantaba la cabeza para contemplar con mirada de extrema tristeza a su querido compañero. Pese a que lo tenían sedado, el dolor era tan intenso que emitía unos débiles quejidos que atormentaban a su amigo del alma, el cual sufría lo indecible viendo como nada podía hacer para mitigar el sufrimiento de Pillo.
Lo sabía, pero no lo quería admitir. Ya le habían dicho que tendría que sacrificarlo. Atroz y cruel alternativa a que le obligaba el destino para con quien tanto quería. Nada se podía hacer y esa era la única manera de evitarle el martirio al que se veía sometido. Entre lágrimas tuvo que tomar la terrible decisión.
Lo envolvió cuidadosa y amorosamente en una toalla, lo tomó entre sus brazos con toda la delicadeza y el cariño de que fue capaz y se dirigió hacia la salida de una casa a la que ya jamás volvería, donde ya nunca su alegría se haría notar, donde su presencia quedaría anulada para siempre. Solo el silencio y el vacío ocuparían una estancia que durante tantos años llenó con su alegre compañía.
Lo depositó en la camilla, lo contempló durante un largo rato y, por última vez se miraron a los ojos. Se dijeron adiós, agradecidos los dos por el amor que se prodigaron mutuamente, por lo buenos ratos pasados, por las confidencias habidas entre ambos sin mediar palabra alguna, por la inmensa compañía que se regalaron sin pedirse nada a cambio, y así, con una última mirada, se despidieron para siempre.
Nadie podrá entender esto, si antes no ha establecido la intensa y profunda relación de amistad y cariño que puede llegar a establecerse entre una persona y un animal, y, más en concreto con un perro, capaz de dártelo todo, absolutamente todo, con una fidelidad y amor inmensos, y sin pedirte nada a cambio.
Apenas les basta una caricia, una sonrisa, una palabra amable y te devuelven ese gesto multiplicado por mil. El afecto que se puede llegar a sentir por ellos es comparable a los que se puede experimentar por una persona, y su pérdida puede sumirte en la angustia, desazón, tristeza, soledad y desamparo, como puedes llegar a sentir por la pérdida de un ser humano, y a veces mayor, debido a la fidelidad absoluta que te manifiestan y a la posición de debilidad en la que se encuentran respecto de los seres humanos, tan crueles a veces con ellos.
He contemplado estos días en los medios de comunicación como unos salvajes se cebaban con una pobre vaquilla, hecho que desgraciadamente ocurre con demasiada frecuencia en nuestro país, y no solamente con estos animales, sino con tantos otros que sufren la crueldad y el maltrato por parte de quienes no respetan a unos seres que sienten, sufren, se deprimen y gozan como nosotros y que nos alegran la vida con su eterna fidelidad.
Nos parten el corazón cuando nos dejan, como le ocurre ahora a mi amigo. Solamente los que hemos sufrido una pérdida así, podemos entenderlo. Encariñarse con ellos es tan fácil, tan próximo, tan posible, que a veces prefiero volver la vista para no mantener la suya fija en la mía, porque tendría que sacarlo de su jaula y llevármelo a casa. Tal es su capacidad de persuasión y su necesidad de cariño. El mismo que durante tantos años regaló a su amigo nuestro querido Pillo.

1 comentario:

Paco Bernal dijo...

Buenos días:

Yo no era consciente de la relación que puede existir entre un hombre y un animal hasta que me vine a vivir a Austria y tuve gatos. Un amigo mío dice que los que tenemos animales los vemos como si fueran personas, y lo dice con cierto tono condescendiente; pero los animales que conviven con nosotros conocen nuestros estados de ánimo y nosotros conocemos también los suyos. Y es muy fácil darse cuenta de que quizá el pensamiento no es sólo verbal y que detrás de los ojos de un animal hay una inteligencia que es diferente de la nuestra y, a veces, hasta mucho más aguda.

Don José: hace veinte años que no hablamos,y ni siquiera sé si se acordará usted de mí, pero me alegro mucho de haber encontrado su blog -por decir la verdad, David Gutierrez me ha mandado el link-. A ver si hoy o mañana puedo enlazarle al mío.

Un abrazo desde la calurosa Centroeuropa,

Paco
(Francisco Javier Bernal, fui alumno suyo entre 1986 y 1989)