viernes, 13 de agosto de 2010

INTRUSISMO PROFESIONAL

Una vez elegido el tema, a punto estoy de arrepentirme y desistir de la idea y propósito iniciales que me movieron al tratar un asunto que, sobre todo durante las vacaciones veraniegas – aunque sigue vigente durante el resto del año – alcanza su máximo esplendor y su mayor y más morbosa altura en cuanto a cotilleos, rumores e intromisiones de todo tipo en vidas y haciendas ajenas que logran atraer a un público ávido de intensas emociones en cuanto a saber de lo ajeno, cuanto más inmundo y rastrero mejor, cuanto más falaz y más morbo contenga más disfrute y mayor sensación de venganza satisfecha de complicidad mantenida con los personajillos que pueblan el panorama decadente y vulgar de la omnipresente telebasura y demás medios afines.
Dándole al inefable botón del ya imprescindible mando – sin él no sabríamos ni podríamos cambiar de programa, claro que tampoco osaríamos levantarnos para hacerlo – recorro una tras otra las emisoras que ineludiblemente nos deleitan con la vida, obra y milagros de tantas y tantos cantamañanas, auténticos caraduras que venden su hueca e insulsa existencia a cuantos medios les paguen por tan valiosa información, y así van por todos ellos, unos tras otro, soltando los mismos improperios y estupideces varias, poniendo por medio sine el menor rubor a sus hijos, parejas y demás familia sin escrúpulo alguno, y poniendo en marcha el ventilador para así repartir por doquier cuanta inmundicia brota de sus incultas y limitadas mentes.
Para que este circo funcione, se precisa un presentador/presentadora, una horda de colaboradores a los que en ocasiones tienen el atrevimiento de denominar “tertulianos”, la mayoría de los cuales han sido reclutados entre una caterva de personajes, famosillos ellos del más bajo nivel cultural, personal y, por supuesto periodístico – si es que alguno de ellos ostenta esta profesión – entre los que figuran, desde antiguos guardias civiles que se quedaban con la recaudación de las multas, hasta presuntos pseudodelincuentes, pseudodrogatas, chulos de baja monta, gitanitas que fueron un día maltratadas y que donde entonces lo contaron ahora sueltan todo tipo de chismes y cotilleos, así como princesas del pueblo, reinas y reinones varios que en un alarde de discriminación positiva, abundan por doquier en este desolador panorama mediático.
Decía al principio que estuve a punto de descartar este tema, pensando que quizás el enfoque que pensaba darle no era el correcto, ya que ningún profesional serio de esta honrosa profesión podría molestarse al contemplar a estos intrusos. No obstante he seguido adelante debido a que he considerado que la dimensión de tal ignominia está llegando a tal extremo, que con el tiempo cabe la posibilidad, aunque remota de que se confunda al periodista con el cotillo telebasurero, lo cual debería molestar a los profesionales que deberían exigir un código ético o medida similar con el objeto de defender su cometido.
Claro que a los verdaderos profesionales es imposible confundirlos con los cantamañanas que aquí se han mencionado. El problema para erradicar esta situación no reside en ellos, sino en la numerosa audiencia que tienen y que podría, con su ausencia, alejar definitivamente a estos intrusos.

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