jueves, 11 de agosto de 2011

UNA CUESTIÓN DE CONFIANZA

Desde siempre, pero quizás aún más en los confusos, tensos y convulsos tiempos que nos ha tocado vivir, confiar o gozar de la confianza de alguieno de algo, es digno de tener en cuenta y de concederle al alto valor que hoy en día tiene, a la par de sentirse afortunado por un sentimiento que no parece estar en sus mejores momentos.
Hasta los mercados, la bolsa y en general, el capital y sus acólitos, se mueven, deciden y obran, según nos dicen ellos mismos, por una cuestión de confianza. A nivel personal, resulta imprescindible y necesario saber que podemos creer en alguien, depositar en las personas que nos rodean la capacidad de decidir por nosotros o viceversa, en definitiva, poder experimentar la tranquilidad que todo ello supone.
Confiar sin embargo en un grupo social o económico, es sin duda harina de otro costal. No siempre poseemos los elementos de juicio necesarios para poder emitir un juicio de valor con garantías de éxito, y así, nos encontramos con entidades cuya actividad reside en el movimiento de los activos dinerarios, cuya respetabilidad nos es difícilmente accesible como para poder juzgarlos y opinar si son confiables o no.
Leo en una publicación de alcance nacional, la confianza que inspiran diferentes instituciones y grupos sociales, adjudicándoles una nota que va desde el que inspira mayor confianza, los científicos, hasta los que se encuentran en el extremo contrario, los políticos.
Aprueban, entre otros, los médicos, la universidad, la policía, la sanidad, el rey – que no la monarquía – y hasta los notarios. Suspenden entre otros muchos, el defensor del pueblo, los jueces, los bancos, los funcionarios, los obispos – están los quintos por la cola - los bancos y la televisión.
Que aprueben con la mejor nota los científicos, me parece una buena muestra de la salud cultural de este país, aunque mantengo mis reticencias en cuanto a ello, así como que consiga buena nota la universidad. En cuanto al extremo opuesto, que los políticos estén a la cola, me parece elemental visto la panda de cantamañanas, mangantes y corruptos que pululan por ahí, de la cual la gente está más que harta y así lo manifiestan abiertamente.
Tampoco sorprende ver a los obispos en un puesto humillante, pero que se lo han ganado a pulso, así como la iglesia católica, de la cual están bastante hartos muchos de sus fieles, como está ocurriendo con la aparatosa, costosa y extravagante visita del Papa a Madrid, que está absolutamente fuera de lugar para una iglesia que debería ser de los pobres y que organiza unos fastuosos espectáculos que son propios de un poder eminentemente terrenal.
Especialmente triste es el caso de los jueces y del defensor del pueblo, ambas instituciones básicas y pilares de un estado democrático, y que quedan por los suelos. En cuanto a los bancos, están en el lugar que les corresponde y que se lo han ganado a pulso, por lo que nada que objetar al repecto.
Por último, la televisión, cada día más chabacana, vulgar y denigrante, con individuos incultos y vociferantes que dedican horas al cotilleo, el insulto y en general a la banalidad más inculta que verse pueda y que desgraciadamente refleja el nivel cultural de una importante parte de la población.
Resulta desalentador, contemplar cómo la mayoría de los integrantes de esos vulgares programas que atentan contra la más elemental de las sensibilidades y que de tanta audiencia gozan, sean mujeres, tanto las protagonistas, celebrities o nuevas y espantosas famosillas, como las tertulianas – nombre que ofende adjudicarles – y que no entiendo como las organizaciones feministas no han denunciado. En tertulias serias, que las hay, apenas se ven representantes femeninas, mientras que en las que citamos, abundan por doquier.
No es lógico ni deseable. La condición femenina se ve así, si no denigrada, sí injustamente considerada, una vez más.

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