jueves, 7 de noviembre de 2013

DÍAS DE OTOÑO

Estos hermosos e incomparables días otoñales, tan denostados por tanta gente a las cuales les resultan insoportables por su oscuridad, languidez y tristeza aparentes, me atraen de una forma muy especial, por su belleza indefinible, por la poesía que impregna unos amaneceres y unas mañanas únicas, en las que todo es quietud y tranquilidad, donde los árboles parecen moverse de una manera diferente, dejándose acariciar por el aire que suavemente los mece, mientras una leve, ligera y tenue lluvia, casi imperceptible, mesa sus delicadas hojas, cambiantes ya en su color que comienza a ser indefinible, poseedoras de una radiante y serena hermosura que tiende a su final, a punto de abandonar las ramas que las cobijan para iniciar un viaje hacia la madre tierra, donde reposarán durante el invierno, para renacer después, en primavera, en una explosión de vida nueva, que llenará los campos de una pletórica y exuberante explosión de flores nuevas, preludio de la maravillosa melena que cubrirá los árboles, que durante el invierno quedaron a la intemperie sin su atenta protección.
Contemplo a través del cristal de la ventana, extasiado, el precioso espectáculo que me depara un día como el que describo, que ha amanecido con el regalo de unos tenues rayos de sol, cuando aún los árboles no han perdido su lozanía y sus amigables hojas aún se aferran a unas ramas que se bambolean, se cimbrean y se mecen alegremente merced a un ligero y apacible viento que se filtra entre ellas, y abro la ventana y escucho la dulce música como un susurro, como un sutil siseo que asciende y desciende en intensidad, como si estuviera practicando escalas musicales, como si quisiera interpretar una delicada sinfonía dedicada a quienes tengan la capacidad, la suerte y la sensibilidad necesarias para percibir tan exquisita melodía.
Y rememoro los años de mi infancia, en el apacible pueblecito donde nací, adonde regreso con frecuencia, para así seguir en contacto con aquellos irrepetibles tiempos, que aunque no volverán, mantienen viva la ilusión y la alegría de vivir cada día, cada mes, cada una de las maravillosas estaciones allí vividas, que la madre naturaleza nos regalaba cada año en todo su esplendor, todas de una hermosura que debemos aprender a percibir, porque todas tienen su encanto, su propia melodía, su luz, su color que las caracteriza y define y que nos esperan siempre en un baile perenne, con una cadencia anual, que nos asegura su vuelta, su retorno, allí en plena y soberbia naturaleza y también aquí y allá y donde vivamos, porque la vida se abre camino en cualquier parte, en cualquier lugar y sólo espera que abramos los ojos y el corazón para contemplarla, para disfrutar la dicha y la emoción de verla renacida cada día.
Antonio Machado, nuestro gran poeta, admirado y leído por todos aquellos que aman la belleza, la ternura y la ilusión de vivir cada día, en su forzoso y obligado retiro de Colliure, en Francia, adonde llegó exiliado con su anciana madre, y dónde ambos sobrevivieron apenas un poco de su precioso tiempo, tenía en sus bolsillos un papel con el último verso que para nuestra desgracia y la suya escribió allí, lejos de su patria, que denotan una profunda nostalgia y un sentido lamento por la ausencia de aquellos lejanos años de niñez, vividos y disfrutados tan lejos de donde estaba: éstos días azules y este sol de la infancia.
La profunda gratitud y la extrema admiración que siento hacia Antonio Machado, la experimento por igual hacia Federico García Lorca, Miguel Hernández, Alberti y tantos otros que llenan nuestras vidas de una emoción y de unas ganas de vivir que nos hacen amar la poesía que necesitamos en cada uno de nuestros días para continuar, por difíciles que sean, por complicados que se nos presenten, que a veces pueden parecer insuperables y que exigen todo nuestro coraje, tenacidad y fuerza para remontar con ilusión los obstáculos que se nos presentan.
La emoción y la sensibilidad que impregnan los versos de  Federico, la fuerza y la rabia con las que Miguel Hernández llena sus poemas, la energía vital de los versos de Alberti y la profunda y serena belleza de los poemas de Antonio Machado, son capaces de encender el espíritu hasta límites inimaginables, despertando la alegría de vivir. Cuatro poetas para las cuatro hermosas estaciones que la generosa naturaleza nos ha regalado.

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