martes, 5 de noviembre de 2013

ESTAMPIDA EN EL CONGRESO

Bochornosa por indignante y vergonzosa por inadmisible, fue y no es la primera vez, la salida fulgurante de los diputados del Congreso de los Diputados, maleta en ristre huyendo de su centro de trabajo, del común hogar de los españoles, de allí adonde los enviamos con nuestros votos, para que nos representen y ejerzan el poder delegado recibido, buscando la salida, pugnando por huir de allí, en busca de su coche oficial, de su taxi o de cualquier otro medio de transporte, siempre pagado con nuestros dineros, con el objeto de llegar al aeropuerto, al Ave o a cualquier medio de transporte, también por nosotros sufragado, para dirigirse a su casita de la playa, de la montaña o, en fin, para disfrutar el puente que ya les estaba fastidiando tanta sesión inoportuna en tan incómodo escaño, del que salieron votando – nunca mejor dicho – olvidándose de que están al servicio del resto de la Nación que los eligió, sin el menor pudor, sin rastro alguno de discreción, sin la vergüenza necesaria y exigible a quienes representan a millones de ciudadanos, que ven en ello un acto más de la degradación y la falta de dignidad de una clase política que no nos merecemos.
Salieron en estampida – ni esperaron al resultado de la votación - como si de seres no inteligentes se tratara, como si en las praderas del oeste americano se encontraran, en plena desbandada, con sus maletas rodando por los salones y las aceras cual estudiantes saliendo del colegio un viernes por la tarde. Se los veía felices y contentos por huir de las obligaciones y las responsabilidades a la par que preocupados de perder el medio de transporte que les condujera a los tres días de vacaciones, a unir a los otros muchos de los que ya disponen, a la vista de los escaños vacíos que con tanta frecuencia vemos en los medios de comunicación y que nos dan una idea de lo esforzados y trabajadores que son estos representantes del honor nacional al que tan poco aprecio parecen tener y que con tan poca discreción manifiestan
El principio de la responsabilidad, de la dignidad y de la seriedad que atañe al alto cargo que ostentan, no parece afectarles en absoluto. La imagen que ofrecen estos políticos a los ojos del ciudadano, es no pobre, sino paupérrima, degradada continuamente por unos comportamientos como el presente, que les hace merecedores de las más agrias y duras críticas, ante las cuales parecen no sentirse aludidos, como si se creyesen merecedores de una patente de corso que les protege de ellas, tan presentes en unos medios de comunicación donde aparecen con asiduidad, no precisamente por sus buenas obras, sino por sus escándalos y corruptelas, unido a una indignación popular que no soporta tanta falta de respeto por parte de unos políticos que ven en este oficio una forma de medrar, de disfrutar de una poltrona que les va resolver su vida presente y futura.
Son los mismos que hace unos días, unos minutos quizás, levantaban su voz en contra de la corrupción, de la falta de dignidad política, del apego al cargo, los que ahora huyen despavoridos buscando la salida del Congreso en busca de un disfrute que nos se han ganado y que lo hacen a la vista de todos, de una población que está sufriendo lo indecible, que contempla con sorpresa, irritada e incrédula, el ejemplo que dan estos representantes del pueblo a los que se les llena la boca hablando de dignidad, de seriedad y de un comedimiento en todos los órdenes, al que ellos no parecen tener ningún apego.
Baste con el ejemplo de la famosa, numerosa y desastrosa comisión que nos representó en Buenos Aires para la designación del próximo organizador olímpico. A eso se llama predicar con el ejemplo.

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