jueves, 27 de febrero de 2014

PREGUNTAS SIN RESPUESTA

Tuve ocasión recientemente de comprobar en vivo y en directo, cómo en una oficina de empleo, se le ofrecía un mal denominado contrato de formación a una persona muy próxima a mí, de veintisiete años de edad, con experiencia en el puesto ofrecido, con un excelente currículum, con carrera superior, con idiomas, con experiencia previa laboral, en fin, con una cualificación muy superior a la necesaria para dicho puesto de trabajo – se trataba de un puesto de recepcionista, telefonista, cajero – es decir, chica/chico para todo, en un alarde de una absoluta desconsideración hacia el trabajador, que percibiría por dicho trabajo un total bruto de quinientos cincuenta euros, es decir, un líquido de aproximado de tres euros por cada hora trabajada, una miseria, una ofensa, una bofetada laboral permitida por la ley laboral actual que debemos a un gobierno que se pavonea continua y cínicamente, proclamando a los cuatro vientos que dicha ley ha proporcionado ingente cantidad de contratos y que ha conseguido que no se destruyeran muchos más puestos de los que se hubieran logrado eliminar si dicha ley laboral no se hubiera promulgado.
Dicho puesto de trabajo lo ofertaba una empresa del sector de la automoción en el ramo de los concesionarios y talleres de una conocida marca automovilística, dentro de uno de los múltiples tipos de contrato existentes, en este caso del llamado contrato de formación, que tiene por objeto, fíjense bien, y traslado aquí literalmente el correspondiente texto legal: “el contrato para la formación, tendrá por objeto a adquisición de la formación teórica y práctica necesaria para el desempeño adecuado de un oficio o de un puesto de trabajo que requiera un determinado nivel de cualificación profesional”.
Ni que decir tiene, que resulta como mínimo risible, el hecho de que para un puesto de trabajo de telefonista, se requiera una formación exhaustiva - que por supuesto no va a recibir de ninguna manera – y menos a una persona a la que se le ofrecía ese puesto, que ya tenía experiencia demostrable en ese trabajo, con una capacitación académica y profesional que superaba y desvirtuaba completamente las expectativas ofrecidas, que no eran sino una máscara para llevar a cabo un contrato con una remuneración ruin y cicatera, que sólo una ley como la actual podía permitir.
He de añadir que el funcionario que atendió a la persona a la que se le ofrecía el puesto de trabajo mencionado, visible y sinceramente contrariada, y ante mis preguntas relativas al tipo de contrato, mostró una perplejidad absoluta, no sólo traducible a través de sus gestos, sino de las palabras con las que expresó lo que le sugería dicha oferta, que ella se limitaba a ofrecer a quién quisiera aceptarla, pues era su obligación, y que mostraba una sorpresa y un desconcierto totales ante la misma, para la que más o menos dijo, no encontraba cómo encuadrarla, ya que el término contrato de formación le parecía como mínimo, un tanto abstracto y surrealista, que es lo que más o menos vino a decir, en un arranque de agradecida sinceridad.
Es éste uno de los múltiples y variados casos de sumisión laboral – y sin duda los hay muchos más lamentables y deplorables – que se dan hoy en día en un País, sobre cuya clase trabajadora está recayendo toda la brutal fuerza de una crisis que no ha provocado, pero que está sobrellevando sobre sus hombros, con unos recortes en todos los órdenes que están sumiendo a una gran parte de la población en la pobreza, en la desesperación y en el desamparo más absolutos.
¿Cómo se ha podido llegar a este estado de cosas? ¿Cómo es posible que un gobierno como el actual se muestre tan insensible ante la miseria en la que se encuentra tanta gente? ¿Quién les ha autorizado a cometer tantas tropelías? ¿Cómo es posible que hablen del final de la crisis y del comienzo de la recuperación, con cinco millones de parados, sueldos de miseria y congelación en los que tienen la suerte de tener un empleo? ¿Quién les ha permitido recortar de semejante forma todos los derechos sociales conquistados por los ciudadanos, cebándose en la sanidad, la educación y la vivienda? ¿Qué será de este País dentro de veinte años, con una clase media empobrecida y unas infraestructuras de todo orden abandonadas a su suerte?
Las respuestas deberían tenerlas quienes pusieron en sus manos y a través  de sus votos, todo el formidable poder que ahora derrochan a manos llenas, sin pudor, sin sensibilidad y sin sentido de una responsabilidad que además evitan y marginan, con la inevitable e inadmisible excusa de la herencia recibida, que no es creíble y que les descalifica una vez más, pues son ellos los causante de las necesidades por las que está pasando tanta gente que se ve incluso obligada a buscar alimento en los comedores sociales, que quizás ha perdido su vivienda, su trabajo y con ello la ilusión y la esperanza de un futuro mejor.

No hay comentarios: