Lo sabía, lo sabíamos y desde hace ya mucho tiempo,
pero parece que no quisiéramos verlo, que deseásemos obviarlo, evitarlo, hacer
como si no existiese, como si no tuviera lugar, como si no estuviese
sucediendo, aquí, en nuestro País, en esta España que no deja de sorprendernos,
donde los políticos, de uno y otro bando, se empeñan en asegurarnos con
obstinada obcecación, que ya hemos salido de la recesión, de la maldita crisis
que tantos años llevamos arrastrando, que estamos creciendo, pese a la
espantosa cifra que arroja el desempleo, a los sobrecogedores desahucios – uno
cada quince minutos – que dejan a familias enteras en la calle, en la miseria
más absoluta, pese a la existencia de los comedores sociales, cada vez más
solicitados, de los casi dos millones de hogares donde todos sus integrantes
están en el paro, de los miserables sueldos cada vez más bajos, más recortados,
más congelados, más inexistentes.
Pero pese a todo esto, y precisamente por ello, lo más
triste, lo más inhumano, es la incalificable e injustificable cifra de casi
tres millones de niños que están pasando hambre y necesidades varias en nuestro
País, en España, situado en una órbita Europea de desarrollo, progreso y
modernidad tecnológica, donde no parecía que pudiese quedar lugar para estas
miserias, que acucian a los más indefensos, a los más pequeños, a los niños,
inocentes y sufridos espectadores de una situación que están soportando
estoicamente, sin quejas ni lamentos, porque su voz no puede oírse, no puede
salir a la luz, a la calle, donde los mayores sí lo hacemos, pero para reclamar
otras necesidades, que siempre estarán por debajo de las de las más inmediatas,
urgentes y necesarias como son las de nuestros hijos más pequeños.
Cuesta creerlo, pero las cifras no engañan. Está
sucediendo aquí, y apenas nos damos cuenta, o más bien, no nos damos cuenta en
absoluto, pero son datos que todos los medios, incluidos los gobernantes
reconocen como verdaderos, pero al igual que los comedores sociales y otras
miserias que soporta nuestra ciega sociedad, no los vemos o no queremos tener
constancias de ellos, sobre todo cuando vamos al supermercado y contemplamos el
fabuloso abastecimiento de los mismos, con cantidades enormes, ingentes,
extraordinarias de alimentos de todo tipo que rebosan una exagerada ampulosidad
que ofende a la vista, que es indigna e inmoral, y más aún cuando en nuestra
propia casa, tendemos a desechar alimentos o a utilizar cantidades excesivas de
ellos, que después acaban en el cubo de la basura.
Lo oímos y lo leemos, una y otra vez en los medios de
comunicación y nos cuesta dar crédito a semejante aberración, pero sin embargo
nos consta que es verdad, pues lo reconocen incluso los gobernantes que
desearían no tener que reconocer situaciones extremas de este tipo, pero dura
poco, muy poco el reconocimiento culpable de estos hechos, porque de inmediato
dan rienda suelta a los datos macroeconómicos con los que nos maltratan los
oídos, machacándolos una y otra vez con la conocida cantinela del crecimiento y
la salida de la recesión y por tanto de la crisis.
Por supuesto que esta situación que afecta a los más
pequeños, sucede en muchos lugares del mundo, niños igualmente como los de aquí,
pero a un nivel inmensamente más grave y desesperante y de los que tenemos
constancia desde siempre, que contemplamos con horror en las noticias, a los
que incluso dediquemos alguna ayuda económica a través de las ONG y fundaciones
caritativas que se dedican a ayudar al tercer mundo, y que ahora, parece
mentira, son necesarias aquí, en España, en nuestro País.
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