Posiblemente muchos recuerden
el irrepetible e inefable año 2000, por diversos motivos, pero sobre todo lo
harán porque con dicho año se iniciaba una nueva centuria, un nuevo siglo –
aunque hay muchos que consideran que el siglo XXI comienza en el 2001 – al
tiempo que un nuevo milenio, tan esperado, tan mítico y mágico como su cifra
expresa, en el que grandes acontecimientos tendrían lugar y para el que desde
hacía una treintena de años antes, se aventuraban fantásticos cambios en todos
los órdenes, sobre todo en las ciudades, los transportes, los viajes espaciales
– nada se decía sin embargo de Internet – con los coches sobrevolando unas
ciudades idealizadas en extremo, que en nada se parecerían a las de aquellos
ingenuos años setenta, con una serie de cambios en las vidas de las gentes, como
la denominada civilización del ocio, donde el trabajo quedaba casi
exclusivamente para las máquinas y dónde los seres humanos dispondrían de tanto
tiempo libre, que no sabrían cómo utilizarlo.
No dieron ni una en el clavo. Y
eso que eran muchos los medios que se atrevían a semejantes predicciones, con
tal portentosa imaginación, que los ciudadanos estábamos deseando que llegase
el dichoso año para que se hiciesen realidad los que no eran sino sueños de
unos cerebros en exceso recalentados por una imaginación sin límites, y sobre
todo, sin una base sólida y objetiva que justificara semejantes desmanes
predictivos, como los que, en sentido contrario, afirmaban a voz en grito que
en el mítico año, grandes desastres naturales azotarían el Planeta, con lo que
entre unos y otros, tuvieron en vilo a una sociedad, que si no vivía pendiente
de todos estos temas, sí que los consideraba con frecuencia, de lo que se
ocupaban los visionarios de uno y otro bando, elevando su voz por encima de la
sensatez y la racionalidad que otros mostraban, con el fin de que no se
olvidaran sus ilusorias profecías en un caso y los agoreros del inquietante
futuro en el otro.
A todos estos aconteceres, que
no dejaban indiferente a casi nadie, había que sumar el famoso y tan cacareado
efecto 2000, también conocido como y2k, que afectaría a la incipiente
informática de entonces, debido a la precariedad de la memoria de los
ordenadores, ya que se reservaban sólo dos posiciones de memoria para mostrar
la fecha, de tal forma que previeron que el software, los programas y las
aplicaciones informáticas, solamente funcionarían con los años que comenzasen
por 19, lo que tendría como consecuencia que el 1 de enero del año 2000, lo
mostrarían como el 1 de enero de 1900, con los consiguientes errores de los
programas a la hora de calcular las fechas, que tendrían como consecuencia
efectos devastadores en la industria, el comercio, los transportes y en todas
las áreas dónde los ordenadores gobernaban los procesos correspondientes,
consiguiendo con ello, según nos adelantaron los encargados de alarmar a la
población, un efecto de auténtico miedo a considerables desastres de todo tipo,
que tendrían consecuencias desastrosas para la sociedad en general.
Todo fue, sino una mentira, sí
un fraude en la mayoría de las ocasiones, ya que los especialistas en el tema,
y yo entonces estaba metido en el mundo de la informática, sabían y sabíamos
que todo era susceptible de arreglar, simplemente modificando los programas que
se ejecutaban en los ordenadores, bastando a veces con cambiar unas cuantas
líneas de programa para resolver el famoso efecto 2000, que quedó en nada, con
apenas unos incidentes mínimos sin riesgo alguno, en lo que constituyó una
auténtica farsa promovido por oscuros intereses en muchos casos y por una
completa ignorancia acerca del tema en otros, que no se desveló hasta que una
vez iniciado el 1 de enero del año 2000, se comprobó cómo el Mundo continuaba
vivito y coleando, con los falsos augures ocultándose en sus siniestras y
oscuras cavernas.
En otro orden de cosas, aunque
íntimamente relacionado, se encuentra el efecto mariposa. Concepto de la teoría
del caos, que afirma que en un sistema caótico, es decir en un sistema
extremadamente sensible a las variaciones, cualquier cambio en las condiciones
iniciales, el resultado final es absolutamente impredecible. Su nombre procede
de un proverbio chino, que afirma que “el aleteo de las alas de una mariposa,
se puede sentir al otro lado del mundo”, por lo que, por ejemplo, un simple
cambio atmosférico en un extremo del Planeta, tendría consecuencias en el otro
extremo.
Las previsiones para el año
2000, así como las de su famoso efecto, no se vieron cumplidas en absoluto. Fue
un auténtico fiasco, que aunque previsible, constituyó motivo de preocupación
para millones de seres humanos. No ocurre así con el efecto mariposa, que tiene
un perfecto parangón en el mundo actual, tanto a grande como a pequeña escala.
Cuando decimos que si alguna de las grandes superpotencias estornuda, el resto
del Mundo se resfría, estamos confirmando estos hechos.
Decididamente, el mundo, más
que a una suma de efectos, se reduce más bien a aquel antiquísimo y no por ello
menos sabio y acertado dicho, que afirma que el mundo es un pañuelo.
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