jueves, 9 de octubre de 2014

UN LUJO A NUESTRO ALCANCE

Resulta indudable, según mi humilde opinión, que la fascinación por el mundo del lujo alcanza a una gran masa de ciudadanos que solemos caer bajo el espectacular y glamoroso manto que cubre esa inalcanzable suerte de objetos, de innumerables posesiones materiales de toda índole, que con su magnético y mágico poder de atracción, atrapan a todo aquel que los contempla, bajo un  indudable y cálido embrujo,  con una poderosa seducción, que atrae y deslumbra a todo aquel que los contempla, ya sea una hermosa y espectacular joya, un fabuloso y caro automóvil, una espectacular mansión, castillo o señorial residencia, un soberbio y fastuoso yate, o una singular, única e irrepetible obra de arte, ya se trate de una obra pictórica, de una escultura o de un bellísimo y delicado palacete.
Difícilmente puede el ser humano sustraerse al encanto y al innegable atractivo que el lujo, el gran e incontestable gran lujo posee intrínsecamente, y al que sólo la desidia, el desdén o una posición ética y moral tendente a rechazar unos bienes materiales que detesta por inadmisibles e inhumanos, es capaz de obviar, desentendiéndose de ellos, hasta el punto de no sentir el más mínimo deseo de contemplarlos, de poseerlos, de sentir la menor de las intenciones de llegar a tener en su poder tan magníficos objetos de deseo, que tanto placer proporcionaría a tanta gente como desearía gozar de ellos.
Pero aunque es innegable que hasta en las cosas más sencillas reside la belleza, y que incluso su mera y simple contemplación nos place y nos seduce, con una placentera y gozosa satisfacción, negar que una esplendorosa joya, en sentido amplio, creada, labrada a mano por un genial diseñador artesano en cuyo diseño y realización empleó largas y dedicadas horas, sería un inútil y absurdo empeño, cuya obstinación no tiene ni base ni justificación alguna, ya que casi con absoluta seguridad, su oposición se basaría en su negativa a aceptar el desorbitado valor pecuniario, lógico en este caso, y que contribuirá decisivamente a la hora de valorar un objeto que puede llegar a alcanzar la categoría de obra de arte, impidiendo de esta forma que su objetividad se manifieste, dando paso a una subjetividad alienada e influida por unos prejuicios que le obnubilarán la capacidad crítica y su capacidad para admirar la innegable belleza contenida en la obra.
Un embriagador perfume puede con apenas unas gotas de su delicado aroma, elevar el espíritu a alturas inalcanzables para el más común de los mortales, lejos, muy lejos de nuestras habituales y sencillas aguas de colonia, demasiado leves, en exceso fuertes y agresivas en ocasiones y siempre excesivamente efímeras, salvo las muy dignas y caras para nuestros bolsillos, que consiguen intentar emular con cierto decoro a las grandes, costosas y exquisitas marcas de privilegio.
Las estilizadas y sumamente atractivas líneas de un soberbio y carísimo automóvil, procedente de una de las grandes y reputadas marcas, poseen un poderosísimo atractivo para quienes admiramos una hermosa estética que configura una elegante, bella, majestuosa y en ocasiones agresiva figura, que extasía a unos admiradores, capaces de emocionarse ante el evocador y poderoso rugido de estas fabulosas máquinas, a las que solemos desproteger de su vestido metálico, para convertirlas en seres vivos con un alma de acero que los impulsa a velocidades de vértigo, en un vuelo a ras del suelo, que provoca la celosa envidia del viento, con el que compite en una dura y desigual batalla.
Es el poder del lujo y de la opulencia el que nos domina de vez en cuando, en un arrebato de poseer lo que seguramente jamás conseguiremos. Alcanzarlo seguramente no nos estará permitido, pero ello no nos impedirá soñar con su posesión. Vivir en una fantástica mansión, rodeado de un eficiente y numeroso servicio, con obras de arte colgando de las paredes y poseedores de una espléndida y soberbia fortuna, no supone ninguna trasgresión de ningún orden, ni una pérdida de tiempo, que de ninguna manera puede calificarse al poder imaginar todo aquello que nos gustaría disfrutar y de lo que no dispondremos seguramente jamás.
De sueños no se vive, pero el poder de las ensoñaciones nos hacen la vida más placentera, incluso más llevadera, y eso ya es algo más que deseable. Es necesario.

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