Acabo de oír a Artur Mas el día
después de afirmar que abandonaban la consulta del nueve de noviembre, y no
logro salir de mi asombro, ante un personaje que ahora, apenas unas hora
después, anima a la ciudadanía a votar en dicha fecha, utilizando de una cínica
y miserable forma a los catalanes, a los que responsabiliza del éxito de la
misma, en un gesto propio de un indeseable y frustrado político, que no es más
que una huída hacia delante, instrumentalizando a la ciudadanía de una forma
vergonzosa, cuando afirma que todo depende de ellos, de los catalanes, pues los
locales, las urnas y las papeletas estarán ahí, esperándolos, tratando de
desviar hacia ellos una responsabilidad que él es incapaz de afrontar, en un
acto de cobardía propia de un irresponsable que trata de salvar su pellejo a
toda costa, jugando de paso con la gente, que no debería perdonarle su estúpido
egoísmo.
Es éste un País de excesos en
todos los sentidos. Miremos por dónde miremos, continuamente sobrepasamos los
límites de la lógica y la mesura, tan necesarias ambas para una supervivencia y
una estabilidad que nos permita desarrollar nuestra diaria actividad con una
cierta y tranquila relajación, a la que los ciudadanos tenemos derecho, pero
que se nos niega una y otra vez, hasta el punto de no existir un mínimo espacio
de distensión y alivio que nos suponga un momentáneo desahogo, pues de
inmediato y sin aviso alguno, una nueva alerta, un nuevo sobresalto surge a
través de los medios de comunicación, cayendo de golpe sobre una ciudadanía que
no gana para sustos, como si fuera esa la manera de mantener despierta y activa
a una sociedad tan golpeada como la nuestra, no desde hace días, sino desde
hace ya más de un lustro, desde que comenzó la crisis, la cual parece haber perdido
algunos enteros de intensidad, no sólo porque así se empeñan en querer
hacérnoslo ver a través de las cifras macroeconómicas, sino porque los nuevos
acontecimientos que han ido surgiendo, la han solapado en parte, lo cual no
significa que no siga ahí, latente y presente, incapaz de alejarse de nuestras
vidas.
Los angustiosos acontecimientos
que ha provocado el impacto que el virus del ébola ha tenido en España,
comenzando por la repatriación de los dos religiosos médicos que vinieron a
morir a su País, así como las condiciones en las que fueron acogidos en un
hospital que no estaba preparado al efecto, y la posterior actuación de los responsables
de una sanidad que se ha visto superada, así como el posterior contagio de una
enfermera que lucha por sobrevivir, han supuesto un mazazo que ha recaído, como
siempre, en una población que no entiende como se puede llegar a dar una cadena
de errores que han conducido a una alarma ciudadana, que al estar mal informada
y peor asistida, ha llegado a desistir de acudir a las citas y operaciones
quirúrgicas que tenían programadas, por miedo a un virus, que parece escapar a
todo control, fruto de una pésima gestión por parte de una Sanidad que se ha
visto superada en todo momento por unos acontecimientos que no han sabido
manejar.
Tal ha sido el impacto que está
causando en la sociedad, que hasta el problema de la secesión catalana ha quedado
en un segundo lugar, ocultado por estos acontecimientos, y cuando apenas quedan
unos días para el famoso y tan cacareado nuevo de noviembre, algo que
seguramente no les conviene a Mas y compañía, que de esta forma han visto como
su plan ha quedado relegado a un segundo o tercer plano, pese a que según hemos
visto, acaban de relanzarlo con más ímpetu aún, llamando y animando
definitivamente a votar, cuando hace unas horas afirmaban lo contrario.
Queda por último el asunto de
las tarjetas de Caja Madrid, un asunto de una vileza y de una bajeza moral sin
límites, que ha cubierto de vergüenza una vez más a este País, que debe ser en
este momento el hazmerreir de una Europa que no sale de su asombro, ante los
continuos escándalos que los estamos sirviendo en bandeja para nuestro más
profundo descrédito, en un acto más del saqueo al que se está sometiendo a este
País, que es lo mismo que decir a sus ciudadanos, que continuamente se ve
utilizado, vejado e instrumentalizado, a la par que sometido a una clase política
incapaz y muchas veces corrupta, que no nos merecemos.
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