África se muere lentamente, se
desangra a borbotones, cada día en medio del sufrimiento sin cuento, que desde
aquí, en el mundo rico y opulento en el que vivimos los más afortunados de la
Tierra – pese a los problemas que nos acucian y aquejan – no podemos percibir
de ninguna manera, aunque mostremos un profundo y hondo pesar ante tanto
sufrimiento, ante tantas trágicas desgracias por las que está pasando ese
atormentado Continente y tantas otras zonas del Planeta, pero que de ninguna
forma, por mucho que nos esforcemos, podemos percibir y mucho menos sentir en
toda su espantosa y estremecedora extensión.
Nos acostumbramos hace ya mucho
tiempo a observar el sufrimiento y las miserias ajenas desde lejos, a través de
unos medios de comunicación que se encargan de mostrarnos las imágenes del
Mundo que padece las consecuencias de nuestra desidia, limitándonos a llevar a
cabo ayudas testimoniales, tanto a nivel de Estados como de personas, así como
a condenar determinados hechos como lo que tienen lugar en Palestina, a
denunciar los abusos sin cuento que llevan a cabo lo más poderosos a costa de
los más débiles, y a lamentar la pobreza y el dolor de millones de seres
humanos aquejados de la falta de los más elementales recursos para sobrevivir y
llevar una vida digna, la misma que reclamamos y deseamos para nosotros,
afortunados seres humanos que tenemos la suerte de vivir en un Primer Mundo,
que pese a la crisis latente, disfrutamos de un bienestar que se encuentra a
millones de años luz del padecimiento que soportan quienes tienen la desgracia
de vivir condenados al sufrimiento sin haber cometido falta alguna, sin
merecerlo, simplemente por el ingrato hecho de haber nacido en un lugar
diferente al nuestro.
Contemplamos este horror desde
la distancia, que nos separa y que nos da la seguridad y la tranquilidad que
anhelamos, mientras vemos las imágenes del dolor y la desolación de quienes
viven la miseria cada día de su existencia, sin esperanza, sin un ligero alivio
que les permita sobrellevar tan cruel existencia, paro lo cual, construimos
muros y vallas cada día más sólidas, más altas, más infranqueables que nos
separen y marquen la distancia de ellos, para que no nos molesten, para que no
trastoquen nuestra cómoda y placentera existencia, que no obstante se han
revelado incapaces de detener la marea humana que huye de sus lugares de origen
en busca del esplendor que esperan encontrar al otro lado, y que aunque allí
saben que nada va a ser fácil para ellos, esto no es motivo para que desistan
de su empeño, tal es la fuerza de la convicción y la desesperación que los
mueve.
Con una mezcla de incredulidad
y espanto, leo que en un hospital de uno de los países Africanos afectados por
el temible Ébola, donde aún permanecen cincuenta enfermos aquejados por este
temible virus, sólo quedan dos heroicas enfermeras para a estos desdichados
enfermos, mientras el ejército ha rodeado el hospital para prevenir que no
escapen los desdichados enfermos, al tiempo que un médico afectado y una
enfermera españolas han sido repatriados en medio de unas extremas medidas de
seguridad, al igual que están haciendo
otros países, mientras sigue habiendo ciudadanos, solidarios benefactores de la
humanidad, que en un gesto de auténtica heroicidad, se dirigen allí para prestar
su desinteresada y admirable ayuda.
Mientras tanto, poco o nada
están haciendo los gobiernos de los países del Primer Mundo, pues parece que a
nadie le interesa investigar con el objeto de encontrar un remedio, una vacuna
contra el Ébola, un virus que afecta sólo a determinadas zonas del Planeta, muy
alejadas de nosotros. No es por la tanto rentable, por lo que los laboratorios
que pudieran investigar, desisten de ello ya que no ya negocio, no es una
inversión que merezca la pena, mientras que los gobiernos prefieren seguir
vendiendo armas a Israel para que masacre a conciencia al Pueblo Palestino, en
un conflicto donde ambos tienen derecho a defenderse, aunque no en la forma en
que el más fuerte lo lleva a cabo, abusando de su condición de gran potencia
militar, de su gigantesco poder, mientras Estados Unidos y Europa contemplan
impasibles el dolor y el sufrimiento causado.
Cuando termino de escribir
estas líneas, me entero de que ha muerto, víctima de la cruel enfermedad, una
enfermera compañera de hospital del médico español repatriado, al tiempo que
contemplo en televisión cómo la Organización Mundial de la Salud ha declarado
el estado de emergencia mundial a causa de la epidemia. Malas noticias para un
Occidente acostumbrado al bienestar. Sin duda se ha aplicado aquello de que el miedo guarda la viña.
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