sábado, 14 de febrero de 2015

CERVANTES Y FEDERICO GARCÍA LORCA

Este es un País que siempre se ha caracterizado por tratar de bajar de su merecido pedestal a todo aquel o aquella que destacaba en su profesión, actividad o menesteres a los que se dedicaba con evidente y merecido éxito, despertando en vida odios y envidias con frecuencia mal disimulados, y que a la postre, una vez desaparecidos de la faz de la Tierra, eran falsamente reconocidos en una consumada ceremonia de la ingratitud y de la hipocresía más acendradas, que perseguía dejar constancia de un falso homenaje hacia quién ya no representaba un obstáculo ni despertaba admiración alguna en el presente, sino que quedaba convertido en un recuerdo del pasado que no había que reconocer cada uno de sus días, por parte de una sociedad sumida en una mediocridad decadente, injusta y desagradecida.
Y así nos encontramos con numerosos casos de ilustres personajes, que no hallaron reconocimiento alguno hasta pasado mucho tiempo, no sólo por motivos políticos, de los que nuestra historia llena está, sino, y sobre todo, de tantos hombres y mujeres que destacaron en las artes, en las ciencias, en la ingeniería y en otros terrenos donde lograron sobresalir por encima de una mayoría que no podía soportar el éxito ajeno y que tuvieron que emigrar allende nuestras fronteras para obtener la justa y merecida satisfacción debida a su obra, ya  que aquí, en su País, eran incapaces de reconocer tanto y tan bien ganado mérito, y mucho menos de agradecer, en un gesto que se ha prodigado desde tiempos inmemoriales, y que aún hoy, en pleno siglo XXI, tantos jóvenes con talento y una capacidad demostrada, tienen que soportar por parte de una España desagradecida y desatenta que ni sabe ni quiere reconocerles unos bien merecidos valores, que otros países seguro sabrán atender en su justa medida.
Y así, pasado un tiempo prudencial, nos empeñamos en desenterrar a nuestros ilustres desaparecidos, después de años de vil abandono en unos casos, de mala conciencia en otros y de una inútil e indiferente inercia en los demás, como si de esta forma acallásemos nuestra mala conciencia, nuestra desidia y nuestro silencio culpable, pero siempre tarde, demasiado tarde para reparar el daño causado, para tratar de restañar las heridas o para quedar a bien con una historia que se encargará de narrar unos hechos que debieron llevarse a cabo en un pasado tan desagradecido como remoto.
En otros casos, en los que afortunadamente el reconocimiento y la valoración fueron expresamente considerados, nos empeñamos en conmemorar el cuarto centenario en un caso, o los siete decenios de la muerte en otro, como es el caso Miguel de Cervantes y de Federico García Lorca, respectivamente, tratando de encontrar sus restos, y nada mejor para ello que buscarlos con denuedo y urgencia, después de tanto tiempo, sin tener seguridad plena de lograrlo.
El objeto no es otro que el de exhibir sus huesos, en una absurda ceremonia de la confusión más extraña y desafortunada que pueda concebirse, como si con ello el Príncipe de los Ingenios y el insigne poeta, pudieran tomar nueva vida en un mundo donde, en este caso sí tienen asegurado, y desde siempre, el reconocimiento como genios de las letras, para que de este modo podamos visitar su flamante panteón, con lo cual ambos genios ilustres quedarían localizados en un lugar determinado donde poder ser visitados.
No lo necesitan, ni Miguel de Cervantes ni Federico García Lorca, ambos buscados con la misma decisión que ellos oponen a ser encontrados. Su obra es su mausoleo. Dejémoslos reposar en paz.

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