Parodiando el título de la
famosa película acerca del motín de la Bounty, surgen estas líneas, que como se
podrá comprobar más adelante, contienen una rememoración de unos hechos que
entonces tuvieron lugar, y que hoy, más de doscientos años después, podríamos
aplicar a una situación dada en nuestro País, que aunque de tintes diferentes,
y aplicados a circunstancias distintas a aquellas, no por ello dejan de tener
una conexión que podemos establecer en la rebelión a bordo – título en español de
aquella película – que se desató en aquella nave a cargo de una tripulación
descontenta con su capitán, al que dejaron abandonado, junto con algunos de sus
hombres en una isla a merced de su suerte, mientras el resto, el grueso de de
la marinería, regresó al puerto de dónde habían salido en busca de los árboles
del pan, con los que pensaban alimentar a los esclavos de las colonias inglesas
del Caribe.
La rebelión fue liderada por el
segundo oficial de a bordo y secundada por la mayoría de los marineros,
descontentos con el trato inhumano del capitán, pese a que estudios posteriores
afirman que en realidad no fue exactamente así, y que incluso el capitán se
desvivió con la tripulación hasta el extremo de contar con un violinista para
que les amenizase los duros trabajos que llevaban a cabo, lo cual constituye
toda una ironía y una soberbia contradicción, que únicamente podría
justificarse con otra: posiblemente la rebelión se dio por el hecho de que la
mayoría de los marineros, rechazaba a un insoportable violinista que no colmaba
sus aspiraciones musicales.
La conexión citada, tiene lugar
cuando comprobamos que aquí, en nuestro País, en la nave común donde todos nos
encontramos, más o menos a la deriva , se anuncia a bombo y platillo una
secesión, una rebelión, una separación física, política, social, cultural y
económica de España, de una región tan
importante como Cataluña, que lleva perteneciendo al Estado Español desde el
principio de los tiempos, en un alarde de intolerancia, soberbia y desfachatez
tales, que el despropósito ronda la ridiculez más extrema, si no fuese porque
el asunto es de suma trascendencia, y porque vistos los antecedentes, no deberíamos
tomar a broma un intento más de lograr la independencia, a cargo de los de
siempre, de los capitanes de esa nave catalana que rige sus destinos de una
forma desleal y caprichosa, que no son otros que los dirigentes de los
principales partido políticos nacionalistas empeñados en llevar a cabo dicha
independencia.
No es asunto poco serio, no es
para tomárselo a chanza, a broma, no es un asunto baladí. En absoluto. El
presidente del gobierno, afirma que si él sigue de presidente dentro de
dieciocho meses, cuando dicen que declararían la secesión, no permitirá de
ninguna manera la independencia de Cataluña, en un gesto que no deja
indiferente a nadie, pues no se trata simplemente de impedir una consulta, de
retirar unas urnas o de una decisión que el Estado pueda llevar a cabo con el
objeto de evitar determinados hechos, que en este caso nada tiene en común con
los anteriores altercados habidos sobre este mismo asunto.
Se trata de declarar
unilateralmente la independencia, basándose en unos posibles resultados de unas
elecciones que ellos consideran plebiscitarias, y que les conferirían según
ellos, autoridad moral y legal para separarse de un Estado, que no podría
detener de inmediato semejante determinación, ni obviarla, ni rechazarla con el
simplista argumento de que es ilegal, de que no tiene ninguna validez, de que
no se va a reconocer dicha secesión.
Es pues un asunto sumamente
grave que toma un cariz realmente preocupante. No podemos saber, llegado el
caso, que haría la Comunidad Europea, por mucho que trate de apuntar, según
parece, que no reconocería el nuevo Estado. Las circunstancias dadas en ese
momento podrían modificar esa postura y comenzar por algún país que en
principio sí lo reconocería, y así, nunca podremos saber qué podría venir
después, una vez los hechos consumados.
El órdago lanzado es un
auténtico desafío, una taimada declaración de intenciones secesionistas que
suponen todo un paso adelante en las maniobras desestabilizadoras que los
gobernantes catalanes llevan sacando a colación desde hace ya demasiado tiempo.
La pérdida de Cataluña, supondría un durísimo golpe para España. No hay que
olvidar que Cataluña tiene ocho millones de habitantes, y que su PIB,
representa el 20% del Estado Español, la quinta parte. Una cifra demasiada alta
para poder soportarla sin grandes problemas para todos, incluso para ellos, los
ciudadanos de Cataluña, que se verían fuera de Europa y que tendrían que hacer
frente a formidables problemas económicos inimaginables ahora mismo para la
inmensa mayoría de los ciudadanos de esa región.
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