Pocos seres humanos dotados por
la naturaleza con los atributos más codiciados y valorados, como son la extrema
sensibilidad, la capacidad creativa en múltiples campos del arte, así como la
ternura entrañable, la alegría y el
entusiasmo contagioso que desprendía todo su ser, por doquiera que fuera, pueden llegar darse en una persona, como en
el caso de Federico García Lorca, poeta, dramaturgo, músico, pintor, y sobre
todo, un alma pura y radiante, que iluminaba los espacios dónde se desenvolvía,
con una inmensa capacidad para llevar la alegre y vital energía que emanaba de
todo su ser, en un alarde de explosiva e irrefrenable locura emocional, que
lograba transmitir a todo su auditorio, transformándolo hasta conseguir que todos
los asistentes se contaminaran de la desbordante fascinación que irradiaba,
porque todo en él era música y poesía,
porque toda su persona emanaba la vibrante alegría de vivir.
Según su última biografía,
entre las innumerables que sobre él han ido apareciendo en todo el mundo, la
publicación de sus libros se ha prodigado una y mil veces, sus obras de teatro
se han representado por todo el planeta, se ha contado su vida y muerte hasta
la saciedad, y se invocó la verdad, porque lo contrario de la memoria no es el
olvido, sino la mentira, porque con la facilidad con la que un niño aprende la
canción del lagarto, hicimos nuestro a Lorca, y no hubo cineasta, ni escritor,
ni artista que no hiciera a su manera, un homenaje a uno de los más universales
escritores españoles.
Jamás un personaje como
Federico, ya sea en el terreno de las artes, las ciencias e incluso de la
política, ha despertado tanta pasión y tanto afán por describirlo, por narrar
su vida y su obra, por intentar llegar a esa alma tan emotiva, tan inmensamente
tierna, derrochando una alegría y una vitalidad contagiosamente desbordante, a
la vez que, pese a su inmensa pasión por la vida, intentaba desentrañar ese
sentimiento trágico que le llevaba a huir de la idea la muerte que tanto le atormentaba
y que le condicionó en más de una ocasión su existencia, llevándolo a
trastocarla en más de una ocasión, como cuando movilizó a todo el personal de
la Barraca para abandonar el lugar donde estaban, porque se despertó de
madrugada con un sueño en el que un grupo de cerdos devoraban a una tierna
cabritilla, algo que interpretó como una señal de su trágico final, que
tristemente se vería materializado más adelante.
Generoso con los gitanos a los
que tantas veces cantó, como en el
Romancero Gitano, generoso con su Andalucía que dio a conocer en todo el mundo,
generoso con su familia que tanto le ayudó y a la que tanto quiso, generoso con
los componentes de la Generación del 98
con los que convivió, generoso con todos los de la Generación del 27, la suya, que
tanto le admiraron y le quisieron y a los que tanto estimó, generoso con sus
amigos que creyeron en él y le ayudaron en la publicación de su poesía y en la
puesta en escena de sus obras de teatro, generoso con sus actores de la
Barraca, con Margarita Xirgu, que tantos de sus dramas representó, generoso con
sus amantes, que tanto le hicieron sufrir, generoso con sus dos grandes amigos,
que lo fueron, y que después, al final, acabarían marginándolo, el uno por su
intolerancia, Luis Buñuel, y el otro por su egoísmo, Salvador Dalí.
Pedro Salinas hablaba de él:
Generoso, generoso, generoso. Iba al piano para aquél que le pedía canciones,
recitaba para los que se embriagaban en aquellos jolgorios de poesía que él
encendía en cualquier parte. En dos segundos, cambiaba la atmósfera, nada más
abrir su boca ancha y empezar “verde que te quiero verde”, o como cuando con
lápices de cera pintaba monos para los niños, que luego guardaban los mayores.
Generoso fue también con la
música. Estudió esta disciplina artística hasta los dieciocho ochos. Era un excepcional
concertista de piano, reconocido en todos los lugares donde tocaba. Su gran
amigo Manuel de Falla, el genial compositor español, así se lo reconocía. Ambos
visitaron las cuevas del Sacromonte en Granada, y recogían las canciones
populares que conservaban los gitanos y todo el saber que poseían acerca del
cante jondo. Federico aprendía a tocar la guitarra con ellos, que eran grandes
maestros de ese hermoso instrumento. Escribió numerosas canciones, y sin duda,
si hubiese conocido antes a Falla, se hubiese decantado por la música, ya que
incluso él, al comienzo de su andadura artística, siempre dijo que él, ante
todo, era músico.
Pablo Neruda, amigo del alma,
decía de él, que Federico fue el hombre
más alegre que había conocido en su vida. Contagiaba la dicha de ver, de oír,
de cantar, de vivir. Por eso, cuidado con nuestra ceremonia. Nada de ritmos
primarios. Estamos celebrando la inmortalidad de la alegría. Era un niño
abundante, el joven caudal de un río hermoso. Derrochaba la imaginación,
conversaba con iluminaciones, regalaba la música, prodigaban sus mágicos
dibujos, rompía las paredes con su risa, improvisaba lo imposible, hacía de la
travesura una obra de arte.
Por encima de todo y de todos,
era un genio, que vio truncada su vida en plena juventud, por la injusta,
malvada y brutal envidia de quienes odiaban la sensibilidad con que el arte es
capaz de elevar el espíritu humano y conducirlo por las sendas de la belleza,
de la cual Federico García Lorca, era su más generoso representante, y por
tantos otros que no tuvieron el valor de interceder por él en sus últimos días,
salvo contadísimas excepciones. Generoso Federico García Lorca.
No hay comentarios:
Publicar un comentario