miércoles, 1 de abril de 2015

LA GENEROSIDAD DE FEDERICO GARCÍA LORCA

Pocos seres humanos dotados por la naturaleza con los atributos más codiciados y valorados, como son la extrema sensibilidad, la capacidad creativa en múltiples campos del arte, así como la ternura entrañable,  la alegría y el entusiasmo contagioso que desprendía todo su ser, por doquiera que fuera,  pueden llegar darse en una persona, como en el caso de Federico García Lorca, poeta, dramaturgo, músico, pintor, y sobre todo, un alma pura y radiante, que iluminaba los espacios dónde se desenvolvía, con una inmensa capacidad para llevar la alegre y vital energía que emanaba de todo su ser, en un alarde de explosiva e irrefrenable locura emocional, que lograba transmitir a todo su auditorio, transformándolo hasta conseguir que todos los asistentes se contaminaran de la desbordante fascinación que irradiaba, porque todo en él era música  y poesía, porque toda su persona emanaba la vibrante alegría de vivir.
Según su última biografía, entre las innumerables que sobre él han ido apareciendo en todo el mundo, la publicación de sus libros se ha prodigado una y mil veces, sus obras de teatro se han representado por todo el planeta, se ha contado su vida y muerte hasta la saciedad, y se invocó la verdad, porque lo contrario de la memoria no es el olvido, sino la mentira, porque con la facilidad con la que un niño aprende la canción del lagarto, hicimos nuestro a Lorca, y no hubo cineasta, ni escritor, ni artista que no hiciera a su manera, un homenaje a uno de los más universales escritores españoles.
Jamás un personaje como Federico, ya sea en el terreno de las artes, las ciencias e incluso de la política, ha despertado tanta pasión y tanto afán por describirlo, por narrar su vida y su obra, por intentar llegar a esa alma tan emotiva, tan inmensamente tierna, derrochando una alegría y una vitalidad contagiosamente desbordante, a la vez que, pese a su inmensa pasión por la vida, intentaba desentrañar ese sentimiento trágico que le llevaba a huir de la idea la muerte que tanto le atormentaba y que le condicionó en más de una ocasión su existencia, llevándolo a trastocarla en más de una ocasión, como cuando movilizó a todo el personal de la Barraca para abandonar el lugar donde estaban, porque se despertó de madrugada con un sueño en el que un grupo de cerdos devoraban a una tierna cabritilla, algo que interpretó como una señal de su trágico final, que tristemente se vería materializado más adelante.
Generoso con los gitanos a los que tantas veces cantó, como  en el Romancero Gitano, generoso con su Andalucía que dio a conocer en todo el mundo, generoso con su familia que tanto le ayudó y a la que tanto quiso, generoso con los  componentes de la Generación del 98 con los que convivió, generoso con todos los de la Generación del 27, la suya, que tanto le admiraron y le quisieron y a los que tanto estimó, generoso con sus amigos que creyeron en él y le ayudaron en la publicación de su poesía y en la puesta en escena de sus obras de teatro, generoso con sus actores de la Barraca, con Margarita Xirgu, que tantos de sus dramas representó, generoso con sus amantes, que tanto le hicieron sufrir, generoso con sus dos grandes amigos, que lo fueron, y que después, al final, acabarían marginándolo, el uno por su intolerancia, Luis Buñuel, y el otro por su egoísmo, Salvador Dalí.
Pedro Salinas hablaba de él: Generoso, generoso, generoso. Iba al piano para aquél que le pedía canciones, recitaba para los que se embriagaban en aquellos jolgorios de poesía que él encendía en cualquier parte. En dos segundos, cambiaba la atmósfera, nada más abrir su boca ancha y empezar “verde que te quiero verde”, o como cuando con lápices de cera pintaba monos para los niños, que luego guardaban los mayores.
Generoso fue también con la música. Estudió esta disciplina artística hasta los dieciocho ochos. Era un excepcional concertista de piano, reconocido en todos los lugares donde tocaba. Su gran amigo Manuel de Falla, el genial compositor español, así se lo reconocía. Ambos visitaron las cuevas del Sacromonte en Granada, y recogían las canciones populares que conservaban los gitanos y todo el saber que poseían acerca del cante jondo. Federico aprendía a tocar la guitarra con ellos, que eran grandes maestros de ese hermoso instrumento. Escribió numerosas canciones, y sin duda, si hubiese conocido antes a Falla, se hubiese decantado por la música, ya que incluso él, al comienzo de su andadura artística, siempre dijo que él, ante todo, era músico.
Pablo Neruda, amigo del alma, decía de él, que Federico fue el  hombre más alegre que había conocido en su vida. Contagiaba la dicha de ver, de oír, de cantar, de vivir. Por eso, cuidado con nuestra ceremonia. Nada de ritmos primarios. Estamos celebrando la inmortalidad de la alegría. Era un niño abundante, el joven caudal de un río hermoso. Derrochaba la imaginación, conversaba con iluminaciones, regalaba la música, prodigaban sus mágicos dibujos, rompía las paredes con su risa, improvisaba lo imposible, hacía de la travesura una obra de arte.
Por encima de todo y de todos, era un genio, que vio truncada su vida en plena juventud, por la injusta, malvada y brutal envidia de quienes odiaban la sensibilidad con que el arte es capaz de elevar el espíritu humano y conducirlo por las sendas de la belleza, de la cual Federico García Lorca, era su más generoso representante, y por tantos otros que no tuvieron el valor de interceder por él en sus últimos días, salvo contadísimas excepciones. Generoso Federico García Lorca.

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