jueves, 7 de mayo de 2015

EL OCASO DE LOS ESCRIBAS

Mientras escribo estas líneas, contemplo con arrobo y admiración, unos documentos escritos a mano por mi padre y por el padre de mi padre, mi abuelo. Ambos fueron secretarios de ayuntamiento del pueblo donde nacieron, donde nací yo, Duruelo, un delicioso pueblecito en la provincia de Segovia, en la falda de Somosierra, cerca de las Hoces del Duratón, de Sepúlveda y de otros bellos y próximos lugares de esta hermosa tierra Castellana, salpicada por montes y arboledas, cubierta de verdes praderas y encantadores pueblecitos que el arco de la imponente Sierra domina, que en los largos y añorados inviernos se tiñe de blanco, y en primavera de una soberbia explosión de luz y color.
Conservo dichos documentos manuscritos, como si de un tesoro se trataran, escritos con pluma y con una preciosa y cuidada letra que denotan el interés y la  importancia que entonces despertaba la caligrafía, pese la escasa educación que entonces recibían en aquella escuela primaria, donde se cuidaba la escritura a mano con una devoción y un entusiasmo que hoy deberíamos envidiar, cuando contemplamos cómo esta herramienta está quedando relegada, olvidada y sometida a un proceso de eliminación imparable.
Las nuevas tecnologías han irrumpido con tal fuerza, que hoy, con la informática, casi se nos ha olvidado escribir a mano. Lejos quedaron los cuadernillos de caligrafía que desde hace ya demasiado tiempo descansan en un baúl de los recuerdos de donde jamás regresarán, en un demoledor proceso de despersonalización, que pese a las enormes e indudables ventajas posee el ordenado, utilizado por la inmensa mayoría de la población, está dejando obsoletas las cartas escritas a mano, que han sido marginadas por las modernas y poderosas herramientas, como el correo electrónico, que se ha erigido en un firme, rápido y eficiente método de comunicación, al alcance de toda la población
En el origen de la escritura, están los pictogramas, símbolos, dibujos, signos y formas diversas utilizados por los pueblos de la antigüedad con los que trataban de representar los objetos que les rodeaban, incluso palabras, siempre de una forma simplificada, sin transmitir ideas ni pensamientos abstractos, ni mucho menos estructuras sintácticas que estaban fuera del alcance de sus pretensiones.
Después, la escritura Jeroglífica, se desarrolló en Egipto durante más de tres mil años, con un sentido mágico y religioso, hasta el punto de que el nombre de una persona expresaba también su personalidad, siendo la pieza clave para la interpretación y traducción del lenguaje jeroglífico como es el caso de la Piedra Rosetta, que poseía grabados de tres lenguas diferentes, griego, jeroglífico y Demócrito, que fue descifrada por Champolion a finales del siglo dieciocho.
Todos estos lenguajes escritos, pusieron la base para la consecución de los alfabetos que hoy utilizamos, mediante la oportuna y conveniente evolución sufrida y que supuso la existencia hoy en día de alfabetos como el griego, cirílico, chino, árabe y hebreo. El escriba era el amanuense o copista de la antigüedad, procedente de las clases bajas de la sociedad, como lo fueron los copistas de la Edad Media que se encargaban de reproducir los libros y manuscritos en el Scriptorium de los monasterios.
Y hoy, para desgracia de los amantes de la escritura a mano y del cuidado y cultivo de esa preciosa herramienta que durante miles de años fueron desarrollando las diferentes culturas y civilizaciones que han poblado la Tierra, la caligrafía comienza un vertiginoso declive que parece imparable, hasta el extremo de que algunos países, como Finlandia, han decidido no incluir la escritura a mano y sustituirla por su aprendizaje en el  ordenador, en un proceso de despersonalización, que pese a teorías existentes a favor y en contra, parece indudable para quienes consideran la escritura a mano como algo inherente a la cultura del ser humano.
 Solamente los románticos del arte de la escritura y aquellos que no han podido o no han querido adaptarse a las modernas tecnologías, continúan imitando a aquellos amanuenses en un hermoso ejercicio de plasmar en el papel los símbolos que durante milenios utilizaron los seres humanos para comunicarse. Ninguna cultura inteligente, ninguna civilización avanzada, debería permitir su desaparición, que parece inevitable. Si así fuera, la cultura universal sufriría un duro golpe. Confiemos en la inteligencia humana.

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