Mientras escribo estas líneas,
contemplo con arrobo y admiración, unos documentos escritos a mano por mi padre
y por el padre de mi padre, mi abuelo. Ambos fueron secretarios de ayuntamiento
del pueblo donde nacieron, donde nací yo, Duruelo, un delicioso pueblecito en
la provincia de Segovia, en la falda de Somosierra, cerca de las Hoces del
Duratón, de Sepúlveda y de otros bellos y próximos lugares de esta hermosa
tierra Castellana, salpicada por montes y arboledas, cubierta de verdes
praderas y encantadores pueblecitos que el arco de la imponente Sierra domina, que
en los largos y añorados inviernos se tiñe de blanco, y en primavera de una soberbia
explosión de luz y color.
Conservo dichos documentos
manuscritos, como si de un tesoro se trataran, escritos con pluma y con una
preciosa y cuidada letra que denotan el interés y la importancia que entonces despertaba la
caligrafía, pese la escasa educación que entonces recibían en aquella escuela
primaria, donde se cuidaba la escritura a mano con una devoción y un entusiasmo
que hoy deberíamos envidiar, cuando contemplamos cómo esta herramienta está
quedando relegada, olvidada y sometida a un proceso de eliminación imparable.
Las nuevas tecnologías han
irrumpido con tal fuerza, que hoy, con la informática, casi se nos ha olvidado
escribir a mano. Lejos quedaron los cuadernillos de caligrafía que desde hace
ya demasiado tiempo descansan en un baúl de los recuerdos de donde jamás regresarán,
en un demoledor proceso de despersonalización, que pese a las enormes e
indudables ventajas posee el ordenado, utilizado por la inmensa mayoría de la
población, está dejando obsoletas las cartas escritas a mano, que han sido
marginadas por las modernas y poderosas herramientas, como el correo electrónico,
que se ha erigido en un firme, rápido y eficiente método de comunicación, al
alcance de toda la población
En el origen de la escritura,
están los pictogramas, símbolos, dibujos, signos y formas diversas utilizados
por los pueblos de la antigüedad con los que trataban de representar los
objetos que les rodeaban, incluso palabras, siempre de una forma simplificada,
sin transmitir ideas ni pensamientos abstractos, ni mucho menos estructuras
sintácticas que estaban fuera del alcance de sus pretensiones.
Después, la escritura
Jeroglífica, se desarrolló en Egipto durante más de tres mil años, con un
sentido mágico y religioso, hasta el punto de que el nombre de una persona expresaba
también su personalidad, siendo la pieza clave para la interpretación y traducción
del lenguaje jeroglífico como es el caso de la Piedra Rosetta, que poseía
grabados de tres lenguas diferentes, griego, jeroglífico y Demócrito, que fue
descifrada por Champolion a finales del siglo dieciocho.
Todos estos lenguajes escritos,
pusieron la base para la consecución de los alfabetos que hoy utilizamos,
mediante la oportuna y conveniente evolución sufrida y que supuso la existencia
hoy en día de alfabetos como el griego, cirílico, chino, árabe y hebreo. El
escriba era el amanuense o copista de la antigüedad, procedente de las clases
bajas de la sociedad, como lo fueron los copistas de la Edad Media que se
encargaban de reproducir los libros y manuscritos en el Scriptorium de los
monasterios.
Y hoy, para desgracia de los
amantes de la escritura a mano y del cuidado y cultivo de esa preciosa
herramienta que durante miles de años fueron desarrollando las diferentes
culturas y civilizaciones que han poblado la Tierra, la caligrafía comienza un
vertiginoso declive que parece imparable, hasta el extremo de que algunos
países, como Finlandia, han decidido no incluir la escritura a mano y
sustituirla por su aprendizaje en el
ordenador, en un proceso de despersonalización, que pese a teorías
existentes a favor y en contra, parece indudable para quienes consideran la
escritura a mano como algo inherente a la cultura del ser humano.
Solamente los románticos del arte de la
escritura y aquellos que no han podido o no han querido adaptarse a las
modernas tecnologías, continúan imitando a aquellos amanuenses en un hermoso
ejercicio de plasmar en el papel los símbolos que durante milenios utilizaron
los seres humanos para comunicarse. Ninguna cultura inteligente, ninguna
civilización avanzada, debería permitir su desaparición, que parece inevitable.
Si así fuera, la cultura universal sufriría un duro golpe. Confiemos en la
inteligencia humana.
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