Llegará un aciago día, así
pasen miles de años, que ningún resto del arte que los seres humanos han ido
legando a sus descendientes, sobreviva a la intemperie, al paso del tiempo, a
las fuerzas de la naturaleza y a los vaivenes diversos, indefinidos e
impredecibles de los acontecimientos históricos que sólo los seres humanos son
capaces de desatar en una imprevisible y desdichada actitud violenta que la
historia nos ha ido mostrando a lo largo de los siglos, como una amenaza, como
un maldición que nos atenaza y nos condena a repetir una y otra vez hechos
incalificables de los que nos avergonzamos a posteriori, pero de los que no
solemos aprender, para caer en los mismos errores de los que
históricamente jamás hemos aprendido nada.
La tecnología actual nos
permite dejar constancia en los diversos soportes multimedia de los que hoy
disponemos, de todas las obras de arte que en el mundo existen, en la esperanza
de que ellos sobrevivirán a los obras de arte originales expuestas al aire
libre, a las contenidas en los diferentes museos que en el mundo existen, en
las bibliotecas, en las hemerotecas, en las partituras de música, en las
cinematecas, fonotecas y en todos los santuarios del arte donde la creatividad
humana ha dejado el rastro de su capacidad para expresar la belleza en sus mil
formas diferentes, capaces de extasiar y emocionar a quien las contempla.
Intentaremos así, de esta
virtual forma, que la herencia recibida por las distintas generaciones a lo
largo de los milenios, sea capaz de sobrevivir a su destrucción, transmitiendo
así a nuestros descendientes lo más hermoso que el ser humano ha sido capaz de
crear, y que se prolongue indefinidamente en el tiempo para ser contemplado por
los futuros lejanos habitantes de un Planeta, donde todo es pasajero, donde
nada es eterno ni permanente, y donde la previsión, la necesidad y la capacidad
de legar nuestros tesoros artísticos, puede lograr la transmisión de los mismos
hasta el límite de nuestra capacidad humana.
Las soberbias pirámides de
Egipto, las hermosas catedrales, los bellísimos palacios, acueductos y
edificios históricos diversos, las estilizadas esculturas, las magníficas y
admirables obras de arte de la pintura universal, las exquisitas sinfonías, las
delicadas obras de la literatura universal, las soberbias obras maestras del
cine, y todas las manifestaciones del arte que el ser humano ha llegado a
crear, todas las originales, sin excepción, llegarán a degenerar, a desaparecer,
porque el tiempo es implacable y no perdona, ni distingue, ni discrimina, simplemente
actúa y somete a su perverso y tozudo dictado todo cuanto en su seno se
encuentra.
He tenido noticia acerca de
cómo se ha perdido de forma irremisible ingentes cantidades de información que
estaban almacenadas en soportes antiguos que ya no se utilizan, y dónde desde
los comienzos de la informática se habían ido guardando multitud de datos,
imágenes y otras informaciones de todo tipo, con la intención de preservarlas
para un futuro más o menos inmediato.
El progreso ha sido tan vertiginoso, tan
voraz, tan impredecible, que no se tuvo la precaución de conservar los
dispositivos y las aplicaciones capaces de leer la información contenida en
unos soportes que hoy han quedado obsoletos y cuyo contenido ya no se puede recuperar,
perdiéndose para siempre, en un acto de incalificable irresponsabilidad por
parte de quienes deberían haber previsto estas circunstancias. Asusta por lo
tanto pensar que semejantes errores vuelvan a cometerse y toda la información
que ahora tenemos salvaguardada del patrimonio mundial se llegara a perder en
un futuro muy lejano, cuando los originales hayan desaparecido de la faz de la
Tierra.
Desafortunadamente, tesoros con
una antigüedad de miles de años, de un valor incalculable, están siendo destrozados
en algunas regiones del mundo, provocando unas pérdidas irreparables en museos
de Irak, Siria y Afganistán, entre otros, por lo que un grupo de expertos están
tratando de digitalizar todo ese material perdido, partiendo de fotografías,
ilustraciones o incluso recomponiendo su imagen, con el objeto de mantener para
la posterioridad un valiosísimo legado artístico que irremisiblemente se ha
perdido.
No podemos encerrar en una
transparente urna, ni las pirámides, ni las catedrales, ni los museos, ni cuánto
de inmenso valor ellos contienen. No podemos evitar su deterioro eternamente,
ni podemos conservar para siempre los tesoros artísticos. Pero sí debemos y podemos
conseguir que las generaciones futuras no lamenten su pérdida. Salvaguardar
todos los tesoros en soportes virtuales, es factible y necesario. Es nuestra
obligación y nuestro ineludible compromiso con las generaciones futuras y con
el arte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario