Durante muchos años, como
tanta gente, fui un votante de izquierdas, que invariablemente depositó su
confianza en el partido que hoy ostenta la condición de oposición, frente a una
derecha omnipresente y autoritaria, que ejerce el poder a modo de recalcitrante
apisonadora que todo lo devasta con su aplastante manera de utilizar un poder
absoluto que lleva a cabo sin contemplaciones, como si el hecho de haber
obtenido el correspondiente permiso para gobernar, conseguido en justa lid, le
supusiera una patente de corso tal, que todo estuviera justificado para acceder
a los medios que considera oportunos para obtener los fines que a toda costa logrará,
entren o no en el programa electoral que propuso a sus votantes, y que como
todos los grupos políticos que ansían llegar a gobernar, incumplirán sin
excepción, ya que jamás los hechos se corresponderán con lo anunciado, en un
ejercicio de cinismo político que ya por adelantado damos por hecho, por
descontado, pero que de todas formas, sigue siendo del todo inaceptable.
Llegado un momento, después de
mucho esperar y de intentar comprender que hay que dar un mínimo de tiempo para
que se sustancien las cosas, se reposen y les llegue su momento, hasta que
cansado y hastiado de tantas contemplaciones y tanta infructuosa comprensión, dejé
de votar a dicho partido y a todos los demás. Sencillamente opté por negar mi
confianza a todos y cada uno de los grupos políticos que se presentan a las
elecciones generales, repito, desde hace ya muchos años, con la firme intención
de no volver a depositar mi voto en unas urnas, donde una vez quedan en ellas
atrapado, mi decisión deja de tener sentido, queda anulada, obsoleta y
despreciada por quienes lo solicitaron con promesas que quedaron olvidadas y
relegadas a una papelera, tan pronto como obtuvieron el ansiado y disputado
voto.
Nunca más volví a votar, y
jamás lo haré, en un compromiso adquirido conmigo mismo y que nunca
decepcionaré, pues en tanto me valoro en este aspecto y en tanto estimo mi
honesta dignidad y honorabilidad personal. Tampoco ahora, que tantas nuevas
opciones parecen estar desgranándose, en un delirante y controvertido panorama
político, en el que han salido a la luz unas opciones políticas que están
creando nuevas esperanzas que de una forma convulsamente trepidante, están
llevando ilusión y nuevas y buenas expectativas a una población que considera
que el panorama económico y social de este País, puede y debe cambiar con
ellos, confiando en sus promesas y en unas perspectivas de futuro que prometen
llevar a una ciudadanía cansada, harta y hastiada de una clase política incapaz
de colmar las esperanzas de mejora, ante una delicada y frustrante situación
que para muchos millones de españoles es de auténtica necesidad.
Pero mi escepticismo queda por
encima de tanta nueva promesa, y de tantas y tan sencillas maneras de resolver
cuantos problemas acucian a los ciudadanos, según nos cuentan quienes han
irrumpido en un panorama político tan revuelto como confuso. No creo que todo
sea tan fácil, ni pienso que debieran airearlo de esta manera que está logrando
crear unas esperanzas y unas ilusiones que puede que se vean defraudadas una
vez más, con la consiguiente frustración de una población que no soportaría más
triquiñuelas ni más engaños, por lo que la moderación sería un buen arma de
futuro para estos nuevos partidos que proclaman por doquier la buena nueva de
la resolución a todos los problemas.
Siempre existe un detonante
que te conduce por primera vez a renunciar al derecho al voto. En mi caso
fueron varios, pero el principal, que aún hoy sigue vigente, fue el del
mantenimiento del insostenible e inadmisible Concordato con la Iglesia Católica
que tantos privilegios le otorga y que pese a las declaraciones que dirigentes
del Psoe hacen con frecuencia al respecto, sigue ahí, pesando como una losa
sobre los ideales de un Partido que se muestra irreconocible desde hace
demasiado tiempo. Tanto como el que llevo sin votarle. Ni a él ni a ninguno de
los que configuran el panorama político nacional. No se lo merecen.
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