miércoles, 20 de mayo de 2015

VERGÜENZA TORERA

Me pregunto si los defensores que aún quedan de las corridas de toros, que conforman la mal llamada fiesta nacional, a la que confieren atributos de arte, han pensado alguna vez en los niños expuestos a este espectáculo bárbaro e inaceptable, en esta España de costumbres rancias y crueles, que presenta ante sus ojos una exhibición de violencia, sangre y muerte de un animal en un coso cerrado, donde una multitud corea, jalea y aplaude los insidiosos lances del torero, armado con capa y espada que junto con el bravo animal, acabarán teñidos de rojo, aquel coreado por los enardecidos espectadores y éste herido de muerte en la arena de la plaza.
Se escuchan todo tipo de argumentos, a favor y en contra de este extraño espectáculo, razones de todo tipo y condición, tanto éticos como estéticos, prevaleciendo cada vez más, los que tratan de llamar la atención sobre lo que de denigrante desprende a todos los niveles semejante proceder, sobre la antítesis que supone a todo lo que de supuesta belleza y arte algunos pretenden, sobre la inmoralidad manifiesta, que ofende los más elementales sentimientos propios de la condición humana.
Pero jamás he oído una condena clara, tajante, unánime de la falta total y absoluta de una sensibilidad herida como la de los niños, que inevitablemente entonces vimos y que ahora siguen viendo, y que es imposible ocultarles, pese a los obstáculos que pueda ponérseles para que no vean tan triste espectáculo, porque es una costumbre demasiado enraizada en la falsa cultura de este País.
Espectáculo que pueden contemplar no sólo en los medios de comunicación, sino que está presente en su propia ciudad, en la mayoría de los pueblos, donde esta incalificable fiesta sigue siendo la protagonista principal y a veces única, de los festejos que todos los años inundan la geografía nacional en un alarde contracultural y violento de airear a los cuatro vientos una diversión basada en el ensañamiento con unos animales que acaban con el preceptivo derramamiento de sangre, no sólo en las plazas, sino en los campos dónde se los persigue, se los acosa y se los daña, hasta derribarlos a crueles lanzadas.
Tengo una hija en Italia, dónde colabora como voluntaria junto con otros compañeros de la Comunidad Europea en colegios de niños, generalmente de corta edad. Se encargan de hablarles sobre el País del que son representantes, intentando que conozcan de primera mano todo acerca del mismo, ya sea sobre su cultura, sus costumbres, sus ciudades, su gastronomía, y en general sobre cuántos temas puedan ser de interés, en función de la edad de los alumnos, que preguntan una y otra vez para satisfacer una natural curiosidad que les lleva a descubrir un mundo que no conocen.
Pues bien, una pregunta que suelen hacer cuando de España y de sus costumbres se trata, es la siguiente: ¿Por qué los toreros matan a los toros? ¿Por qué los maltratan de esa manera? Mi hija, naturalmente queda totalmente descolocada ante preguntas tan elementales, pero sin duda también tan  complicadas y difíciles de darles una respuesta lógica y que satisfaga su espontáneo natural interés, al tiempo que justifique un hecho violento inmerso en una supuesta fiesta.
Es la única de las y los compañeros de los países europeos allí representados, que se ve obligada a responder ante semejantes preguntas. Un compromiso que trata de sobrellevar lo más elegante y objetivamente posible, a la par que lo que su subjetividad le dicta, que es siempre inseparable de cualquier opinión vertida sobre un determinado tema. Les dice, según me cuenta, que es una costumbre que viene de muy antiguo, que está muy enraizada en las costumbres del País, que no todos están de acuerdo, sino que más bien al contrario, la mayoría rechaza este espectáculo, que incluso en algunas regiones como Cataluña, y algunas otras ciudades está prohibido.
Lo que no puede decir, porque sería inasumible e incomprensible, incluso para los más pequeños, es que los toros están declarados Patrimonio Cultural de España, algo incalificable, que ofende a un sentimiento y a un concepto de la cultura, al que le sobra cualquier comentario, por estar inmensamente alejado de la belleza y la emoción que el arte despierta en el ser humano. Estamos obligados a proteger a los niños, tan amantes de los animales, de esta incalificable violencia que se ejerce contra estos hermosos animales.

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