Alguien escribió en algún
momento, hace ya bastante tiempo de ello, y el suficiente como para que se haya
podido comprobar una vez más dicha afirmación, que España era un país indestructible,
porque toda su historia lleva intentándolo, y no había logrado conseguirlo.
Tiene su mérito, qué duda cabe,
con perdón, que una nación intente semejante dislate, por lo que de auto
crítica supone, y siempre admitiendo que
aceptemos dicha aseveración, pues al menos hemos de considerar, en la
medida que vale, la constancia que este hecho conlleva, algo poco habitual en nuestro
acervo cultural y social.
No deja de ser un valor a tener
en cuenta, que debidamente tratado, y quizás trocado en positivo, invirtiendo
para ello los términos, supondría que seríamos capaces de lograr cualquier
objetivo a base de un firme empeño común, una fuerza de voluntad conjunta, y una
solidaria y sabia decisión de progreso.
Las elecciones plebiscitarias
catalanas, es decir, las autonómicas, que quieren convertir en plebiscito
popular, pueden constituir un botón de muestra de la susodicha afirmación planteada
aquí, pues dicha votación pretende subvertir el orden constitucional al no
respetar sus términos, algo que nada tiene de nuevo, pues ni es la única región
de España que lo pretende, ni es la primera vez que se lleva a cabo dicha
pretensión.
Los orígenes se remontan a
tiempos remotos pertenecientes a un pasado al que suelen recurrir, a veces
tergiversándolo arteramente, utilizándolo por lo tanto en la manera que más les
conviene. Entonces el puzle que estaba conformando este País, pugnaba por
desbaratarse a cada momento, cuando apenas se habían logrado encajar unas
cuantas piezas.
Un territorio que hoy, después
de tanto tiempo, y sin que haya mediado apenas pausa alguna, sufre de nuevo los
intentos de quienes desean desgajarse del resto, utilizando para ello el
recurso de traer a la memoria aquellos hechos que según ellos les otorgan la
suficiente justificación histórica e incluso jurídica para conseguir hoy lo que
se les denegó en el pasado, y que sólo ellos parecen reconocer abiertamente que
juega a su favor.
Los representantes del gobierno
central, insisten en aplicar las leyes, la Constitución, sin más
pronunciamientos para denegar sus pretensiones, lo que invalida todos los
intentos separatistas, mientras que el principal partido en la oposición,
plantea una reforma constitucional que convierta este país en un Estado
Federal, o algo similar.
Este último planteamiento, en
el que no quedan meridianamente claros sus planteamientos, pues pecan de falta
de la necesaria concreción, conlleva un diálogo que en el caso del gobierno no
aparece por ningún lado, ya que apela exclusivamente a la Constitución y a la
aplicación de las leyes vigentes.
Legalidad por un lado, sin
posibilidad de establecer conversaciones al respecto, contra cambio
constitucional dialogante por otro, parecen ser hoy las únicas opciones para
evitar un desgarro, que la inmensa mayoría de la población no desea.
Ambas posiciones se enfrentan a
una pertinaz y obcecada decisión de una segregación que no atiende a razones,
ni a las unas ni a las otras, y que incluye la declaración unilateral de
independencia, en un férreo y constante viaje sin rumbo fijo, que conduce al
abismo de una indeseable separación, cuyas consecuencias serían devastadoras
para todos.
Nadie puede predecir con
exactitud cuáles serían los indudables problemas de todo orden que tanto
Cataluña como España tendrían que afrontar, aunque algunas sí parecen quedar lo
suficientemente explícitas y reveladoras, como para que ambas partes lograsen
el deseado acuerdo.
Es difícil predecir qué es lo
que va a suceder. En cualquier caso todo esto no hace sino refrendar el aserto que
planteábamos al principio, pero con la consideración nada baladí, de que los
hechos pueden desencadenarse casi de inmediato, y con una perspectiva de
certeza que nadie debería tomar a la ligera.
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