martes, 15 de septiembre de 2015

TEORÍA DE LA AUTODESTRUCCIÓN

Alguien escribió en algún momento, hace ya bastante tiempo de ello, y el suficiente como para que se haya podido comprobar una vez más dicha afirmación, que España era un país indestructible, porque toda su historia lleva intentándolo, y no había logrado conseguirlo.
Tiene su mérito, qué duda cabe, con perdón, que una nación intente semejante dislate, por lo que de auto crítica supone, y siempre admitiendo que  aceptemos dicha aseveración, pues al menos hemos de considerar, en la medida que vale, la constancia que este hecho conlleva, algo poco habitual en nuestro acervo cultural y social.
No deja de ser un valor a tener en cuenta, que debidamente tratado, y quizás trocado en positivo, invirtiendo para ello los términos, supondría que seríamos capaces de lograr cualquier objetivo a base de un firme empeño común, una fuerza de voluntad conjunta, y una solidaria y sabia decisión de progreso.
Las elecciones plebiscitarias catalanas, es decir, las autonómicas, que quieren convertir en plebiscito popular, pueden constituir un botón de muestra de la susodicha afirmación planteada aquí, pues dicha votación pretende subvertir el orden constitucional al no respetar sus términos, algo que nada tiene de nuevo, pues ni es la única región de España que lo pretende, ni es la primera vez que se lleva a cabo dicha pretensión.
Los orígenes se remontan a tiempos remotos pertenecientes a un pasado al que suelen recurrir, a veces tergiversándolo arteramente, utilizándolo por lo tanto en la manera que más les conviene. Entonces el puzle que estaba conformando este País, pugnaba por desbaratarse a cada momento, cuando apenas se habían logrado encajar unas cuantas piezas.
Un territorio que hoy, después de tanto tiempo, y sin que haya mediado apenas pausa alguna, sufre de nuevo los intentos de quienes desean desgajarse del resto, utilizando para ello el recurso de traer a la memoria aquellos hechos que según ellos les otorgan la suficiente justificación histórica e incluso jurídica para conseguir hoy lo que se les denegó en el pasado, y que sólo ellos parecen reconocer abiertamente que juega a su favor.
Los representantes del gobierno central, insisten en aplicar las leyes, la Constitución, sin más pronunciamientos para denegar sus pretensiones, lo que invalida todos los intentos separatistas, mientras que el principal partido en la oposición, plantea una reforma constitucional que convierta este país en un Estado Federal, o algo similar.
Este último planteamiento, en el que no quedan meridianamente claros sus planteamientos, pues pecan de falta de la necesaria concreción, conlleva un diálogo que en el caso del gobierno no aparece por ningún lado, ya que apela exclusivamente a la Constitución y a la aplicación de las leyes vigentes.
Legalidad por un lado, sin posibilidad de establecer conversaciones al respecto, contra cambio constitucional dialogante por otro, parecen ser hoy las únicas opciones para evitar un desgarro, que la inmensa mayoría de la población no desea.
Ambas posiciones se enfrentan a una pertinaz y obcecada decisión de una segregación que no atiende a razones, ni a las unas ni a las otras, y que incluye la declaración unilateral de independencia, en un férreo y constante viaje sin rumbo fijo, que conduce al abismo de una indeseable separación, cuyas consecuencias serían devastadoras para todos.
Nadie puede predecir con exactitud cuáles serían los indudables problemas de todo orden que tanto Cataluña como España tendrían que afrontar, aunque algunas sí parecen quedar lo suficientemente explícitas y reveladoras, como para que ambas partes lograsen el deseado acuerdo.
Es difícil predecir qué es lo que va a suceder. En cualquier caso todo esto no hace sino refrendar el aserto que planteábamos al principio, pero con la consideración nada baladí, de que los hechos pueden desencadenarse casi de inmediato, y con una perspectiva de certeza que nadie debería tomar a la ligera.      

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