martes, 22 de septiembre de 2015

LOS DISPARATES NACIONALES

Persiste este País en su empeño por mantener unas incongruencias históricas, que como tales, nos desacreditan, a la par que en ocasiones nos desautorizan, ante el resto del mundo en general y ante una importante mayoría del país en particular, sin que ello suponga el menor obstáculo para que nada cambie, instalados como estamos, en la torpeza que las cegueras históricas suelen arrostrar.
Desatinos que a lo largo de nuestra historia más reciente, nos han llevado a mantener unos hechos y unos comportamientos impropios de un país occidental, moderno y con una tradición cultural e histórica Europea, que debería echar por tierra tantos y tan  pertinaces errores, que entran en el terreno de la paradoja y de la irracionalidad más inexplicable.
En unos casos, nos empeñamos en que nada cambie, por el hecho de que ello supondría romper definitivamente con un pasado, con el que no estamos de acuerdo, pero que es mejor olvidar, con el objeto de no traer a colación aquellas vergüenzas que nos aquejan aún, pero que preferimos dar de lado, hasta que el paso del tiempo traiga el olvido y todas sus indeseables y forzadas consecuencias.
En otros, consideramos que la identidad nacional quedaría seriamente dañada si decidimos dar un paso que nos acercaría a una modernidad de la que parece queremos alejarnos, en una inexplicable demostración de un despropósito que más se acerca a la necedad que a la lógica y sabia decisión de abandonar la barbarie.
En los más, sólo caber pensar en una ridícula demostración de un orgullo nacional patrio, de cuya dejación no cabría esperar otra cosa que entrar en el terreno de la racionalidad y el conocimiento, propios de una país moderno y avanzado, pero que chocaría con las más rancias y cutres esencias nacionales, que no hacen, sino ofrecer una penosa imagen de un país sumido en el costumbrismo más anacrónico.
Penosa es la imagen del folclorismo vulgar y decadente que nos sigue azotando, proveniente de las capas más tradicionales y menos interesadas en una formación cultural, de la que hacen continua dejación, que denotan una ausencia absoluta de una preparación ética y estética, que raya en la vulgaridad, la ordinariez, y el sentido más chabacano y trivial, que de ninguna manera puede ni debe representar a nuestro País.
Lo más triste y deprimente de este deplorable folclorismo, es el hecho de que entre la juventud tiene aún demasiados adeptos. Se halla arraigado en exceso, hasta el punto de que, aunque en términos absolutos no son multitud, en términos relativos son siempre excesivos, pues representan la negación cultural más acendrada y anacrónica, así como una lamentable tendencia hacia una manifestación que se opone frontalmente al desarrollo y cultivo del amor por el arte y la belleza.
Pero con todo, lo más preocupante es el mantenimiento por un importante sector de la población, aunque afortunadamente cada día más en baja, de costumbres y tradiciones basadas en la falsa y cruel cultura de la barbarie que lleva consigo el derramamiento de sangre de animales, a los que se les sacrifica en aras de una diversión inexplicable, que llaman fiesta nacional, a la que incluso le conceden el ridículo calificativo de arte.
Nadie puede explicarse cómo pueden existir aún monumentos en sus diversas manifestaciones que homenajean y recuerdan a siniestros, tétricos e impresentables personajes, que proceden de los tiempos de la dictadura, en un acto incalificable que nadie debería rememorar si no es para ponerles como ejemplo de todo aquello que jamás debió suceder y como medio de evitar que tamaños actos de vil y despiadada crueldad contra los hombres, las ideas y la libertad, de la que fueron autores, nunca más vuelvan a tener lugar.
Resulta penoso y triste, tener que aceptar que las heridas de la espantosa contienda que ensangrentó nuestro País, aún no se han cerrado. No tiene justificación alguna, que a estas alturas, miles de tumbas anónimas continúen repartidas por todo el territorio nacional, sin que nadie se ocupe ni se preocupe de conocer quienes allí están enterrados, en un infame acto, que pese a que los estamentos oficiales se empeñan en que el olvido lo cubra todo con su oscuro manto, los descendientes, hijos aún y sobre todo nietos, siguen reclamando haciendo uso de su derecho a conocer una verdad que se les niega.
El último disparate, tan flagrante como los ya expuestos, es el que pone de manifiesto la falta de respeto por parte de los medios oficiales de un principio que consagra nuestra Constitución, que es el de la no confesionalidad del Estado Español. De él hacen dejación, tanto tirios como troyanos, a la hora de llevar a cabo actos oficiales que incluyen su presencia en templos católicos, así como la de mantener un Concordato que sitúa a esta confesión religiosa en una posición de privilegio a la que de ninguna forma tiene derecho.

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