Este es un País de excesos, en
tantos sentidos, con tal intensidad y con tantos despropósitos a sus espaldas,
que los misterios han de florecer y surgir necesariamente, sin que tengamos que
llevar a cabo grandes esfuerzos, ni que sea necesario proponérselo para que se
vean materializados.
Tendemos por inercia a sublimar
nuestros instintos más primarios para transformarlos en actos socialmente
aceptados, pero que con demasiada frecuencia son moral, ética y estéticamente
inaceptables.
Hace ya mucho tiempo, parece
ser que fue el canciller alemán Otto Bismarck – conocido por el sobrenombre del
canciller de hierro – quien afirmaba, que España era el país más fuerte del mundo,
pues llevaba siglos intentando destruirse y no lo había conseguido.
Era ésta una clara y terminante alusión a
nuestra innata capacidad para intentar enfrentarnos a nuestros particulares
demonios, sin que para ello mediase un exceso de diálogo y de reconocimiento de
cuantos defectos nos suelen adornar.
Y no ha de ser porque no los
reconozcamos, que lo hacemos, y además con suma y persistente vocación de
entonar un mea culpa, que en cualquier caso suele quedar en eso, en una mera
exposición de intenciones, que en ningún caso llega a sustancianciarse en una
corrección, en un cambio de rumbo que logre llevarnos a buen puerto.
Y así nos vemos inmersos con
suma frecuencia en contradicciones continuas, que nos hacen retroceder dos
pasos por cada tres que avanzamos, en el mejor de los casos, y que supone una
lucha continua por sostenella y no enmendalla.
En unas recientes
declaraciones, un torero que está llevando a cabo una campaña a favor de la mal
denominada fiesta nacional, y en contra de la llevada a cabo por los que se
oponen a ella, los anitaurinos, afirma que él es un torero, no un asesino.
Es algo que ya sabíamos – un
ejemplo más de los excesos de los que hablamos - pero que dicho torero parece poner en
cuestión, ya que nadie le acusa en ese sentido, en el de matar personas, sino
de sacrificar cruelmente a unos animales, con el consentimiento y regocijo de
una afición que aplaude desde la grada en un acto incomprensible y
profundamente lamentable que hiere la sensibilidad más elemental.
El susodicho matador, continúa llevando
a cabo su campaña contra quienes se oponen a la fiesta de los toros en una
maniobra en solitario, carente de estrategia, fruto del corazón más que de la
cabeza, pero que tiene una sonada repercusión social, por ser uno de los
toreros con más cartel de la actualidad.
Pero lo más destacable de las
declaraciones del torero, y que han provocado y dado lugar a la exposición de
estas líneas, es el hecho de afirmar que se siente profundamente ofendido,
porque considera que la posición de los anti taurinos, que son mayoría absoluta
ya en este País, le hiere a él y a la ciudad que según él representa todas las
esencias de la tauromaquia.
Y para sustentar esta
afirmación, que tanto dolor y oprobio le produce, añade tajantemente y sin el
menor comedimiento: “me parece una provocación que vengan a una tierra tan
llena de misterio, de belleza y tan marcada por la tauromaquia como Ronda”.
¿Belleza y misterio en los
toros? Nada más lejos de la realidad y más cerca del esperpento.
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