martes, 27 de octubre de 2015

HISTORIAS DE LA VULGARIDAD

Una de las consecuencias de la supuestamente pasada crisis, que este País ha sufrido, y pese a las dudas que muchos plantean, aún sufre, vistos los destrozos por ella causados, que son plenamente visibles y lo que es peor, desdichada y duramente sentida en propia piel, por quienes más la han soportado, es el hecho manifiesto de que ha dejado tras de sí, no sólo el sufrimiento en la gente, en sus muchas vertientes, sino en la ética y en la estética de todo cuanto nos rodea.
Como subproducto de la misma, ha quedado una innumerable y trivial estela de espacios comerciales de diversa índole, que se han acogido a la más vulgar y chabacana cultura del mal gusto y de la trivialidad más tosca que podíamos imaginar, fruto de una cesión de locales, venta o alquiler, por parte de quienes no pudiendo mantener su pequeño negocio, por la bajada en picado de las ventas y otros problemas derivados de estos malos tiempos, han tenido que desentenderse de él y dejarlo en manos de quienes mantienen una política comercial muy diferente a la de sus antiguos propietarios.
Y así, nos encontramos con calles enteras de grandes y pequeños ciudades, donde los locales comerciales de toda la vida, con un sello de autenticidad y permanencia demostrada a lo largo de muchos años, han sido reemplazados por otros – generalmente adquiridos por propietarios foráneos - manteniendo la misma o diferente actividad, pero con una impronta de calidad y garantía que han dejado el listón excesivamente bajo, hasta el punto de resultar irreconocibles.
El mal gusto, la ausencia de condiciones mínimas, incluso higiénicas en algunos casos, de una estética ordinaria y vulgar, con unos productos, que casi siempre, y a simple vista, salvo raras excepciones, desmerecen una calidad mínima, tanto ética como estética, a la que nos tenían acostumbrados los anteriores dueños, que ven ahora,  cómo su local y sus productos, no están a la altura que solían.
No se trata de exigir una altura de miras tal que sólo acepte establecimientos y locales de primer orden, de un gusto exquisito, con unos precios alejados de la realidad que vivimos. En absoluto. Se trata simple y llanamente de lamentar una pérdida de tantos y tantas pequeñas actividades con auténtica solera alguna de ellas, que ofrecieron durante muchos años una imagen y un saber estar y vender que agradaba y atraía a los clientes, y que ahora presentan, muchos de ellos, una pobre y desangelada imagen, que a nadie favorece.
Hacía años que no paseaba por algunas calles de Madrid, como la Gran Vía, así como la Plaza de España, y me resultó casi irreconocible. Durante algunos años viví no lejos de allí, y me resultó descorazonador, contemplar cómo muchos locales con muchos lustros de bien ganada tradición habían desaparecido.
En su lugar, se hallaban otros, cuyo simple aspecto exterior, repelía el sentido por la más elemental estética, con actividades que jamás antes habían tenido cabida en una avenida como la citada, donde el paseante disfrutaba simplemente con el típico paseo para ver las  tiendas y sus escaparates, antes de entrar a unos cines que ya no existen.
Es el reino de la mediocridad, del igualar a todos por abajo, de la falta de una exigencia mínima de un exigible sentido de la estética, y por supuesto de la ética, en una afán de bajar costos, del todo vale a costa de bajar una calidad y un buen gusto, que repercute en el consumidor de una negativa y desagradable forma.
                                                                                                              
Son los desastres de la crisis. Uno más a sumar a una historia decadente. En este caso comercial, que no humana, que siempre es mucho más cruel, triste y lamentable, y que ha dejado unos irreparables destrozos en las vidas y haciendas de las gentes.
Un retroceso en todos los órdenes, que no se remediará quizás nunca, y que dejan un rastro de vulgaridad y miseria que nos acompañarán durante demasiado tiempo, fruto de la insensatez, siempre atribuible a la condición humana.

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