lunes, 21 de diciembre de 2015

DEBATIR COMO EL AVESTRUZ

Está siendo ésta última hornada de debates, tan insoportable como soporífera. Ya sea a cuatro, o a dos, da la impresión que nos están tomando el pelo – algo nada nuevo – que ya ni siquiera nos tienen en cuenta, hasta el momento de depositar el voto, sino que han convertido estas manifestaciones en una auténtica ceremonia, no ya de la confusión, sino de una inconfundible, cristalina y patente demostración, de cómo estos personaje públicos, dejan de lado descarada y ladinamente, a sus posibles votantes, en aras de una desmedida ambición que no conoce límites.
Lo hacen además, con unos aires de un cierto endiosamiento tan alejado de los ciudadanos a los que dicen representar, que ya ni siquiera se molestan en dirigir su mensaje con humilde y serena sinceridad, con ofertas claras, razonables y dirigidas siempre a mejorar la vida de los habitantes de una nación que espera de ellos algo más que promesas que se adivinan imposibles de cumplir, sino que utilizan estos encuentros para dirimir sus personales cuitas, llegando a dar la impresión de que más que por sus votantes, lo que tratan es de lograr llegar al poder a costa de ellos, tal es su capacidad para defender sus personales intereses.
Todo ello precedido de un show absurdo, rancio y mal copiado de las campañas americanas, que poco o nada tiene que ver con nuestra idiosincrasia, a cargo de unos medios de comunicación que luchan por sus intereses comerciales, con la anuencia de los candidatos de los debates, dedicando el mismo tiempo, casi dos horas, al previo del acontecimiento como al desarrollo del propio debate, con imágenes de la llegada de los participantes, tribuna para los medios gráficos, para el público que curioso asiste al espectáculo, todo ello en la calle, con la presencia incluso de una lluvia que no quería perderse tan inefable espectáculo, en una muestra más del despropósito más absoluto al que se está llegando en estas elecciones generales.
Dos horas previas, más otras dos de debate, que nos regalaron a quienes tuvimos la curiosidad de contemplar un penoso espectáculo que por momentos llegó a ser insoportable. El primero, en el que debatían cuatro contendientes, cada uno de ellos enrocado en su mundo, tan alejado de sus votantes, pero que ellos consideraban tan cercano, se convirtió en un espectáculo tan patético como alejado de una realidad ciudadana que es la que afecta y determina cada día a los habitantes de este País.
En las mismas condiciones previas se desarrolló posteriormente, aunque con distinto formato después, el segundo gran debate, esta vez a dos, entre el actual presidente del gobierno y el jefe de la oposición. Aún más insoportable y anodino – pese a la tensión que reinó en algunos momentos – resultó este encuentro a dos, en el que el cara a cara se limitó a ofrecer ingentes cantidades de cifras, fechas y estadísticas, que aburrían hasta la extenuación a unos pacientes espectadores, posibles votantes, que poco o nada sacaron en claro sobre el destino de su voto, si es que aún albergaban dudas al respecto.
El y tú más, la defensa a ultranza de sus posturas, el continuo desmentido de las afirmaciones contrarias, las descalificaciones, tanto personales como de partido, las sensibilidades heridas por unos supuestos insultos, la repetida petición de explicaciones por una falta de argumentos tanto de uno como del otro, y la ausencia de una mínima y necesaria ética personal y política, de un saber estar, de una capacidad exigible a ambos para asimilar con elegancia el discurso contrario, desacreditó a ambos contendientes.
Nadie dedicó ni un segundo a la recuperación de la memoria histórica. No vende. ¡Qué vergüenza!

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