Está siendo ésta última hornada
de debates, tan insoportable como soporífera. Ya sea a cuatro, o a dos, da la
impresión que nos están tomando el pelo – algo nada nuevo – que ya ni siquiera
nos tienen en cuenta, hasta el momento de depositar el voto, sino que han
convertido estas manifestaciones en una auténtica ceremonia, no ya de la
confusión, sino de una inconfundible, cristalina y patente demostración, de
cómo estos personaje públicos, dejan de lado descarada y ladinamente, a sus
posibles votantes, en aras de una desmedida ambición que no conoce límites.
Lo hacen además, con unos aires
de un cierto endiosamiento tan alejado de los ciudadanos a los que dicen
representar, que ya ni siquiera se molestan en dirigir su mensaje con humilde y
serena sinceridad, con ofertas claras, razonables y dirigidas siempre a mejorar
la vida de los habitantes de una nación que espera de ellos algo más que
promesas que se adivinan imposibles de cumplir, sino que utilizan estos encuentros
para dirimir sus personales cuitas, llegando a dar la impresión de que más que
por sus votantes, lo que tratan es de lograr llegar al poder a costa de ellos,
tal es su capacidad para defender sus personales intereses.
Todo ello precedido de un show
absurdo, rancio y mal copiado de las campañas americanas, que poco o nada tiene
que ver con nuestra idiosincrasia, a cargo de unos medios de comunicación que
luchan por sus intereses comerciales, con la anuencia de los candidatos de los
debates, dedicando el mismo tiempo, casi dos horas, al previo del
acontecimiento como al desarrollo del propio debate, con imágenes de la llegada
de los participantes, tribuna para los medios gráficos, para el público que
curioso asiste al espectáculo, todo ello en la calle, con la presencia incluso
de una lluvia que no quería perderse tan inefable espectáculo, en una muestra
más del despropósito más absoluto al que se está llegando en estas elecciones
generales.
Dos horas previas, más otras
dos de debate, que nos regalaron a quienes tuvimos la curiosidad de contemplar un
penoso espectáculo que por momentos llegó a ser insoportable. El primero, en el
que debatían cuatro contendientes, cada uno de ellos enrocado en su mundo, tan
alejado de sus votantes, pero que ellos consideraban tan cercano, se convirtió
en un espectáculo tan patético como alejado de una realidad ciudadana que es la
que afecta y determina cada día a los habitantes de este País.
En las mismas condiciones
previas se desarrolló posteriormente, aunque con distinto formato después, el
segundo gran debate, esta vez a dos, entre el actual presidente del gobierno y
el jefe de la oposición. Aún más insoportable y anodino – pese a la tensión que
reinó en algunos momentos – resultó este encuentro a dos, en el que el cara a
cara se limitó a ofrecer ingentes cantidades de cifras, fechas y estadísticas,
que aburrían hasta la extenuación a unos pacientes espectadores, posibles
votantes, que poco o nada sacaron en claro sobre el destino de su voto, si es
que aún albergaban dudas al respecto.
El y tú más, la defensa a
ultranza de sus posturas, el continuo desmentido de las afirmaciones
contrarias, las descalificaciones, tanto personales como de partido, las
sensibilidades heridas por unos supuestos insultos, la repetida petición de
explicaciones por una falta de argumentos tanto de uno como del otro, y la ausencia
de una mínima y necesaria ética personal y política, de un saber estar, de una
capacidad exigible a ambos para asimilar con elegancia el discurso contrario,
desacreditó a ambos contendientes.
Nadie dedicó ni un segundo a la
recuperación de la memoria histórica. No vende. ¡Qué vergüenza!
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