Mucho parecía haber cambiado
este País, hasta que caímos en la cuenta, a fuerza de observar el día a día,
que no es para tanto, que apenas las formas han mutado, y poco, para por fin
decidirse en simples y mínimos toques, más bien retoques, en una fachada harto
descolorida y desconchada por tanto y tan inútil desgaste.
El que sufrimos de una manera
constante y machaconamente insoportable, en forma de peleas y tiras y aflojas
institucionales, que suponen una permanente fuente de noticias procedentes
sobre todo de esa Cataluña que dice sentirse robada, humillada y vilipendiada,
como ha tiempo sucedió, quizás con menos intensidad y crispación, quién nos lo
iba a decir, con el País Vasco
Y todo ello por una España, de
la que quieren desconectar – término ahora de moda, acuñado para tan señalado
evento – y que no pierden ocasión de sacarlo a la luz, de incordiar y tensar
continuamente, como si el gobierno catalán no tuviera otras obligaciones que
las de gestionar y avanzar hacia una independencia, que se ha convertido en una
obsesión para ellos, y en una pesadilla para el resto del País.
Tiempos aquellos del inefable
Ibarretxe, que nos sacaron de quicio durante casi dos años, hasta el punto de
que muchas voces, desesperadas por tanta tensión y dada la parsimonia con la
que actuaba el gobierno vasco, les pedían que se decidieran de una vez, que se
dejaran de medias tintas y tomasen una decisión, se decidieran de una vez por
todas, y se dejasen de tanto juego que no parecía decantarse en nada.
Y sin embargo, después de tanta
verborrea independentista, de tanta amenaza y tan insistentes e irritantes
mensajes en el sentido de que suya era la libertad para decidir, de fijar fechas para
llegar a la separación, a la independencia en suma, todo quedó en agua de
borrajas.
Una vez que llegó al Congreso
de los Diputados, se les negó toda facultad, que según la Constitución no
tienen para llevar a cabo un proceso de autodeterminación, de llevar a cabo un
referéndum que la máxima ley no contempla, y ahí quedó todo. Ibarretxe se
retiró a su cuartel de invierno, y la paz y el sosiego institucional en aquella
región quedó en suspenso, que no olvidado.
Y ahora nos parece mentira.
Establecemos las oportunas comparaciones y no nos lo creemos. Cabía pensar,
vista la trayectoria seguida por ambas regiones, Cataluña y el País Vasco, que
los problemas provendrían de éste último, por motivos obvios que todos
conocemos.
Los catalanes son demasiado
listos para llegar a pensar en la independencia, nos decíamos, son muy prácticos,
la pela es la pela. No consideramos que llegaran jamás a meternos en semejante
berenjenal. Y ahí están, no ha habido retirada, ni siquiera táctica,
estratégica quizás, como llevaron a cabo los Vascos.
Pensábamos que por su carácter
e historia, éstos tenderían a actuar con más dureza, al considerarlos más
irreflexivos, más impulsivos, menos prácticos. El corazón prevalecería sobre la
cabeza y nadie podría detenerlos en su afán por separarse de España.
Nos encontramos con una
realidad que nada tienen que ver con dichas previsiones. Cataluña ha llegado
demasiado lejos en sus intensiones separatistas y no va a ser fácil, ni
seguramente posible detener la que se nos viene encima. Un par de conocidos
políticos de distinto signo, han llegado a calificar estos hechos como de un
auténtico golpe de estado institucional.
En los últimos años, el número
de nacionalistas catalanes se ha incrementado exponencialmente, hasta el punto
de que casi la mitad de sus ciudadanos, al menos según las últimas elecciones
celebradas en esa comunidad, se declaran independentistas, algo que hace apenas
una década era algo impensable.
¿Qué ha sucedido? ¿Cómo es
posible que en menos de diez años, el número de ciudadanos catalanes se haya
duplicado? ¿Ha sido una evolución natural, o algo o alguien ha influido en este
cambio? ¿A quién cabría pedirle explicaciones al respecto?
A lo largo de la historia se ha
podido comprobar cómo una personalidad ha llegado a arrastrar e influir en toda
una sociedad y sus acontecimientos negativamente, hasta el punto de derivar en
un discurrir histórico diferente, llegando a sufrir cambios traumáticos que
tuvieron una gran trascendencia en el futuro de un País o incluso de la
humanidad. Casos podríamos citar, que todos conocemos.
Este es el caso de un político
catalán, que debió haberse retirado hace ya tiempo, cuando adelantó unas
elecciones de aquella comunidad, pensando que obtendría una mayoría absoluta,
que se resolvió en la pérdida de doce diputados.
Desde entonces, su frustración
se ha resuelto en una huída hacia adelante, hasta el punto de liderar un
independentismo con el que su partido político apenas comulgaba, aliándose
incluso con otros que lo son en grado extremo, y con aquellos que se declaran abiertamente
anti sistemas radicales.
Y por último, el gobierno
actual tiene su importante grado de responsabilidad, al haber contribuido con
su absurda política de enfrentamiento y recurso constante a la legalidad, y a
la negación total al diálogo. Con ello, han logrado ganar para la causa a
numerosos adeptos independentistas que antes no lo eran.
Golpe a golpe, que no verso a
verso, el enfrentamiento difícilmente tiene marcha atrás. Habrá que tomar
decisiones, que necesariamente no pasen por el recurso constante a las leyes, y
a los recursos jurídicos. Para ello, habrá que tomar importantes decisiones
políticas, que eso sí, satisfagan a todos. Difícil papeleta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario