lunes, 14 de diciembre de 2015

LA SANTA REBELDE

Pasear por Ávila, en este año del Señor de dos mil y quince, y hacerlo recorriendo sin prisa, una y otra vez, su hermoso recinto bellamente amurallado, es respirar, oír y ver, a través de los ojos, los oídos y el corazón de Teresa, Santa Teresa de Jesús, que parece habitar en todos los rincones de tan noble y santa ciudad, que tanto debe a la que fue, primera doctora de la iglesia católica.
Quinientos años no parecen representar nada en el tiempo, para laimagen y la huella indeleble que en esta bellísima ciudad dejó para siempre Teresa de Cepeda y Ahumada. Más bien da la impresión que los siglos parecen haber devenido en acrecentar su leyenda, la de una mujer única e irrepetible en su tiempo, capaz de sobresalir por encima de cuantos la rodeaban, en una sociedad dominada absolutamente por los hombres.
Y es que ya fueran confesores, que solían encontrarse muy por debajo de su  nivel y capacidades intelectuales, ya fueran príncipes, princesas, hidalgos, gentilhombres, obispos, cardenales, hasta el mismísimo papa y el rey, a los que se dirigió, escucharon a Teresa con suma atención, pues tal era su relevancia, pese a su humilde y serena actitud, no exenta de firmeza, que antes odo y todos mantenía.
Con una inmensa capacidad para el trabajo, siempre llevó una actitud frenética, dedicando gran parte de sus energías a la fundación de nuevos conventos, que según decía, su Amado le inspiraba y ordenaba, como también lo hizo la Virgen, de la que era gratísima y devota sierva. En el plano terrenal, mantuvo una profunda y próxima amistad con San Juan de la Cruz, que durante cinco años actuó como confesor de las monjas en el convento de la Encarnación.
Teresa fue una lectora compulsiva, que leía cuanto encontraba y pasaba por sus manos, que no era mucho, en aquellos duros tiempos en que la Santa Inquisición arrojaba a la hoguera lo poco o mucho que se escribiera, ya procediera de dentro, ya viniera de fuera.
Poseía una gran facilidad para escribir. La censura oficial le corrigió muchos de sus escritos, que se los devolvían acortados y mutilados, en tiempos en que la hoguera campaba por sus respetos al mínimo desvío o desliz que se cometiera, lo que demuestra su increíble valentía, disposición y temperamento como mujer y sierva de su Señor al que tanto amaba.
Poseía un inquebrantable carácter, y una acusada personalidad, no exenta de un sentido del humor que le llevaba tanto a reprender a sus pupilas por su falta de rigor en el desempeño de sus labores domésticas, de oración y de absoluta y extrema pobreza, como a gastarles bromas al tiempo que era capaz de enfrentarse a personajes como la princesa de Éboli, que se presentó en el convento con todo su séquito, y a la que ante ciertas exigencias de la misma, la Santa le replicó: brava fue ella y brava fui yo.
Incansable, desarrolló una ingente tarea de renovación y  expansión de su orden religiosa, desde el convento de la Encarnación, donde ingresó con veinticinco años, donde llegó a ser Priora, comenzando por el convento de San José en Ávila, que fue el primero que fundó, para ya no parar y desarrollar una frenética actividad durante toda su vida, hasta su muerte en Alba de Tormes.
Su fe rayaba en un fanatismo religioso que le llevó a experimentar visiones,  éxtasis y contemplaciones que ella relata y que ha dado lugar a numerosas interpretaciones a cargo de médicos, psicólogos y psiquiatras, que parecen coincidir en interpretar estos hechos como resultado de las secuelas que en ella dejó una salud quebrada por la enfermedad que desde muy joven le afectó, incluidos los períodos de epilepsia, que unido a su inmensa y profunda fe le llevaron a la convicción de haber vivido tan místicas experiencias.
Su legado tanto espiritual como cultural es inmenso, teniendo en cuenta su no muy largo paso por este mundo, su delicada salud, y los numerosos obstáculos que encontró a su paso en una sociedad dominada por completo por los varones. Lectora incansable, escribió numerosas obras en prosa y en verso, así como un gran número de cartas.
La Inquisición llegó a registrar la pequeña biblioteca que tenía en el convento de la Encarnación. Le tachaban párrafos, le arrancaban hojas, le requisaban libros de romances y caballerías, y hasta le obligaron a rehacer por completo Camino de Perfección.
“Ándese con tiento”, le dijeron. Ella siempre obediente ante estos hechos reescribió tan señalada obra, pero conservó el cuaderno primero en el convento de San José, que hoy se conserva en el Escorial. La Santa, sabía ser, además de sumisa, rebelde.
Animó a sus monjas a leer: “la lectura de buenos libros, es alimento tanto para el alma como para el cuerpo”, les decía. Ella misma enseñaba a sus monjas a leer y a escribir, cuando como novicias, ingresaban analfabetas en la orden.
Teresa de Jesús, mujer adelantada a su tiempo, continúa paseando por las calles de Ávila. Es fácil detectar su presencia quinientos años después. Basta con visitar los lugares que ella frecuentó, y reposar la mirada en cada rincón que ella habitó. Su huella indeleble, permanece allí inalterada por el paso del tiempo.

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