Pasear por Ávila, en este año
del Señor de dos mil y quince, y hacerlo recorriendo sin prisa, una y otra vez,
su hermoso recinto bellamente amurallado, es respirar, oír y ver, a través de
los ojos, los oídos y el corazón de Teresa, Santa Teresa de Jesús, que parece
habitar en todos los rincones de tan noble y santa ciudad, que tanto debe a la
que fue, primera doctora de la iglesia católica.
Quinientos años no parecen
representar nada en el tiempo, para laimagen y la huella indeleble que en esta
bellísima ciudad dejó para siempre Teresa de Cepeda y Ahumada. Más bien da la
impresión que los siglos parecen haber devenido en acrecentar su leyenda, la de
una mujer única e irrepetible en su tiempo, capaz de sobresalir por encima de
cuantos la rodeaban, en una sociedad dominada absolutamente por los hombres.
Y es que ya fueran confesores,
que solían encontrarse muy por debajo de su
nivel y capacidades intelectuales, ya fueran príncipes, princesas,
hidalgos, gentilhombres, obispos, cardenales, hasta el mismísimo papa y el rey,
a los que se dirigió, escucharon a Teresa con suma atención, pues tal era su
relevancia, pese a su humilde y serena actitud, no exenta de firmeza, que antes
odo y todos mantenía.
Con una inmensa capacidad para
el trabajo, siempre llevó una actitud frenética, dedicando gran parte de sus
energías a la fundación de nuevos conventos, que según decía, su Amado le
inspiraba y ordenaba, como también lo hizo la Virgen, de la que era gratísima y
devota sierva. En el plano terrenal, mantuvo una profunda y próxima amistad con
San Juan de la Cruz, que durante cinco años actuó como confesor de las monjas
en el convento de la Encarnación.
Teresa fue una lectora
compulsiva, que leía cuanto encontraba y pasaba por sus manos, que no era mucho,
en aquellos duros tiempos en que la Santa Inquisición arrojaba a la hoguera lo
poco o mucho que se escribiera, ya procediera de dentro, ya viniera de fuera.
Poseía una gran facilidad para
escribir. La censura oficial le corrigió muchos de sus escritos, que se los
devolvían acortados y mutilados, en tiempos en que la hoguera campaba por sus
respetos al mínimo desvío o desliz que se cometiera, lo que demuestra su
increíble valentía, disposición y temperamento como mujer y sierva de su Señor
al que tanto amaba.
Poseía un inquebrantable
carácter, y una acusada personalidad, no exenta de un sentido del humor que le
llevaba tanto a reprender a sus pupilas por su falta de rigor en el desempeño
de sus labores domésticas, de oración y de absoluta y extrema pobreza, como a
gastarles bromas al tiempo que era capaz de enfrentarse a personajes como la
princesa de Éboli, que se presentó en el convento con todo su séquito, y a la
que ante ciertas exigencias de la misma, la Santa le replicó: brava fue ella y
brava fui yo.
Incansable, desarrolló una
ingente tarea de renovación y expansión
de su orden religiosa, desde el convento de la Encarnación, donde ingresó con
veinticinco años, donde llegó a ser Priora, comenzando por el convento de San
José en Ávila, que fue el primero que fundó, para ya no parar y desarrollar una
frenética actividad durante toda su vida, hasta su muerte en Alba de Tormes.
Su fe rayaba en un fanatismo
religioso que le llevó a experimentar visiones,
éxtasis y contemplaciones que ella relata y que ha dado lugar a
numerosas interpretaciones a cargo de médicos, psicólogos y psiquiatras, que
parecen coincidir en interpretar estos hechos como resultado de las secuelas
que en ella dejó una salud quebrada por la enfermedad que desde muy joven le
afectó, incluidos los períodos de epilepsia, que unido a su inmensa y profunda
fe le llevaron a la convicción de haber vivido tan místicas experiencias.
Su legado tanto espiritual como
cultural es inmenso, teniendo en cuenta su no muy largo paso por este mundo, su
delicada salud, y los numerosos obstáculos que encontró a su paso en una
sociedad dominada por completo por los varones. Lectora incansable, escribió
numerosas obras en prosa y en verso, así como un gran número de cartas.
La Inquisición llegó a
registrar la pequeña biblioteca que tenía en el convento de la Encarnación. Le
tachaban párrafos, le arrancaban hojas, le requisaban libros de romances y
caballerías, y hasta le obligaron a rehacer por completo Camino de Perfección.
“Ándese con tiento”, le
dijeron. Ella siempre obediente ante estos hechos reescribió tan señalada obra,
pero conservó el cuaderno primero en el convento de San José, que hoy se
conserva en el Escorial. La Santa, sabía ser, además de sumisa, rebelde.
Animó a sus monjas a leer: “la
lectura de buenos libros, es alimento tanto para el alma como para el cuerpo”,
les decía. Ella misma enseñaba a sus monjas a leer y a escribir, cuando como
novicias, ingresaban analfabetas en la orden.
Teresa de Jesús, mujer
adelantada a su tiempo, continúa paseando por las calles de Ávila. Es fácil
detectar su presencia quinientos años después. Basta con visitar los lugares
que ella frecuentó, y reposar la mirada en cada rincón que ella habitó. Su
huella indeleble, permanece allí inalterada por el paso del tiempo.
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