Definitiva y afortunadamente,
el Congreso de los Diputados, ya no es lo que era. Tal ha sido la
transformación habida, no en sus instalaciones, asombradas y perplejas ellas
por lo que sus ocultos ojos y oídos ven y oyen, sino por su contenido humano,
que lo ha dejado irreconocible.
Hasta tal punto ha
experimentado dichos cambios, que hasta la expectación pública por las sesiones
hasta ahora habidas, han sufrido, mejor dicho, han gozado, de un considerable y
agradecido incremento en una audiencia que siempre mantenía una creciente
perplejidad ante las insoportables y previsibles sesiones, que apenas
despertaban interés alguno en la paciente y socorrida audiencia.
Tedio y aburrimiento en suma, ante tanta
rutina y previsible sucesión de unos acontecimientos que se hacían insoportables
y soporíferos para un espectador que hoy goza con una composición de escaños,
tan diversa y variopinta, como entretenida, amena y saludablemente bienvenida.
Es tal la diversidad de Sus Señorías,
considerada en todas sus vertientes, ya sea en cuanto a su perfil, aspecto,
origen, tendencias varias y comportamientos humanos y sociales, que han logrado
configurar un Congreso diferente y variopinto.
Y hasta tal punto que jamás habíamos visto nada
comparable, todo ello fruto de la decisión soberana y libre de una ciudadanía
harta hasta lo indecible de un bipartidismo que se había establecido
omnipresente y estáticamente inamovible durante demasiado tiempo.
Y ahora, los vemos en camisa,
con o sin coleta, en jersey, con rastas, con la mochila a las espaldas y una
sonrisa contagiosa que incluye besos, abrazos y efusiones varias, que suscitan
todo tipo de comentarios en los trajeados y etiquetados congresistas de toda la
vida que no dan crédito a tanta novedad.
Hasta el Hemiciclo, tan coqueto y liviano como
siempre – la ciudadanía que lo visita se sorprende de su contenido y pequeño
tamaño que contrasta con lo que ve en los medios de comunicación - se siente aliviado, ante el soplo de aire
fresco que ha conseguido colarse en un espacio excesivamente rígido y
formalista.
Y es que a base de repetirse
invariablemente durante lustros y legislaturas sucesivas, el bipartidismo comenzaba
o exhalar un cierto tufillo a naftalina, que influía en sus señorías, que
tendían al conformismo, la rutina y el bostezo inevitables ante tanta
parsimonia, tanta previsión y tanto sosiego parlamentario.
Al igual que en los ciudadanos,
que hoy contemplan con deleite, fruición y hasta con un destello de morbo, cómo
el ambiente se caldea, se tensa y se mantiene en un crescendo digno de
agradecer, que mantiene a los espectadores antes aburridos o ausentes, ahora
pendientes de una pantalla que les ofrece diversión e interés a partes iguales.
Incendiarias intervenciones que
hasta ahora eran inimaginables en un apacible Congreso, que escucha con suma
atención, sin apenas escaños vacios, algo antes sumamente impensable, cómo sus
señorías se tiran los trastos a la cabeza, en un tira y afloja múltiple, con
réplicas y contra réplicas, que se multiplican tantas veces como grupos
diferentes habitan este Hemiciclo, sin duda agradecido ante tanta diversidad y
tanta multiplicidad de opiniones que enriquecen sin duda alguna el espacio
parlamentario antes tan deslucido. Bien venido sea.
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