martes, 15 de marzo de 2016

LA NUEVA PROGRESÍA

Ser progre, en tiempos en los que uno podía permitirse semejante calificativo, suponía un comportamiento que hacía que estas personas se sintieran diferentes al resto, más avanzados, más al día, más liberales, tanto en cuanto a los ideales políticos como a los sociales, de los que hacían alarde continuamente, en un permanente afán de exhibirse y mostrar sus claras y rotundas diferencias con el resto de una sociedad que consideraban cutre y rezagada, a años luz de su original y lúcido pensamiento. Ingenuos ellos.
Los progres, se sentían, o al menos así se consideraban por derecho propio, fruto de una mente privilegiada, de una ideología original y distinta a cuantos les rodeaban, dotados de una sensibilidad, que les proporcionaba a raudales una cultura adquirida a base de leer una literatura que creían estaba sólo a su alcance, proveniente de los autores de nombre más reconocido, fundamentalmente poetas o ensayistas, cuyos textos citaban a modo de pedante exhibición de un superior nivel cultural del que hacían alarde con frecuencia.
Al progre se le veía venir ya a distancia. Vestían de tal forma que, cómo no, con ello pretendían mostrar un estatus de distinción y originalidad que les otorgaba su indumentaria, siempre al día, a la moda, a lo último que la actualidad demandaba, que en su caso, se trataba de un lucimiento completamente alejado de la elegancia clásica, que quedaba para los snob, ya que ellos se decantaban por una singular extravagancia, con la que dar la nota y marcar la consabida diferencia que según ellos les caracterizaba.
Más que una corriente, fue una forma de vivir, a veces plena y sinceramente desarrollada por quienes la consideraban necesaria y con la que fueron consecuentes, marcando una época, bastante alejada del presente, dónde no hay cabida alguna para estos representantes de aquellos efímeros tiempos, cuando la democracia aún no se había instalado en nuestro país, y que perduró una década después de su llegada.
Hasta que las libertades que entonces comenzaron a disfrutarse, dejaron sin apenas sentido a tanto progre que había encontrado en su ausencia una manera de afianzar su condición a base de discursos libertarios, de aprendiz de revolucionario que no siempre se movilizaba cuando pintaban bastos y había que correr delante de las fuerzas de orden público, con lo que sus ínfulas protestatarias quedaban disueltas como azucarillo en agua, pero que en honor a la verdad, a muchos les llevaron hasta los sótanos de la siniestra Dirección General de Seguridad, con lo que podían decir bien en voz alta, que ellos eran consecuentes con lo que pensaban.
Y hete aquí, que hoy, casi medio siglo después, parecen resurgir de sus cenizas estos aprendices de una progresía trasnochada y suburbial, que no parece haber percibido que los tiempos cambian, que los puños en alto y las formas y proclamas populistas, hace tiempo que desaparecieron del imaginario ciudadano y popular, que ya no cree ni confía en quienes creen haber encontrado las fórmulas mágicas para reconducir al pueblo a la senda que le llevará al triunfo definitivo que le fue usurpado por las fuerzas del mal.
Anti sistemas, anti capitalistas, anti europeístas y varios y variopintos títulos más que se arrogan estos progres del siglo XXI, que parecen haber perdido el norte, cansados de negar todo aquello de lo que se pueda renegar, en un acto de protesta ridículamente contradictoria, ya que incluso, a nivel político, llegan a aliarse con fuerzas que nada tienen que ver con su pensamiento, que están en las antípodas de de su credo político, que nada tienen que ver con su programa económico y social, pero que les ayudan a acercarse al poder, algo a lo que de ninguna forma están dispuestos a renunciar, y que irremisiblemente los hunde en el proceloso fango.
Y así nos despertamos de vez en cuando con estos seguidores de aquellos progres, que parecen querer emularlos ahora, sobre todo a nivel político, pero también a nivel personal o colectivo, que son capaces de ofender a los titiriteros cuando afirman que lo son y llevan a cabo representaciones pretendidamente progres, cuando no son sino burdas actuaciones, fruto de una falta total y absoluta de una inteligencia y sensibilidad necesarias para desarrollar y llevar a cabo tan digna profesión.
Son pretendidas progresías marginales, que no tienen cabida en una sociedad que ha evolucionado en todos los órdenes, llegando hasta extremos que causan asombro, tanto por su ingenuidad en unos casos, como por su atrevimiento populista en otros, pasando por una fase de ridícula y extrema petulancia, no exenta de una mal disimulada ambición, que acaba por arruinar su mala y absurda caracterización, que a estas alturas resulta como mínimo anacrónica.

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