Ser progre, en tiempos en los
que uno podía permitirse semejante calificativo, suponía un comportamiento que
hacía que estas personas se sintieran diferentes al resto, más avanzados, más
al día, más liberales, tanto en cuanto a los ideales políticos como a los
sociales, de los que hacían alarde continuamente, en un permanente afán de
exhibirse y mostrar sus claras y rotundas diferencias con el resto de una
sociedad que consideraban cutre y rezagada, a años luz de su original y lúcido
pensamiento. Ingenuos ellos.
Los progres, se sentían, o al
menos así se consideraban por derecho propio, fruto de una mente privilegiada,
de una ideología original y distinta a cuantos les rodeaban, dotados de una
sensibilidad, que les proporcionaba a raudales una cultura adquirida a base de
leer una literatura que creían estaba sólo a su alcance, proveniente de los
autores de nombre más reconocido, fundamentalmente poetas o ensayistas, cuyos
textos citaban a modo de pedante exhibición de un superior nivel cultural del
que hacían alarde con frecuencia.
Al progre se le veía venir ya a
distancia. Vestían de tal forma que, cómo no, con ello pretendían mostrar un estatus
de distinción y originalidad que les otorgaba su indumentaria, siempre al día,
a la moda, a lo último que la actualidad demandaba, que en su caso, se trataba
de un lucimiento completamente alejado de la elegancia clásica, que quedaba
para los snob, ya que ellos se decantaban por una singular extravagancia, con
la que dar la nota y marcar la consabida diferencia que según ellos les
caracterizaba.
Más que una corriente, fue una
forma de vivir, a veces plena y sinceramente desarrollada por quienes la consideraban
necesaria y con la que fueron consecuentes, marcando una época, bastante
alejada del presente, dónde no hay cabida alguna para estos representantes de
aquellos efímeros tiempos, cuando la democracia aún no se había instalado en
nuestro país, y que perduró una década después de su llegada.
Hasta que las libertades que
entonces comenzaron a disfrutarse, dejaron sin apenas sentido a tanto progre
que había encontrado en su ausencia una manera de afianzar su condición a base
de discursos libertarios, de aprendiz de revolucionario que no siempre se
movilizaba cuando pintaban bastos y había que correr delante de las fuerzas de
orden público, con lo que sus ínfulas protestatarias quedaban disueltas como
azucarillo en agua, pero que en honor a la verdad, a muchos les llevaron hasta
los sótanos de la siniestra Dirección General de Seguridad, con lo que podían
decir bien en voz alta, que ellos eran consecuentes con lo que pensaban.
Y hete aquí, que hoy, casi
medio siglo después, parecen resurgir de sus cenizas estos aprendices de una
progresía trasnochada y suburbial, que no parece haber percibido que los
tiempos cambian, que los puños en alto y las formas y proclamas populistas,
hace tiempo que desaparecieron del imaginario ciudadano y popular, que ya no
cree ni confía en quienes creen haber encontrado las fórmulas mágicas para reconducir
al pueblo a la senda que le llevará al triunfo definitivo que le fue usurpado
por las fuerzas del mal.
Anti sistemas, anti
capitalistas, anti europeístas y varios y variopintos títulos más que se
arrogan estos progres del siglo XXI, que parecen haber perdido el norte,
cansados de negar todo aquello de lo que se pueda renegar, en un acto de
protesta ridículamente contradictoria, ya que incluso, a nivel político, llegan
a aliarse con fuerzas que nada tienen que ver con su pensamiento, que están en
las antípodas de de su credo político, que nada tienen que ver con su programa
económico y social, pero que les ayudan a acercarse al poder, algo a lo que de
ninguna forma están dispuestos a renunciar, y que irremisiblemente los hunde en
el proceloso fango.
Y así nos despertamos de vez en
cuando con estos seguidores de aquellos progres, que parecen querer emularlos
ahora, sobre todo a nivel político, pero también a nivel personal o colectivo,
que son capaces de ofender a los titiriteros cuando afirman que lo son y llevan
a cabo representaciones pretendidamente progres, cuando no son sino burdas
actuaciones, fruto de una falta total y absoluta de una inteligencia y
sensibilidad necesarias para desarrollar y llevar a cabo tan digna profesión.
Son pretendidas progresías
marginales, que no tienen cabida en una sociedad que ha evolucionado en todos
los órdenes, llegando hasta extremos que causan asombro, tanto por su
ingenuidad en unos casos, como por su atrevimiento populista en otros, pasando
por una fase de ridícula y extrema petulancia, no exenta de una mal disimulada
ambición, que acaba por arruinar su mala y absurda caracterización, que a estas
alturas resulta como mínimo anacrónica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario