Portentosa a la par que
asombrosa y bella Extremadura, tierra de conquistadores que siglos ha,
decidieron saltar de las verdes dehesas extremeñas a las desconocidas tierras de un lejano y nuevo
mundo por descubrir, navegando a través de un océano desconocido, en busca de
la gloria y la riqueza que aportarían después a sus pueblos y ciudades de
origen.
Alfombradas de un mágico y
tupido color verde, sembradas de encinas, de luz y de agua, las bellísimas e
incomparables dehesas de Extremadura, compiten ventajosa y triunfalmente con
aquellos infames e inmerecidos textos que
sufrimos entonces, y en los que necesariamente creímos, cuando estudiábamos en
nuestra adolescencia y que no le hacían ni el honor ni la justicia que merece.
Hablaban de una tierra
inhóspita, desértica y pedregosa, exenta de belleza alguna, la misma que ahora tantas
veces he descubierto y disfrutado, la que tanto valoro y amo, una hermosa y
agradecida región, que lo tiene todo, y a la que entonces le negaban los
incultos e ineptos autores de aquellos libros, que tanta mentira y oprobio
arrojaron sobre la venturosa y prolífica tierra Extremeña.
Hablaban de las Hurdes, como un
lugar alejado del mundo, desértico y oscuro, abandonado de la mano de Dios y de
los hombres. Ignorantes de la belleza que posee, nos inculcaron, que por
extensión, toda Extremadura se reducía a una zona deshumanizada, agreste y
pedregosa, sin encanto alguno. Apenas citaban su inmenso y prodigioso
patrimonio histórico y cultural, su deliciosa gastronomía, y esa buena,
acogedora y atenta gente que puebla sus campos, sus pueblos, villas y ciudades.
Pasar por Trujillo, una de las
puertas de Extremadura y no detenerse para deleitarse y disfrutar honda y
profundamente con su inmenso y maravilloso patrimonio artístico, no puede
entenderse, salvo que las prisas, siempre malas consejeras, así lo determinen,
privándonos del inmenso deleite y placer que contemplar su belleza nos
proporcionará, si al hacer un alto en el camino recorremos sus calles cargadas
de arte y de historia.
Camino de la inconmensurable y
bellísima Cáceres, Patrimonio de la Humanidad por méritos propios, siempre he hecho
un pequeño alto en el camino en Trujillo. Esto es lo que me ha sucedido en los
diversos viajes que he girado a esta Extremadura que ya la hago algo mía, pero
sin recorrerlo con detenimiento, simplemente disfrutando de su hermosa plaza
presidida por la figura del conquistador Francisco Pizarro.
Pero en esta ocasión he decidido reposar en
Trujillo, haciendo parada y fonda en esta hermosísima villa, cuna de
conquistadores, que dejaron un patrimonio de un valor incalculable, legándonos
sus palacios y casas señoriales, que unidas a las espléndidas y hermosas
iglesias que salpican el barrio histórico, hacen de esta prodigiosa villa, un
auténtico baluarte de la historia y un tesoro más de la agraciada y afortunada
Extremadura.
Visitar Trujillo, supone,
necesariamente, acercarse a la radiante y encantadora Cáceres. Me movía a ello,
no solamente su siempre deseable contemplación, sino el reencuentro con un
amigo de la juventud. Gracias a las redes sociales, volvimos a vernos después
de cuarenta y cinco años. Toda una vida. Sin embargo, para ambos, diríase que
apenas había transcurrido ese tiempo medido en días. Al despedirnos nos
fundimos en un emocionado y sincero abrazo. Te doy las gracias por todo, amigo.
A ti, y a tu hermosa y bella Extremadura.
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