Tiempos hubo que aún retengo en
la memoria, en los que el paro apenas era una anécdota. No recuerdo que el
desempleo constituyese un acuciante problema, ni que fuese motivo de seria
preocupación y debate en lugares públicos, ni en la calle, ni mucho menos en
los medios de comunicación amordazados como estaban por la férrea dictadura
entonces existente, que en todo caso, no hubiera permitido la publicación de
datos de ese tipo, fuera de la versión oficial, si hubiesen sido contrarios a sus
oscuros intereses.
La gente comenzaba a abandonar el
ambiente rural, y con ello el campo y las labores agrícolas, en busca de las
ciudades y de un trabajo más relajado, menos duro y mejor remunerado que allí
solían encontrar en el sector servicios y en una incipiente industria cada vez
más pujante.
No era una mano de obra
cualificada, como cabía esperar de gentes sin apenas formación, pero sí lo
suficientemente preparada y dispuesta para llevar a cabo unos trabajos que no
exigían el inhumano esfuerzo de un desagradecido campo que les obligaba a
labrar la tierra, sembrarla y cosecharla con el sudor y el esfuerzo que les
suponía una dedicación total durante gran parte del año, de sol a sol, siempre
mirando al caprichoso cielo, esperando y confiando que fueran benignos y se
aliasen con ellos, algo que no siempre sucedía, cuando las temidas heladas y el
devastador pedrisco destrozaba las cosechas.
Y así, con unos sueldos bajos,
pero seguros, a base de sacrificios y no pocas penalidades y privaciones, iban
acumulando unos ahorros que con el tiempo les permitirían pensar primero en
adquirir una vivienda, aportar una entrada después, y finalmente comenzar a
pagar las letras que durante un puñado de años, y la oportuna hipoteca, les
permitirían finalmente ser los felices propietarios de un piso y lograr con
ello llevar a cabo uno de sus sueños más anhelados.
Creo recordar, que el acceso a
una vivienda era algo que estaba mucho más al alcance de los trabajadores de a
pie, de lo que lo está ahora. No era una aventura casi temeraria como hoy en
día, pues no estaban tan inflados los importes, ni tan escandalosamente sobrevalorados
los pisos, ni las hipotecas y los plazos eran tan insoportablemente largos como
en la actualidad.
Hoy se llega a los cuarenta años,
toda una vida, mientras entonces lo normal eran quince años, a lo sumo veinte,
que soportábamos estoicamente, no sin esfuerzo, pero sin las angustias y
tribulaciones de hoy, que además duran una eternidad, y a veces con el
sobresalto y la desgracia de un desahucio, que supone la pérdida de la vivienda
y la humillante e injusta obligación de seguir pagando la hipoteca, pese a que
el banco se queda con la propiedad.
Estos hechos narrados hasta
ahora, no se corresponden con la década de los años sesenta y anteriores, cuando
miles de españoles se vieron obligados a emigrar a Alemania, Francia, Suiza y
otros países europeos, donde vivieron en condiciones muy precarias, dedicados
totalmente a un trabajo que les absorbía al cien por cien, logrando ahorrar de
esta forma lo suficiente para poder retornar a España cuando las condiciones
laborales comenzaron a mejorar en nuestro territorio.
Cuando las cíclicas crisis
comenzaron a azotar este país, el paro galopante experimentó una subida que hoy
en día ha llegado a cifras impensables poco antes, con valores en torno al
veinticinco por ciento, que apenas ha mejorado en los últimos años. Hoy, con un
veinte por ciento de desempleo, y después de la última crisis que aún permanece
latente, la legislación laboral aprobada, según el gobierno para atajarla y
reducir sus efectos, así como relanzar la economía, no ha añadido, sino más
sufrimiento a las clases más desfavorecidas.
Apenas se ha conseguido bajar
unos puntos el paro, a costa de relajar los despidos, abaratándolos y
permitiendo una flexibilidad inaudita, reduciendo las plantillas, así como
minorando los costes laborales y de Seguridad Social a las empresas además de
bajar los sueldos, con contratos temporales en su inmensa mayoría, determinando
con todo ello un empobrecimiento desconocido hasta ahora en una población que
ve cómo se multiplican los desahucios, los comedores sociales y un deterioro de los servicios y de las infraestructuras.
Mientras tanto, al gobierno se le
llena la boca con la pedante y pertinaz cantinela de la recuperación
conseguida, a costa claro está, de los ciudadanos, que además sólo favorece a
unos determinados sectores de la población, proclamando que el paro ha bajado
con ellos, algo que no es real, sino ficticio.
Casi todos los contratos son
temporales y a tiempo parcial, y cómo no, en determinados sectores como el
turismo y la hostelería en general, que se limitan a temporadas estacionales, al
finalizar las misms, se extinguen las relaciones laborales establecidas que han
tenido una media de un mes de duración, para retornar a engrosar la listas del
paro.
A este paso, este país, tal como
se viene afirmando, y las estadísticas confirman, se va a convertir en un país
de camareros.
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