lunes, 5 de septiembre de 2016

PAÍS DE CAMAREROS

Tiempos hubo que aún retengo en la memoria, en los que el paro apenas era una anécdota. No recuerdo que el desempleo constituyese un acuciante problema, ni que fuese motivo de seria preocupación y debate en lugares públicos, ni en la calle, ni mucho menos en los medios de comunicación amordazados como estaban por la férrea dictadura entonces existente, que en todo caso, no hubiera permitido la publicación de datos de ese tipo, fuera de la versión oficial, si hubiesen sido contrarios a sus oscuros intereses.
La gente comenzaba a abandonar el ambiente rural, y con ello el campo y las labores agrícolas, en busca de las ciudades y de un trabajo más relajado, menos duro y mejor remunerado que allí solían encontrar en el sector servicios y en una incipiente industria cada vez más pujante.
No era una mano de obra cualificada, como cabía esperar de gentes sin apenas formación, pero sí lo suficientemente preparada y dispuesta para llevar a cabo unos trabajos que no exigían el inhumano esfuerzo de un desagradecido campo que les obligaba a labrar la tierra, sembrarla y cosecharla con el sudor y el esfuerzo que les suponía una dedicación total durante gran parte del año, de sol a sol, siempre mirando al caprichoso cielo, esperando y confiando que fueran benignos y se aliasen con ellos, algo que no siempre sucedía, cuando las temidas heladas y el devastador pedrisco destrozaba las cosechas.
Y así, con unos sueldos bajos, pero seguros, a base de sacrificios y no pocas penalidades y privaciones, iban acumulando unos ahorros que con el tiempo les permitirían pensar primero en adquirir una vivienda, aportar una entrada después, y finalmente comenzar a pagar las letras que durante un puñado de años, y la oportuna hipoteca, les permitirían finalmente ser los felices propietarios de un piso y lograr con ello llevar a cabo uno de sus sueños más anhelados.
Creo recordar, que el acceso a una vivienda era algo que estaba mucho más al alcance de los trabajadores de a pie, de lo que lo está ahora. No era una aventura casi temeraria como hoy en día, pues no estaban tan inflados los importes, ni tan escandalosamente sobrevalorados los pisos, ni las hipotecas y los plazos eran tan insoportablemente largos como en la actualidad.
Hoy se llega a los cuarenta años, toda una vida, mientras entonces lo normal eran quince años, a lo sumo veinte, que soportábamos estoicamente, no sin esfuerzo, pero sin las angustias y tribulaciones de hoy, que además duran una eternidad, y a veces con el sobresalto y la desgracia de un desahucio, que supone la pérdida de la vivienda y la humillante e injusta obligación de seguir pagando la hipoteca, pese a que el banco se queda con la propiedad.
Estos hechos narrados hasta ahora, no se corresponden con la década de los años sesenta y anteriores, cuando miles de españoles se vieron obligados a emigrar a Alemania, Francia, Suiza y otros países europeos, donde vivieron en condiciones muy precarias, dedicados totalmente a un trabajo que les absorbía al cien por cien, logrando ahorrar de esta forma lo suficiente para poder retornar a España cuando las condiciones laborales comenzaron a mejorar en nuestro territorio.
Cuando las cíclicas crisis comenzaron a azotar este país, el paro galopante experimentó una subida que hoy en día ha llegado a cifras impensables poco antes, con valores en torno al veinticinco por ciento, que apenas ha mejorado en los últimos años. Hoy, con un veinte por ciento de desempleo, y después de la última crisis que aún permanece latente, la legislación laboral aprobada, según el gobierno para atajarla y reducir sus efectos, así como relanzar la economía, no ha añadido, sino más sufrimiento a las clases más desfavorecidas.
Apenas se ha conseguido bajar unos puntos el paro, a costa de relajar los despidos, abaratándolos y permitiendo una flexibilidad inaudita, reduciendo las plantillas, así como minorando los costes laborales y de Seguridad Social a las empresas además de bajar los sueldos, con contratos temporales en su inmensa mayoría, determinando con todo ello un empobrecimiento desconocido hasta ahora en una población que ve cómo se multiplican los desahucios, los comedores sociales y un  deterioro de los servicios y de las infraestructuras.
Mientras tanto, al gobierno se le llena la boca con la pedante y pertinaz cantinela de la recuperación conseguida, a costa claro está, de los ciudadanos, que además sólo favorece a unos determinados sectores de la población, proclamando que el paro ha bajado con ellos, algo que no es real, sino ficticio.
Casi todos los contratos son temporales y a tiempo parcial, y cómo no, en determinados sectores como el turismo y la hostelería en general, que se limitan a temporadas estacionales, al finalizar las misms, se extinguen las relaciones laborales establecidas que han tenido una media de un mes de duración, para retornar a engrosar la listas del paro.
A este paso, este país, tal como se viene afirmando, y las estadísticas confirman, se va a convertir en un país de camareros.

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