Abocados estamos a unas nuevas
elecciones según todos los indicios a nuestro alcance, que a estas alturas son
muchos y muy claros, de tal forma que ya no debería causarnos extrañeza ni
confusión alguna, pues las cartas que están boca arriba sobre la mesa, que son
conocidas de todos y que han sido descubiertas abiertamente, hablan bien a las
claras, sin posibilidad alguna de llamarse a engaño.
No hay partida ganadora, no se
vislumbra que esta nueva mano, y ya van dos consecutivas, tenga ganador alguno,
por lo que una vez agotadas todas las cartas de la baraja, no ha lugar a
repartir más, sino a comenzar una nueva partida desde cero, lo que supone no
solamente cambiar de naipes, sino de me mesa, local, e incluso de estrategia y
jugadores para iniciar una nueva partida.
Expectantes, los ciudadanos no
dan crédito a una kafkiana situación, en la que no toman parte activa alguna.
En su momento, depositaron su voto, confiando en que tendría algún valor, que
sería considerado, estimado y hasta respetado en cada uno de los dos intentos
habidos hasta el presente. Pero no ha sido así, y una vez más, los ciudadanos
ven con crispación cómo nos dirigimos hacia una nueva convocatoria.
Los políticos, una vez
depositado en la urna el consabido voto, dejan de mirar a la cara a sus
votantes, olvidándose de ellos en una palpable y repetida manifestación de
dejadez y abandono hacia quienes les han confiado su suerte, y tornan su mirada
e intenciones hacia su particular y exclusivo mundo de intereses, tanto
personales como de partido, y si te he visto no me acuerdo.
Les oigo desgranar sus
consabidas y machaconas promesas, que llevan hasta límites casi inadmisibles en
cuanto a su minuciosidad y detenimiento se refiere, en un acto de ominoso
fariseísmo, que ofende a la inteligencia y a la sensibilidad de quién pone toda
su capacidad de entendimiento, a la par que una infinita paciencia y una
extrema buena voluntad para tratar de comprender y asimilar tanta verborrea,
que al final suele estar vacía de contenido.
Defraudan e irritan por igual,
tanto unos como otros. No contentan a nadie, salvo, y eso con matices, a ese
voto esclavo, fanatizado y adicto, con una fe inquebrantable en su líder, que
no necesita razones ni promesas de ningún tipo, cuyo voto le reserva
incondicionalmente, así caigan chuzos de punta, corruptelas, ineptitudes y
despilfarros varios, pues todo lo disculpará, en aras de la asunción de su partido
al poder.
No se sabe si es una amenaza,
una errata, o simplemente una chanza más, de las que nos tienen acostumbrados y
que a veces profieren sin apenas percibirse de ello, tal es su despropósito y
su falaz, singular y alocado discurso. Pero ya han adelantado, que las más que
previsibles terceras elecciones, se llevarían a cabo el veinticinco de diciembre,
es decir, el día de navidad.
En un país como el nuestro, tan
dado a las innumerables fiestas y tradiciones que dicen ser populares, tan
amantes de las fiestas religiosas, tan abundantes ellas, y con tanto meapilas
irredento, este anuncio ha supuesto una auténtica conmoción de proporciones
bíblicas, que ha puesto en estado de alerta a quienes consideran que un día tan
señalado como el citado, es un auténtico insulto a la ética, a la estética y a
la más elemental y lógica razón humana.
Pero todo parece indicar que si
no en esa fecha, sí en otra cercana a la misma, posiblemente dentro de los
límites de las citadas fiestas navideñas, que dada la idiosincrasia patria,
seguramente propiciaría una considerable abstención, por la oposición siempre
inexplicable a esa cerrazón absurda de esta España de charanga y pandereta, que no puede
contemplar el hecho de votar en tan señaladas fechas.
Pero contemplando las sesiones
de investidura y escuchando a sus señorías, la impresión obtenida parece estar
meridianamente clara: No votaremos en navidad, sino una semana antes. Faltaría
más.
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