miércoles, 9 de noviembre de 2016

LA REALIDAD AUMENTADA

Paseando los parques de numerosas ciudades, y otros emblemáticos lugares, puede observarse cómo últimamente grupos de jóvenes se mueven por ellos como si de buscadores se tratara, de no se sabe qué valioso tesoro supuestamente escondido, y cuyo oculto lugar parece dárseles a conocer en las pantallas de sus modernos móviles, que como posesos observan sin apenas pestañear, sin retirarlo un momento de su obsesiva contemplación y sin apenas mirar el terreno por el que se mueven, tal es su grado de concentración en una tarea que se repite día tras día, y que ya a nadie sorprende.
Se cruzan unos con otros, giran a izquierda y derecha, avanzan, retroceden, apenas se comunican, salvo para ligeras y mínimas indicaciones que se lanzan unos a otros, que motivan un nuevo cambio de dirección, un alto en el proceloso camino que siguen, en el que se encuentran con otros grupos una y otra vez, moviéndose en círculos, en zigzag, adelante y atrás, en un continuo y siniestro baile, que deja atónitos a los tranquilos paseantes del parque, que antes se preguntaban, y ya no lo hacen, pues no resulta difícil adivinar, que se hallan en busca y captura de un singular y universalmente conocido personaje digital, que ha conseguido llenar las pantallas de millones de usuarios en todo el mundo.
Pocas veces había sido tan grande el impacto promovido por las redes sociales con el que ocupa a ingentes cantidades de jóvenes, y menos jóvenes, en todo el planeta, como está consiguiendo el fenómeno denominado Pokemon Go, que pocas aclaraciones necesita para que sea reconocido por la inmensa mayoría de la millonaria comunidad internacional de usuarios de las nuevas tecnologías.
Se trata de un juego, uno más, pero con unas peculiares características que han logrado una auténtica conmoción internacional, que ha atrapado a medio mundo en sus sutiles redes, con una poderosa fuerza de atracción que se ha instalado en los más jóvenes, y que en esencia se basa en la denominada realidad aumentada, donde el usuario ha de perseguir y atrapar a los consabidos personajes virtuales, que aparecen en la pantalla moviéndose por los lugares reales que la cámara muestra, y que son los que están al alcance de su visión directa y en el entorno físico donde se desenvuelve.
¿Cómo puede explicarse racionalmente esta persistente obsesión por un juego que tiene absorbidos a millones de usuarios, fundamentalmente jóvenes? ¿Cómo entender cabalmente que puedan dedicar horas al día a una búsqueda de un muñequito digital, que como tal no tiene ninguna entidad material alguna en el mundo real en el que se desenvuelven?
La realidad aumentada es un concepto abstracto e irreal, que no tiene traducción alguna en el mundo en el que nos desenvolvemos, más que de una forma virtual e imaginaria, llevada a cabo por una aplicación informática, por un programa diseñado por los programadores de juegos, que consiguen con su indudable ingenio y creatividad insertar los susodichos muñecos en los espacios reales donde nos movemos, como si en verdad allí estuviesen, algo que saben los jugadores, pero que parecen febrilmente olvidar cuando compulsivamente se encuentran inmersos en ese mundo irreal e imaginario.
Gigantescas concentraciones de fanáticos se reúnen con frecuencia en las denominadas quedadas, con el objeto de intercambiar información, a la par que poder demostrar que la ciudad dónde tiene lugar dicho acontecimiento, merece que los creadores del juego, pongan allí sus ojos y llevar allí a cabo un gran evento que les permita localizar los dichosos muñequitos, algunos de los cuales sólo sería posible situar en unos determinados lugares escogidos por los dueños de la susodicha aplicación, para que puedan ser atrapados por los usuarios de la afortunada ciudad que consiga una mayor repercusión internacional.
¿Por qué los jóvenes no dedican ese precioso tiempo dedicado a ese entorno mixto mezcla de virtualidad y realidad a algo más provechoso y productivo para sus vidas y haciendas? Quizás no tengan ni en encuentren nada mejor que hacer, quizás la sociedad en la que se hallan inmersos no les ofrezcan unis incentivos y unas iniciativas que supongan una alternativa a esta pérdida de tiempo.
Quizás todos seamos un poco culpables de una situación que nos ha llevado a unas altísimas tasas de desempleo entre los más jóvenes, que pueden propiciar en parte estos comportamientos, que aunque no sean suficientes para disculparlos, sí tendrían parte de culpa en semejante despropósito.

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