A menudo se cometen errores e
injusticias varias a la hora de opinar sobre la vida de personajes públicos,
que lo fueron por destacar en el terreno de las artes, las ciencias o cualquier
otra actividad social o privada con destellos en amplios sectores públicos que
los llevaron a ser conocidos por divulgar su obra y hacerla extensiva a toda
una colectividad con repercusión tanto a nivel nacional como allende nuestras
fronteras.
Dichas inexactitudes, pueden
ser tanto positivas como negativas, es decir, se puede exagerar a la hora de formular
alabanzas que objetivamente se muestran excesivas e inmerecidas ante unos
hechos constatados y evidentes, como el caso opuesto, en el que los méritos y el
buen hacer comprobado y fuera de toda duda, es puesto en cuestión, negado y
tergiversado con oscuras e inconfesables intenciones.
No siempre la mala intención y
la inquina más insidiosa, guía a quienes tratan de echar por tierra el trabajo
y la buena fama de quien teniendo derecha a ella y habiendo hecho los oportunos
méritos, es vejado y ridiculizado con el objeto de negar sus virtudes.
Lo mismo sucede con quienes
exacerban la actividad y el buen hacer, así como de su fama, de quien no tiene
derecho a ello, por creer, quizás ingenuamente, sin intención culpable, que es
merecedor de cuantos halagos se prodigan sin haber hecho nada que así lo
justifique.
Esto es debido, con harta
frecuencia, a un desconocimiento e ignorancia culpable o no, de los méritos y
deméritos del personaje que se trate, debido a una ausencia total de la
necesaria información, más o menos exhaustiva que debiera estar en poder de
quién se permite el lujo de echar por tierra en un caso o de exagerar la labor
en el otro, que es lo que suele ocurrir, cuando se emiten juicios de valor sin
la correspondiente y oportuna información acerca de la vida y la obra del
personaje analizado.
Y así, numerosos mitos y
leyendas, auténticos héroes que mantuvimos en nuestro imaginario colectivo,
admirados y conocidos por amplios sectores de la sociedad, originarios de
nuestro País, y allende nuestras fronteras, no serían capaces de aguantar
estoicamente un riguroso examen de sus vidas, cubiertas muchas veces de
demasiados puntos sombríos y vergonzantes.
Al igual que tantos oscuros y
apenas significados personajes, desconocidos, olvidados y pertinazmente
ninguneados, que merecen todo el reconocimiento por su obra y su trabajo a lo
largo de su vida, y que son cuestionados o despreciados por una historia que
nos les ha querido reconocer cuantos méritos poseían, en un acto de una suprema
e incalificable actitud, por parte de quienes gratuitamente se atreven a
descalificarlos.
Gloria Fuertes, escritora de
narrativa, poesía, teatro y prolífica autora de literatura infantil y juvenil,
nació hace cien años. A los cinco, ya escribía y dibujaba sus propios cuentos.
Publicó su primer poema con tan sólo catorce años, bajo el nombre de “niñez, juventud, vejez”, y a los quince
ya recita sus versos en Radio España de Madrid y a los diecisiete edita su
primer libro de poemas, que titula “Isla Ignorada”, y a partir de entonces no
deja de publicar, siendo becada en Estados Unidos para impartir literatura
española y en España por la fundación Juan March de literatura infantil.
Su poesía fresca, espontánea y
musical, adquiere una elevada dosis de ingeniosa ternura y dulce sensibilidad.
Pese a todo ello y a su indudable calidad como representante de una literatura
sencilla, de una contagiosa ingenuidad, alegre y fácil de entender incluso por
los niños hacia quién fue dirigida gran parte de su obra, ha sido cuestionada
como la gran escritora que es, seguramente por quienes no han leído su obra, o
no se han molestado en vivir y sentir sus versos, incapaces de situarse a su
altura y de captar su alma de poeta.
“Marinero sin tierra, náufrago
sin velamen, huérfano de puerto, nave sin timón, rodeado de agua y sediento,
rodeado de pescado y hambriento, rodeado de olas y sin saludos, rodeado de
dólares y desnudo”.
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